Donald Trump está decidido a terminar con el gobierno bolivariano lo antes posible y aceleró las presiones en todo el mundo para conseguir apoyo internacional que le dé cobertura a sus deseos. Pero Nicolás Maduro resiste el embate y todo se encamina a un choque de trenes: por un lado, gran parte de los países latinoamericanos y de la Unión Europea encolumnados con EE UU; del otro Rusia y China, que ya mostraron los dientes en la ONU en torno a este embate. En el medio, un puñado de naciones, entre ellas México y Uruguay, que piden evitar un derramamiento de sangre, mientras que el Papa Francisco, que también mantiene una postura dialoguista a pesar de que la Conferencia Episcopal venezolana ya tomó partido contra el chavismo, dijo en Panamá, donde habló en la Jornada Mundial de la Juventud, que los pueblos de América Latina «no son el patio trasero de nadie». Una frase poco destacada en el marco de todo lo que está en juego en la región a partir de la embestida contra el gobierno bolivariano.

Maduro, a pesar del ímpetu mediático en darlo por muerto, conserva el poder formal del Estado y mantiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y las instituciones burocráticas del país. A tal punto esto es así que tras anunciar la ruptura de relaciones con Washington y ordenar el retiro de todos los funcionarios, hubo una primera declaración del secretario de Estado Mike Pompeo de rechazar la disposición. Pero desde el Palacio de Miraflores difundieron las imágenes de la evacuación de personal de la sede diplomática. La Casa Blanca dijo entonces que quedó una presencia mínima para apoyar al presidente de la Asamblea Nacional, al que consideran mandatario interino del país, Juan Guaidó.

Al mismo tiempo, la tendencia en la Unión Europea fue de aceptar las presiones estadounidenses. Así, el jefe de Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, dio un ultimátum a Maduro para que convoque a elecciones en ocho días, caso contrario, anunció, reconocerá a Guaidó. La misma línea de la Unión Europea.

Venezuela volvió a ser en la península la mejor excusa para no hablar de los propios problemas del país, como en la época del gobierno del conservador Mariano Rajoy. Pero en el caso del PSOE cargan con la cruz de que uno de sus líderes, el expremier José Luis Rodríguez Zapatero, coordinó una mesa de diálogo en República Dominicana entre el oficialismo y la oposición para arreglar las condiciones para la elección de 2018.

«Yo he ido 33 veces, conozco la sociedad venezolana. Conozco los actores, lo que pasa. (…) En la hipótesis de que todas las críticas que le hacen a Maduro algunos gobiernos o algunos periodistas fueran ciertas, la respuesta no es, ni tampoco es lo que corresponde, aplicar sanciones, aislarlo, presionarlo y llevarlo a un bloqueo financiero más intenso que el que tuvo Cuba», declaró hace un año el exjefe de Gobierno español, cuando todo estaba listo para la firma de un documento final con lo acordado para el llamado a comicios. «De manera inesperada para mí, el documento no fue suscrito por la representación de la oposición», declaró sorpresivamente Zapatero cuando, horas antes de la ceremonia, los antichavistas le dieron un portazo.

Las sanciones y el bloqueo financiero explican en gran medida la fenomenal crisis económica que sufre Venezuela desde hace años. El país, montado en la mayor reserva petrolera del mundo, está en algunos aspectos colapsado, lo que genera irritación en sectores tradicionalmente afines al chavismo. La táctica del cerrojo, a su vez, es la principal arma con que cuentan los estrategas del Departamento de Estado para generar condiciones para una intervención. Lo hicieron en Libia, Siria, Irak y, más allá en el tiempo, en el Chile de Salvador Allende.

Precisamente un experto en esta guerra entre bambalinas contra gobiernos populares, Elliott Abrams (ver aparte) fue designado por Pompeo como coordinador de un equipo encargado de «restaurar la democracia» en Venezuela. La designación de este viejo anticomunista declarado que fue indultado por George Bush padre tras haber sido condenado por el escándalo Irán-Contras durante el gobierno de Ronald Reagan, indica el nivel en que se desarrollará la ofensiva.

Pero el contexto no es el mismo que en la Guerra Fría, aunque ciertos personajes de Washington lo pongan en términos similares. Ayer, EE UU urgió a «unirse a las fuerzas de la libertad» en una sesión especial del Consejo de Seguridad para tratar el caso venezolano. «Ahora es el momento para que cada nación elija de qué lado está. No más atrasos, no más juegos. O se está con las fuerzas de la libertad o en la liga de Maduro y su caos», dijo Pompeo.

«Venezuela no supone una amenaza para la paz y la seguridad. En alguna medida, lo que representa una amenaza para la paz es el intento de Washington de orquestar un golpe de Estado en ese país», respondió el embajador permanente de Rusia, Vassily Nebenzia, tras denunciar «una injerencia flagrante» en el país sudamericano y votar en contra de Washington. También China se solidarizó con Caracas y rechazó el planteo estadounidense, con lo que no hubo resolución. Tampoco en la OEA la administración Trump logró el apoyo necesario para tomar medidas contra Caracas, aunque Argentina y Brasil intentaron forzar una condena. El nuevo gobierno mexicano se mantuvo en sus trece y, luego de haber invitado a Maduro a la asunción de Andrés Manuel López Obrador, ahora pidió sostener canales de diálogo para evitar un holocausto latinoamericano.

A su turno, el canciller venezolano, Jorge Arreaza, se mostró sorprendido por las declaraciones de los países europeos, que siguieron un consenso entre España, Reino Unido, Francia y Alemania:   «¿ Europa a la cola de Estados Unidos? No tanto de los Estados Unidos, ¿del gobierno de Donald Trump? ¿Europa, dándonos ocho días de qué? ¿De dónde sacan ustedes que tienen potestad alguna para darle plazos o ultimátums a un pueblo soberano?»

Sin necesidad de guardar las formas de la diplomacia, el número dos del chavismo y presidente de laAsamblea Constituyente, Diosdado Cabello, fue más lejos: «Por allá en la Unión Europea nos dan ocho días. ¡Váyanse bien largo al carajo, que a los venezolanos nadie nos da órdenes!».

Como parte de las medidas de asfixia económica, Washington presionó al Banco de Inglaterra para que bloqueara la entrega de 1200 millones de dólares en oro de las reservas internacionales del Banco Central de Venezuela. Pompeo pidió claramente que la comunidad internacional «desconecte los sistemas financieros del régimen de Maduro» de manera que los activos del país comiencen a fluir hacia las arcas del gobierno que considera legítimo, esto es, de Guaidó.

El viernes, John Bolton, el ultraderechista asesor en política internacional de Trump, confirmó que la Casa Blanca se está «enfocando en desconectar el ‘régimen ilegítimo’ de Maduro de las fuentes de sus ingresos» para dárselos a Guaidó. Lo que no queda claro de qué manera lo haría si el titular de la AN no cuenta con ninguna dependencia para funcionar, ni siquiera designó un Gabinete y hasta se ignora dónde se oculta. Tampoco se sabe bajo qué modalidad le entregarían los 20 millones de dólares que Pompeo anunció como ayuda a su gestión.

En todo este entuerto, el principal activo venezolano en EE UU, Citgo, con una cadena de estaciones de servicio en todo el país y unidades de refinación en Luisiana, Texas e Illinois, pertenece a PDVSA, la petrolera estatal. Desde 2017 y a partir del ahogamiento externo, Maduro logró un acuerdo para salir del atolladero con la rusa Rosneft, que se quedó con el 49% de las acciones. «