«Cuando nosotras vinimos por primera vez, en 2016, y el movimiento cannábico dio un paso atrás para dejar que nos posicionáramos en la cabecera de la marcha, creo que marcamos el inicio de algo distinto –dice Valeria Salech, presidenta de Mamá Cultiva Argentina, minutos antes de ponerse al frente del capítulo porteño de la Marcha Mundial de la Marihuana 2019–. La ley que logramos en 2017 no se implementa, no tiene presupuesto ni autoridad de aplicación. Hoy venimos a reclamar, en un año electoral, contra esa sordera estatal que tuvimos que padecer estos dos años, en los que nos tiraron con letra muerta, y nosotras quedamos haciendo aquello que el Estado no se compromete a hacer, o sea, seguir informando, capacitando, conteniendo a la gente, abrazándola, ayudando a generar una salud nueva, comunitaria, participativa, inclusiva. Esta marcha es todo denuncia, por un lado, y por el otro es todo alegría, porque en tres años hemos logrado una legitimidad que no sé si esperábamos tan rápido: que la sociedad nos acompañe, poder hablar del tema, contar que le doy cannabis a mi hijo y que nadie se horrorice. Lo que festejamos hoy es que somos mujeres rebeldes, que nos rebelamos contra la autoridad médica, contra la autoridad policial, que este es un acto revolucionario, y con esa alegría marchamos».

Replicada en otras 26 ciudades de todo el país y varias capitales del mundo, la marcha volvió a unir, como cada primer sábado de mayo, la Plaza de Mayo con el Congreso, en un marco de concientización social creciente acerca de las propiedades terapéuticas de la planta, pero que sigue encontrando un dique de contención en la reproducción de prejuicios e imposiciones morales por parte del poder político. Hoy se habla de cannabis medicinal hasta en la mesa de Mirtha Legrand, pero el discurso tergiversado que propalan los medios concentrados tiende a hacer distinciones entre un «cannabis bueno», aceptando sus efectos benéficos para mejorar la calidad de vida de las personas, y una «marihuana mala», estigmatizada por el paradigma de la prohibición como parte de la consabida «lucha contra el narcotráfico». Así lo señala Salech: «Plantean una dicotomía donde no la hay. La planta es una sola, y tiene todas las respuestas. Se llama marihuana, y está en la tierra con una función terapéutica. Nosotras venimos a la marcha con una consigna propia: marihuana para la salud. Ya no sólo cannabis medicinal, sino algo muchísimo más abarcativo, que es nuestro derecho a la salud».

Más allá de los avances en la percepción social respecto de la planta a partir de la aprobación de la Ley 27.350 de Investigación Médica y Científica del Uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus Derivados –que no se reglamenta y, sin recursos, no se cumple–, el reclamo de quienes no encuentran alivio en la medicina tradicional acompaña una consigna mucho más amplia: la legalización y regulación del cannabis en todas sus formas y para todos los usos, medicinales, industriales (la legitimación del cáñamo con cultivo agrícola) y recreativos, además del autocultivo legal y el cese inmediato de los allanamientos y las detenciones a cultivadores y usuarios, en el reconocimiento de sus libertades individuales y la privacidad de sus actos.

El abanico de consignas que impulsó la marcha de ayer se completa con la exigencia de una partida presupuestaria que permita aplicar la Ley 27.350 y concretar un registro de pacientes con patologías para las que se ha comprobado la efectividad del cannabis; la asignación de partidas al Conicet, el INTA y otros organismos que avancen en la investigación de sus propiedades terapéuticas; y el reconocimiento de los comercios de venta de artículos para cultivo. «


MAYORES

Llamó la atención, respecto de marchas anteriores, una fuerte presencia de adultos mayores. El aceite de cannabis se ha demostrado efectivo para el tratamiento de dolores crónicos, Parkinson y otras patologías. «Nosotras damos dos talleres por mes desde hace tres años: antes casi no venían adultos mayores, pero ahora esa composición etaria se invirtió y más de la mitad de los asistentes son mayores de 50 años», explican desde Mamá Cultiva.