Este “nuevo” coronavirus es el último hijo, impredecible, de una familia conocida. No hay manual ni experiencia en qué hurgar para contenerlo. La diferencia quizás deba buscarse en otra historia: la que explica dónde, por lo hecho antes, sociedad y Estado se paran en este 2020 para minimizar los daños de la pandemia y darle tiempo al diseño de una terapia. El resto es qué se hace con esa construcción colectiva previa. Rosario es un caso de referencia. Registra un solo fallecido por Covid-19 hasta el cierre de esta nota, un diplomático extranjero que se infectó fuera del país. Y muestra la curva de contagios otra vez horizontal pese a la flexibilización paulatina de la cuarentena y el aumento de los testeos.

La ciudad puso como prioridad la salud pública desde los tiempos del intendente socialista Héctor Cavallero, a fines de los ’80. Arrancó con el luego jefe comunal y gobernador santafesino Hermes Binner como secretario del área, una política pública. Pararse sobre ese activo le permitió a la actual gestión local, junto a parte del tejido social organizado y los otros niveles del Estado, enfrentar la emergencia en mejores condiciones que otros grandes centros urbanos.

Seis hospitales municipales y 50 centros de salud barriales fueron reacondicionados para la pandemia, pero ya tenían infraestructura, personal, presupuesto y experiencia acumulada. A ellos se agregó el Hospital Provincial.

El despliegue no es sólo del aparato estatal. Unas 1500 entidades sociales con arraigo en los territorios fueron contactadas para completar y mejorar las acciones. Organizaciones, parroquias, comedores comunitarios, vecinales, ex combatientes de Malvinas engrosan el padrón de solidaridad armado entre el municipio, la provincia, la Nación y el Concejo Municipal.

La descentralización administrativa municipal en seis Centros de Distrito es otro pivote histórico sobre el que hoy se opera en parte de los casi 180 kilómetros cuadrados de la urbe. Esa extensión contiene barrios periféricos carenciados y asentamientos precarios en los que, hasta el momento, no hubo brotes. En esos territorios, donde hay 112 asentamientos, la Municipalidad organizó visitas casa por casa para detectar contagios no informados y aislarlos.

La diferencia entre Rosario y los brotes de Villa 31 y Villa Azul es que la densidad poblacional es menor y casi no hay construcciones en altura. El municipio creó ahora una línea de emergencia habitacional para la coyuntura. Quedan pendientes las soluciones de fondo: el déficits de viviendas, como indica el último Censo Nacional, es equiparable a las viviendas deshabitadas.

El secretario de Desarrollo Humano y Hábitat de Rosario, Nicolás Gianelloni, destacó el refuerzo de las políticas sociales para la emergencia por fuera de “los bulevares” montado gracias a los 32 centros de convivencia barrial para llegar hasta los márgenes de la urbanización. Hay programas para adultos mayores y  jóvenes que se apoyan en iniciativas previas a la pandemia.

El plan de emergencia alimentaria para los sectores más desprotegidos se apoya en el ya existente Banco de Alimentos Rosario, armado público- privado que incluye a la Universidad Nacional de Rosario. Llega a cerca de 300 mil vecinas y vecinos con aportes estatales y donaciones privadas. La asistencia a la población en situación de calle también se facilita con nueve refugios. Y el cuidado de los adultos mayores apela a la solidaridad: voluntarios y profesionales contienen a unos 10 mil personas de  la “población de riesgo”.

La enumeración es incompleta. Ayuda a mostrar el cimiento de políticas públicas que le permite a Rosario tener bajo control la emergencia sanitaria y atender, con déficits, sus correlatos sociales. No sucede en un paisaje ideal. La violencia asociada a las economías ilegales, en particular a la del narcomenudeo y su lógica de disputas a fuerza de acciones letales, no se detuvo: hay más de 70 víctimas fatales en lo que va del año. La conectividad de todo el territorio es deficiente, con un sistema de transporte público, estatizado en un 50 por ciento, que mostró su escaso margen de maniobra en la crisis.

La importancia de la presencia estatal activa en la salud pública quedó demostrada, especialmente en Rosario, también en la Nación. El vaso medio lleno tiene un chorro de esperanza: que esa “mano visible”, que sustituye a la del mercado, se extienda.

Preparados igual
Con varios días sin nuevos contagios confirmados en Rosario, la ciudad por el momento no precisa gran cantidad de instalaciones críticas para atender enfermos graves, pero está preparada. La Secretaría de Salud precisó ante la consulta de este medio que el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez ya cuenta con 30 camas de terapia intensiva, cada una con su respirador mecánico. El Hospital de Niños Víctor J. Vilela tiene diez camas de terapia y 12 respiradores disponibles. El Roque Sáenz Peña, siete y siete. Y la Maternidad Martin suma 16 camas críticas y ocho respiradores.
Además, el Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias de Rosario, una institución de referencia para la región terminada sobre una estructura de hormigón que se levantaba desnuda en pleno centro, en un predio que se había ganado el irónico mote de «monumento al pozo”, fue uno de los primeros centros autorizados por la Nación para realizar los testeos PCR de Covid-19 cuando el Instituto Malbrán porteño decidió federalizarlos.