“Niet, niet”, dice Yuri Marasov, jefe de la delegación de la selección de fútbol de la Unión Soviética. En el hotel Plaza Florida de Irapuato, periodistas italianos le preguntan a los jugadores soviéticos por Chernobyl. Marasov les dice que no, que no pueden responder: es un tema prohibido en pleno Mundial. Un mes y cinco días antes de México 1986, a la 1:23 del 26 de abril, explota el reactor 4 de la central nuclear de Chernobyl. Prueba de seguridad. Sobrecarga de energía. Mueren 31 trabajadores. Pero, sobre todo, la Unión Soviética esconde las consecuencias del desastre que llegan hasta hoy: la contaminación del aire. La radioactividad, 400 veces mayor que en la bomba que Estados Unidos arrojó a Hiroshima, se extiende a 13 países de Europa. Suecia alerta al mundo acerca de Chernobyl.

A tres kilómetros, en Pripyat, viven casi 43 mil personas, la mayoría de los trabajadores de la central atómica. Es la “ciudad modelo” de la Unión Soviética, con un promedio de edad de 26 años. Ahí había nacido el FC Stroitel Pripyat. “El Constructor”. Los jugadores, exceptuados a trabajar en Chernobyl, se entrenan como profesionales. Al día siguiente juegan la semifinal de la Copa de Kiev ante Mashinostroitel de Borodyanka. Cancelada. La evacuación de la ciudad, 36 horas después en 1200 micros, suspende la inauguración del estadio Avanhard (“Vanguardia”) con capacidad para 11 mil espectadores, estipulada para el 1º de Mayo, Día del Trabajador. El nuevo estadio es otro paso después de la creación de la academia de juveniles en busca del ascenso a la tercera división, que es profesional. “El estadio es tan importante para la ciudad -dice Vasili Trofimovich Kizima, jefe de construcción de Chernobyl y mentor del FC Stroitel- como el nuevo reactor número 5”. Pero la cancha del Avanhard, de pronto, se transforma en helipuerto (y nunca será el escenario de un partido). FC Stroitel Pripyat pasa al tiempo a ser FC Stroitel Slavutich. Slavutich es la ciudad construida en cinco meses que recibe a los desplazados de Pripyat. Nada es igual después de Chernobyl. Cinco jugadores habían muerto: el FC Stroitel desaparece en 1988.

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Chernobyl, la serie de HBO que volvió a poner en primer plano el más grave accidente nuclear de la humanidad, omite el fútbol y se toma licencias de ficción propias de Hollywood. Pero el fútbol atraviesa la historia de la realidad. El periodista argentino Fernando D’Addario visitó lo que queda del estadio Avanhard en Pripyat. “Los asientos de madera, erosionados por el viento, la nieve y el simple paso del tiempo, invitan a sentarse y contemplar el panorama de la ciudad vacía -escribe D’Addario en una exquisita crónica en Página/12-. Pero está prohibido sentarse allí. No se puede tocar ni maderas ni metales e inclusive se debe caminar con cuidado para no tropezar y tener la mala suerte de que las manos entren en contacto con material radioactivo. Un árbol, indiferente a estas precauciones, crece donde debería estar el banderín del córner”. El desastre, puntualizó la cronista bielorrusa y Nobel de Literatura en 2012 Svetlana Aleksiévich en el libro Voces de Chernobyl, fue “la guerra de guerras”, porque “no hay donde esconderse, ni bajo tierra, ni bajo el agua, ni en el aire”.

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La explosión provoca la evacuación de 350 mil personas. Los residuos radiactivos se extienden hasta Dvirkivshchyna, a 231 kilómetros de Chernobyl. En el pueblo vive Andriy Shevchenko. Tiene nueve años. Su padre, mecánico militar, decide escapar con la familia a Kiev. En la actual capital de Ucrania les realizan estudios para descartar cualquier índice de radioactividad en los cuerpos. Shevchenko entra a las inferiores del Dinamo de Kiev, el club más poderoso de ese país. “Un día llegó mi padre con un aparato que medía la radicación. Yo jugaba al fútbol en mi barrio de Dvirkivshchyna y la pelota terminó en el techo de una casa muy grande -recordó Shevchenko, 413 goles en 847 partidos, multicampeón con Milan y Balón de Oro en 2004-. Como era el más alto entre mis amigos, me trepé y encontré más. Las llevé a mi casa. Cuando hicimos la medición de la radiación de las pelotas, nos dimos cuenta que estaba muy alta”.

Grigori Medvèdev, ex ingeniero jefe del reactor 1 y subdirector del Ministerio de Industria y Energía soviético, cuenta en La verdad sobre Chernobyl, libro prohibido en la Unión Soviética, que luego del accidente se utilizaron hasta cámaras de pelotas de fútbol para tomar pruebas de aire en lugar de dosímetros de radiación. “Por penuria”, le dice un químico a Medvèdev. Ucrania, donde se encuentra Chernobyl luego de la disolución de la Unión Soviética, protagonizará este sábado la final inédita del Mundial Sub 20 de Polonia ante Corea del Sur. Es la primera selección, tanto masculina como femenina, que clasificó a una final en un Mundial de fútbol. Es la generación nacida a fines del siglo XX, principios del XXI. La de la serie y el turismo selfie de Chernobyl. Otra más, de igual modo, que no podrá vivir en la “zona de exclusión”, un radio de 30 kilómetros que será inhabitable hasta dentro de 24 mil años.

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