En medicina, aunque también en otras profesiones, la mala praxis hace referencia a un perjuicio contra el paciente. Se deriva de una conducta negligente, imprudente o de falta de pericia de un especialista que no respetó los parámetros que rigen la profesión.

La definición sirve como marco para reflexionar sobre muchas decisiones que ha tomado este gobierno y que han derivado en la crítica situación económica y social que hoy padecemos. Sin embargo, desde mi punto de vista, acá no hay solamente errores o «mala praxis».

En realidad, la economía política es una disciplina del área social, no exacta o natural, y está condicionada por las posturas ideológicas, lo que indica que no hay un único protocolo. Hay distintos «cómo», en función de los «qué» buscados.

De hecho, aunque hablen de errores, para los defensores del «pensamiento único» la mala praxis tampoco aplicaría. En Argentina se siguieron las normas de la ortodoxia a la perfección y podríamos decir que incluso lograron varios de los objetivos buscados.

Desde un primer momento señalé que este gobierno siempre supo qué estaba haciendo y que sus políticas sólo generarían un fuerte endeudamiento, desempleo y recesión. Esta es la contrapartida de los «éxitos» conseguidos, en particular en lo que respecta a la brutal caída del salario real, un pedido del establishment concentrado.

En una nota de Marcelo Bonelli (Clarín, 19/9/19) se habla de que «la primera tarea que tendría Alberto sería recomponer la relación con los Estados Unidos». La nota se titula: «Las diez medidas que Alberto Fernández le pediría a Macri si gana las elecciones», aunque no aparece una sola política en concreto. Lo que sobresale es la búsqueda de definiciones por parte del establishment.

En la semana, el empresario Eduardo Eurnekian afirmó: «El próximo presidente argentino debería entender que no hay otro camino hacia el crecimiento que abrazar el liberalismo al estilo estadounidense, basado en principios que generan progreso y prosperidad». El problema es que es lo que estuvo haciendo desde un comienzo el gobierno de Cambiemos. Lo ocurrido con el salvataje que el Fondo Monetario Internacional concedió a instancias de Donald Trump constituye un auténtico «abrazo de oso». 

En este marco, acaba de reaparecer en los medios la exdirectora del FMI, Christine Lagarde. Mientras aguarda para asumir la presidencia del Banco Central Europeo, volvió a eludir sus responsabilidades en el caso argentino. Acudiendo a un argumento contrafáctico se preguntó: «¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos estado ahí? ¿Si no hubiéramos hecho nada? Creo que hubiera sido mucho peor. Para mí no hay dudas al respecto».

Según Lagarde, «cuando Argentina tocó a nuestra puerta estaba en una situación particularmente difícil. Tendemos a olvidarnos de eso porque todo el mundo se centra en Argentina hoy». En ningún momento se preguntó qué hubiera pasado si no se hubiera permitido la fuga de capitales y el endeudamiento acelerado; si no se hubiera desregulado la economía, más en un entorno internacional que daba señales de volverse cada vez más complicado. La respuesta lógica de la ortodoxia es que todo se hizo para que ingresen inversiones, una apuesta de alto costo y beneficio nulo, ya que los únicos fondos que ingresaron fueron los especulativos, que luego fugaron ante el menor atisbo de baja de ganancias.

Lagarde también reconoció que «había pocas posibilidades» de éxito. No llama la atención: es lo mismo que se decía desde el principio en los informes del staff técnico sobre que la deuda era sostenible pero con baja probabilidad. También lamentó que el inmenso crédito no hubiera podido sofocar la inflación. Difícilmente podría ocurrir otra cosa si a la par se buscaba que subiera el tipo de cambio y se ajustaban las tarifas sin ningún tipo de regulaciones que impidieran su traslado a precios.

Economía en picada

Se conocieron datos del segundo trimestre del año, que entre otras cosas permiten evaluar los datos de actividad económica durante el período de vigencia del acuerdo con el Fondo Monetario. Recordemos que en julio del año pasado el organismo proyectaba un crecimiento del PBI del 1,5% para 2019, aunque terminará con una fuerte caída (por encima del 2,5%). Los típicos yerros del FMI, que intenta justificar sus programas de ajuste a como dé lugar.

En el segundo trimestre se verificó un crecimiento del PBI del 0,6% contra un año atrás. No obstante, el dato es sumamente preocupante en el desagregado, ya que se basó en el crecimiento de la actividad del campo (+46%), influido por la baja base de comparación de 2018, producto de la sequía. El resto de los sectores mostró estancamientos y caídas. Destacan el comercio mayorista y minorista (-9,3%), la industria (-6,7%), la intermediación financiera (-13,5%), electricidad gas y agua (-6,6%) y construcción (-5,6%). Considerando la variación respecto del primer trimestre del año, en términos desestacionalizados, se registró una baja del 0,3 por ciento.

La evolución sectorial también se refleja en los componentes de la demanda. De hecho, el único rubro que crece en el interanual fueron las exportaciones (+15%), en tanto que se observa una caída en todos los componentes de la demanda interna. El consumo privado cae un 7,7%, el público un 1,7% y las inversiones lo hacen en un 18%. Datos que preocupan por donde se los mire.

El mercado interno es a su vez un reflejo de la política salarial del gobierno, y también de la evolución del empleo. El desempleo subió al 10,6% en el segundo trimestre, un punto porcentual por encima de un año atrás. La realidad del mercado laboral no se ve reflejada en toda su dimensión con el dato de desempleo. También hay que considerar la subocupación, es decir, aquellas personas ocupadas que trabajan menos de 35 horas semanales por causas involuntarias, que se incrementó en casi 2 puntos porcentuales. Y los que se desalientan y dejan de buscar trabajo, y para la estadística dejan de ser desempleados.

Por grupo poblacional, se observa que la franja de hombres y mujeres de entre 14 y 29 años son los que presentan mayores niveles de desempleo (18,6% y 23,4% respectivamente).

A nivel regional, la desocupación en el Gran Buenos Aires llegó al 11,9% (había sido del 11,4% en el segundo trimestre de 2018) y la subocupación al 13,6% (11,8% en el segundo trimestre de 2018). Al desagregar esa región, se observa que en CABA la tasa de desocupación fue del 9,2% y en los partidos del Gran Buenos Aires fue del 12,7 por ciento.

Todos los datos son coincidentes con el deterioro de las condiciones de vida de grandes sectores de la población. Es una cuestión inevitable del modelo, que estos años estuvo sustituyendo empleo registrado, con protección social, por puestos de baja calidad, sin cobertura alguna.

Es por ello que por todos los medios tratan de marcarle la cancha al próximo gobierno. Daniel Funes de Rioja, uno de los vicepresidentes de la UIA, pidió que se hagan las reformas estructurales ya que «el acuerdo social será un pactito que durará hasta el siguiente Rodrigazo». Una clara idea de que sigue buscando que se impongan las reformas estructurales, especialmente la desregulación laboral.

El acuerdo económico y social no debería ser sólo un acuerdo entre la CGT, la UIA y el gobierno. Tienen que estar representadas las pymes, la agricultura familiar, la comunidad científico-técnica, las economías regionales, los cooperativistas y el resto de las empresas y entidades de la economía social y solidaria. Debe ser un acuerdo de intereses y necesidades que hay que conciliar, tratando de encontrar puntos de conformidad que permitan luego desarrollar los marcos legislativos para que los objetivos se cumplan. «