Ocho años después del hallazgo de los restos del maestro Julio Castro, enterrado bajo las arboledas de un cuartel del ejército uruguayo, el país vuelve a conmoverse con la noticia de la aparición de los restos de otra víctima de la dictadura (1973-1985), también en el predio de una unidad militar de las afueras de Montevideo. Habrá que esperar hasta mediados de este mes para saber quién es la persona que estaba bajo tierra –la quinta encontrada desde el retorno a la democracia–, regada con cal y a unos 100 metros del sitio en el que apareció en 2005 la osamenta de Fernando Miranda, un escribano que permanecía desaparecido desde 1975.

Lo que ya se sabe, se confirma, es que en los 34 años en los que la institucionalidad estuvo garantizada por siete gobiernos representantes de los tres grandes partidos –los colorados Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle, el blanco Luis Lacalle Herrera y los frenteamplistas Tabaré Vázquez y José Mujica–, los custodios de la democracia nada hicieron para impulsar a la Justicia a realizar una búsqueda reparadora de los cuerpos de unas 200 personas que siguen desaparecidas. “A este ritmo, un hallazgo cada casi siete años, pocos vamos a estar a la hora de honrar a nuestros muertos”, dijo con toda la tristeza del alma una militante de Madres y Familiares de las Víctimas de la Dictadura.

Fue en el mediodía del martes 27 de agosto que se registró el hallazgo, en el límite norte del predio que ocupaba el Batallón de Infantería Nº 13, ahora asentado en el departamento de Durazno. En junio de 2016, en el 43° aniversario del golpe de Estado, el Ministerio de Educación y Cultura descubrió una placa para marcar “este centro de detención, desaparición, tortura, muerte y enterramiento que funcionó aquí entre 1972 y 1985”. El texto agregó que en el El 13, también conocido como El Infierno “la tortura fue sistemática y las personas que por aquí pasaron permanecieron atadas y encapuchadas y sufrieron plantón, picana, submarino, palizas, colgamientos, violaciones, hostigamiento psicológico, aislamiento y calabozo”.

El Batallón fue la base uruguaya del Plan Cóndor, el programa de coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur en los años 60 y 70 del siglo pasado. Allí fueron llevados desde Brasil, para su disposición final, la maestra Lilián Celiberti y el obrero Universindo Rodríguez, junto con sus dos hijos. Y desde Argentina, entre otros, el periodista Nebio Melo y María Claudia García Irureta Goyena de Gelman, la nuera del poeta. Con un embarazo avanzado, la joven estuvo desaparecida en Automotores Orletti, una de las bases argentinas del Cóndor, y se cree que fue trasladada a Montevideo por error, puesto que llevaba un apellido tradicional de Uruguay: Irureta Goyena, así, separado, y no todo junto como aparece en los registros argentinos.

En 1973, El 13 conformó la avanzada del golpe de Estado que consolidaría a Juan María Bordaberry como el primer presidente de facto civil. Entre febrero y junio de 1973 sus tanques dividieron a Montevideo en dos, desplegándose sobre la Ciudad Vieja para aislar a la comandancia de la Armada y sus fusileros, que habían dado indicios de estar dispuestos a defender la institucionalidad.

A falta de gobiernos éticamente bien dispuestos, y de una Justicia que intente honrar los pactos internacionales sobre DD HH signados por el país, la carga de la búsqueda de los desaparecidos recae sobre el Grupo de Investigación de Antropología Forense (GIAF). Alicia Lusiardi, la científica que lo conduce, recordó estos días que si bien en los dos últimos años la búsqueda se circunscribe a las 12 hectáreas centrales de El 13, en todo el país se identificaron unos 50 sitios de posibles enterramientos clandestinos. El GIAF también trabaja en el Batallón 14 y en un predio privado del balneario Neptunia, sobre la Ruta Interbalnearia que une Montevideo con las playas del Este.

El viernes último la antropóloga sorprendió a la sociedad uruguaya al revelar que “en los próximos días” se conocerán los resultados de una investigación encarada por el Equipo Argentino de Antropología Forense en las proximidades de una edificación del Batallón 14, donde fueron hallados los restos de Castro. Se trata de una inspección con georadar (ground penetrating radar, una técnica geofísica no destructiva) que detecta posibles movimientos de tierra o cavidades en el subsuelo, remociones hechas con el propósito de trasladar y ocultar cuerpos de desaparecidos. «



Una unidad temible, su himno y el sádico torturador


El Batallón de Infantería Nº 13 fue uno de los emblemas de la dictadura: sus integrantes actuales eran apenas cadetes en aquellos años de sangre, hombres formados en la más estricta obediencia debida. Hace poco obligaron a suspender dos veces la tarea de los antropólogos, al minar con falsos explosivos una franja donde se buscaban víctimas enterradas. Una unidad tan temible que hasta compuso un himno –Marcha Blindados del 13– cuya última estrofa todo lo delata: «Si la patria de nuevo nos llama/si de nuevo convoca el clarín/nuestros tanques serán la coraza/y el infante dispuesto a morir». La primera audición se conoció el 23 de mayo de 2001, en plena democracia. En 2012 desapareció de la web de El 13 <http://www.ejercito.mil.uy/armas/infanteria/bni13/index.htm>.


El autor de la letra no fue un militar, fue un civil, el psicólogo Dolcey Brito, docente de honor de Filosofía, Ciencias y Letras de la jesuítica Universidad Católica de Montevideo. En 1982, en plena dictadura, Brito no era conocido, salvo por sus víctimas. Su foto y su historial vieron la luz primero en Argentina, en la sección Internacionales del desaparecido diario La Voz: por años sería su única foto con testimonios que lo sindicaron como «un sádico planificador de la tortura», como «el arquitecto del monstruoso programa de experimentación psicológica del Penal de Libertad» (por la ciudad situada 54 km al noroeste de Montevideo). Brito era el planificador de la destrucción psicológica de los presos. «El juego que Brito jugaba requería el constante manejo de la salud mental del prisionero. Sabía cuándo empujar a un detenido a la depresión, alucinación y otros desórdenes, y cuándo apartarlo del momento del suicidio.» El pianista argentino Miguel Ángel Estrella, que estuvo detenido allí entre 1978/80 detalló sobre él: «Existen hombres que usan su capacidad intelectual para perturbar y hasta enloquecer a otros hombres que no tienen otra defensa que su fuerza moral. Hay profesionales como Brito que usan su conocimiento para tratar de que miles de seres humanos en ese pequeño país que es Uruguay, salgan de las prisiones inhabilitados para reinsertarse normalmente en la sociedad».