Los días del príncipe Mohamed bin Salmán bin Abdulaziz Al Saud, más conocido como Mohamed bin Salman o simplemente MbS, tienden a opacarse aceleradamente. En un régimen como el saudita esto puede no querer decir gran cosa, pero muchos de los socios más añejos de la dinastía comienzan a esquivar el bulto, algo que el heredero de la corona, de 33 años, parece no entender demasiado. Es que en el marco de tropelías bastante escandalosas como las que viene cometiendo personalmente y siendo descendiente de una tribu que gobierna Arabia Saudita con parámetros no tan diferentes, la muerte de un periodista en el consulado en Estambul no daba la impresión de ser algo que llamaría tanto la atención. Aunque para eso hayan ido especialmente un grupo de 15 personas, hayan descuartizado el cuerpo y presumiblemente lo hayan destruido en ácido. Pero con Jamal Khashoggi algo estalló sino en las conciencias al menos en los estándares habituales en esa parte del mundo y el caso es un escándalo internacional de proporciones inéditas.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan es uno de los que presiona para saber qué paso aquel 2 de octubre cuando el periodista, que había puesto distancia con la monarquía reinante en Arabia Saudita y desde el Washington Post se enfrentaba a MbS, entró en el edificio del consulado en Estambul a buscar documentación personal para casarse con una ciudadana turca y nunca más salió.

Al principio, desde Riad se dijo que Khashogi salió tranquilamente tras hacer el trámite y pretendían mostrar el video donde se lo veía cruzar la puerta trasera de la sede. Pero no se tardó mucho en determinar que se trataba de un hombre algo más corpulento que el periodista, de 59 años, pero que usaba su ropa, una barba postiza y cabello, algo que no debía escapársele a un equipo comando con todas las luces ya que Khashoggi tenía una calvicie incipiente.

De inmediato, Donald Trump mandó a su secretario de Estado, Mike Pompeo, a hablar con el rey, Salman bin Abdulaziz y el heredero, MbS. Dijo que buscaba que los monarcas investigaran el caso y que ellos se habían comprometido a hacerlo en forma transparente. Ya Trump les había tirado un centro: para él, se trataba de «un grupo de asesinos deshonestos», con lo cual exculpaba al príncipe, que cumple la más alta función ejecutiva en el reinado de su padre, de 83 años.

Pero las certezas que fueron desplegando las investigaciones de las autoridades turcas eran demoledoras. A pesar de que las oficinas sauditas son legalmente territorio con inmunidad diplomática, ordenaron un allanamiento que dio como resultado que había vestigios de haber sido repintado el día anterior, y encontraron indicios de que algo terrible se había producido allí adentro.

Por lo demás, se sabe que los servicios trucos tienen grabaciones de la sesión de torturas a las que había sido sometido Khashoggi. Para colmo, están filmados los 15 comandos que el mismo lunes fueron a Estambul en un vuelo privado desde Riad y regresaron a la noche. Se los ve en el aeropuerto y entrando y saliendo del consulado.

El miércoles pasado, la cadena CNN adelantó que MbS estaba dispuesto a reconocer que el periodista había estado en el consulado y que algo terrible había sucedido adentro. Tardó dos días más modificar su primera versión, la de que entró, hizo el trámite y salió tranquilamente. Para el viernes, Khashoggi había discutido con alguien a trompadas y que en ese intercambio de puñetazos violento había muerto. También informaron que habían detenido a 18 personas involucradas en el incidente.

Pero la cosa seguía sin cerrar y este lunes la versión cambió a que Khashoggi fue torturado y como comenzó a gritar desaforadamente, le taparon la boca y ahí fue que murió. Para lo cual se creó una Comisión Investigadora.. a cargo de MbS.

La primer obvia pregunta de los analistas -no se necesita demasiada perspicacia- es qué pasó con el cuerpo del columnista de Washington Post. La segunda es cómo puede ocurrir que 15 personas que luego se descubriría, son todos cercanos al equipo de seguridad de MbS, hayan viajado a a Estambul en vuelos privados sin conocimiento de su jefe.

A esto se agrega que Turquía ya dijo que se habían detectado llamadas a MbS desde el consulado a poco de entrar Khashoggi. La hipótesis es que el propio periodista fue puesto en contacto con MbS, que quería hacerlo volver a Arabia, y que el hombre se negó. Lo que habría ocurrido después es fácil de imaginar.

