Diego Schwartzman ni siquiera llegó a salir del aeropuerto internacional de Los Ángeles cuando se suspendió el Masters de Indian Wells. Fue la decisión de la ATP previa a la cancelación de la competencia profesional durante seis semanas que ya se extendió hasta el 13 de julio, aunque se descuenta que la inactividad de todo el circuito será mayor. Allí, después de enterarse por Twitter que no habría torneo en California, empezaron los días sin tenis para Schwartzman. Su confinamiento comenzó varios días antes del aislamiento social, preventivo y obligatorio: lleva más de un mes encerrado en Tigre junto a su familia y su novia desde que el 10 de marzo bajó del avión que lo trajo de regreso de Estados Unidos, donde tenía planificado volver al circuito después del desgarro que le impidió llegar a la final del Argentina Open. “Desde lo mental este es un desafío distinto a cualquiera de los que enfrentamos adentro de la cancha, es más complejo”, dice el mejor tenista argentino de la actualidad.

El desafío puede ser aún mayor: nadie sabe cuándo se va a volver a jugar y Andrea Gaudenzi, presidente de la ATP desde este año, admitió que consideran un 2020 sin más tenis. Aunque también hay gestiones para que regrese después de mitad de año, en agosto, con un calendario hiper-recortado. Ningún escenario prevé una pronta reanudación para la actividad. En cuarentena, entonces, Schwartzman lleva adelante una rutina tanto para entrenarse como para ordenar el día que incluye tiempo de entretenimiento, yoga, elongación, una dieta estricta y los ejercicios físicos diagramados por Leonardo Olguín, su preparador físico. “Llevo muchos días encerrado, solamente saliendo al supermercado y nadie está acostumbrado. Es difícil compararlo con otras situaciones que haya vivido, pero es algo de lo que vamos a aprender”, reflexiona el Peque, de 170 centímetros de altura.

Su historia familiar le sirvió como combustible para superar adversidades y sacarle dramatismo a los problemas cotidianos. A fines de enero, contó en la web de la ATP que su bisabuelo polaco escapó del tren con destino a un campo de concentración durante el Holocausto. Un vagón se descarriló y le permitió iniciar el camino a la Argentina. Schwartzman también tuvo que vender pulseras de goma con su mamá para costear los viajes y los torneos cuando el menemismo hundió a la empresa familiar. “Se trata de no dejar que los momentos malos te desanimen”, dijo en esa entrevista. Hoy aplica la misma receta para transitar la cuarentena por el Covid-19. “Hay que luchar en las adversidades y tomar esas cosas para bien. Hay un periodo de adaptación a lo malo -opina-  y con el tiempo después te das cuenta que aprendiste mucho”. Las redes sociales acaso son una vía de escape para el aislamiento. Desde ahí, llama a quedarse en casa, muestra algunos de los ejercicios cotidianos y bromea con algunos rivales del circuito: “En este escenario hay que mejorarse a uno mismo, conocerse más, ser más solidarios y ayudar al otro para ser mejores personas y una mejor sociedad”.

-¿Las redes sociales ayudan a romper el aislamiento?

-Para nosotros, los deportistas, son como un medio de comunicación más y también sirven para mostrar lo que se hace por fuera de la competencia. En esta situación las podemos usar para incentivar a quedarse en casa desde lo deportivo y para acompañar distintas campañas. Sirve para estar más conectado. Aunque hay que tener cuidado: a veces nos pasamos de rosca con las redes sociales y tampoco es bueno.

-¿Cómo es la vida sin deportes?

-No es nada fácil. Estoy acostumbrado a ver mucho deporte cuando no compito y ahora no hay absolutamente nada. Hay muchas cosas alrededor del deporte y que no haya nada en el mundo es un poco raro.

En el año sólo se pudo disputar un Grand Slam: el Abierto de Australia. Novak Djokovic fue el campeón mientras un incendio destruía al país. Wimbledon fue cancelado por los contagios de Covid-19, Roland Garros se pospuso de mayo para agosto y se mantiene la fecha del US Open en Nueva York, una de las ciudades del mundo más afectadas por la pandemia. A diferencia de lo que sucede durante la competencia, lo que se mira y analiza en los días de coronavirus es lo que pasa por abajo en el ranking con los tenistas situados después del puesto número 150 para los que podría haber una ayuda económica. Schawarztman lleva dos años en otro pelotón, entre los 20 mejores del mundo con el puesto número once como lugar más alto. “Todos intentamos ser mejores en lo que hacemos. El número es importante y es lo que cada uno sigue como rumbo y objetivo. Pero llegar a cierto ranking no es nada más que eso”.

Si la inactividad traerá la pérdida de puntos en el ranking es otro de los misterios sin resolver. Acaso un asunto para que los deportistas aporten su mirada. “Los jugadores tienen muy poca decisión en la ATP. Hace un tiempo intentamos tener una voz más fuerte entre todos, que haya más unión y sobre todo saber y conocer las distintas decisiones”, cuenta Schwarztman, que en marzo descargó su bronca en dos tuits por las fallas en la comunicación. “Lo que molesta -dice- es que muchas veces no se nos escucha y se toman decisiones sin consultarnos”. Entre las horas en cuarentena, con el tenis en casa, tal vez emerja otro protagonismo.