Trump reconoció que romper con Arabia Saudita no está en sus cálculos, que de por medio hay una vente de 110 mil millones de dólares en armas, que se utilizarán en la guerra de Yemen, donde desde 2015 la monarquía interviene en un conflicto interno en contra de rebeldes chiitas hutíes. Esa guerra ya causó miles de muertos y dejó a más de seis millones en la indigencia.

Riad no solo compra armas en EEUU sino también en Alemania, el reino Unido y España. Por eso ciertos silencios estruendosos del rey Felipe VI y del gobierno británico. Pero la canciller germana, Angela Merkel fue de las primeras en indignarse públicamente por el caso, lo mismo que el francés Emmanuel Macron. Lo que forzó a que Washington tuviera que dar volteretas para explicar su posición.

Socios fundamentales para sostener la presencia de EEUU en el Medio Oriente -y hasta de financiar grupos extremistas en contra de Siria-, Arabia Saudita también es clave para mantener la provisión y el precio del petróleo y en ese mercado, para conservar el uso del dólar como moneda de cambio internacional. Sin ese sostén, la divisa estadounidense se desmoronaría estrepitosamente.

Esas evidencias fueron suficientes por décadas para que los árabes tengan carta blanca y desde la Casa Blanca hayan sido puntillosamente tolerantes con sus desvíos. Conviene recordar que tras los atentados del 11 S de 2001, el FBI detuvo a 19 sospechosos, 15 de ellos sauditas. Y que el enemigo público número 1 en esos años, Osama bin Laden, pertenecía a una de las familias sauditas más vinculadas el régimen. Lo mismo puede decirse de los Khashoggi, uno de los cuales, Emad, lejano pariente del periodista, terminó en 2011 de construir el Castillo Luis XIV, ubicado en un suburbio de Paris. Se trata de una fastuosa construcción de 5000 metros cuadrados en un terreno de 23 hectáreas que en 2015 pasó a manos de MbS por 301 millones de dólares.

El príncipe fue designado sucesor del trono de su padre en 2017 en lugar de su primo Mohammed bin Nayef, al que desde entonces mantiene detenido con prisión domiciliaria. El hotel Ritz Carlton de Riad fue centro de detención, vaya el término, de unos dos centenares de oligarcas de ese país y uno de ellos, el general Ali al Qatani, habría sido torturado hasta la muerte. El militar había sido asistente del príncipe Turki bin Abdulah, ex gobernador de Riad y rival en la línea sucesoria del reino saudita. Los «ricos» habían sido acusados de haberse enriquecido de manera ilícita y conminados a devolver su dinero para recuperar la libertad.

Es en este contexto es que se produce uno de los casos más inexplicables desde que MbS tomó las riendas del poder. El viernes 3 de noviembre del año pasado el primer ministro libanés, Saad Hariri, fue convocado de urgencia por MbS a Riad. Desde ese momento se lo dio por desaparecido.

Luego se sabría que también había sido «invitado» a permanecer en el Ritz Carlton hasta arreglar sus cuentas con el régimen. Horas después se difundió un video en que se lo veía, no muy convincente, renunciando a su cargo. Esa vez Macron llamó al príncipe para decirle que esas cosas no se hacen, o al menos no se hacen así, y Hariri volvió a Líbano cono si nada hubiese ocurrido.

Por eso muchos sostienen que cuando trascendió el caso Khashoggi, MbS se sorprendió. ¿Cuál es el problema? arguyen que se preguntó, acostumbrado a que esas cosas, en ese país, a nadie escandalizan. Pero esta vez había sido demasiado incluso para él y para su principal socio, Trump, que intenta desde entonces de calmar las aguas y hacer digerible un hecho que indigna hasta a los tibios.

MbS se presentaba como una apertura para un régimen de corte cuasi feudal. Lo quiso demostrar cuando permitió que las mujeres puedan tener carnet de conducir automóviles. Y había organizado un encuentro para inversores, al que se llamó el «Davos del desierto», para presentar sus planes para desarrollar a Arabia Saudita más allá de la enorme riqueza que representan las mayores reservas petroleras del planeta.

Pero el foro Future Investment Initiative (FII) que comenzaba este lunes se fue vaciando. Es que a medida que los detalles más escabrosos de la muerte de Khashoggi fueron saliendo a la luz se fueron quedando en el camino la mayoría de los asistentes. Los más conocidos son el secretario del Tesoro de EEUU, Steven Mnuchin; la directora del FMI, Christine Lagarde; ejecutivos de Siemens, Uber, el HSBC, además de los medios especializados, como Bloomberg, CNN y el Financial TImes.