El 7 de septiembre pasado, fecha patria de Brasil y día en que se conmemora algo parecido a la independencia –un príncipe regente que rompe los lazos con las cortes de Portugal sin derramar sangre para conseguirlo- las carteleras de los cines brasileños exhibieron el poster de un estreno que prometía polémica. 

Se trataba de la película “Policía Federal. La ley es igual para todos”, film en el que se cuenta la acción de esa fuerza de seguridad en el combate a la corrupción. Uno de los protagonistas de la historia –no el central, pero con incidencia en la trama- era el juez federal Sergio Fernando Moro. 

Magistrado de provincias, nacido en Maringá, segunda ciudad del estado de Paraná (junto a Santa Catarina y Río Grande do Sul conforma el próspero sur del país), Moro saltó a la fama -y su nombre trascendió las fronteras de Brasil- tras condenar al ex presidente Luiz Inácio Lula Da Silva a 9 años y medio de prisión, y por, el último jueves, ordenar su detención.

Graduado en Derecho en su ciudad natal, Moro se especializó en el combate a la corrupción ‘trasnacional’ tras cursar un programa focalizado en la cuestión en la universidad de Harvard. 

Desde ese momento –y al igual que otros dirigentes políticos y miembros del Poder Judicial de Sudamérica-, el juez federal de Curitiba no dejó nunca de viajar periódicamente a Estados Unidos. 

De hecho, suele decir que admira a los ex presidentes estadounidenses Theodore Roosevelt (promotor de la doctrina del garrote –‘Big Stick’- para consolidar la primacía estadounidense en el hemisferio) y Abraham Lincoln, ambos republicanos, al igual que Donald Trump. 

«Moro fue adiestrado en el Departamento de Estado. Viaja permanentemente a Estados Unidos. Moro sabe cómo ganarse la aprobación de Washington”, lo describió en una entrevista el diplomático brasileño Samuel Pinheiro Guimarães.

Moro, la Embajada y la nueva ofensiva geopolítica de EEUU

Con un padre ligado al Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB, centroderecha, más allá de su denominación), Moro es acusado por los dirigentes del PT de tener doble estándar a la hora de investigar a la dirigencia política. Le reprochan que a lo largo de su desempeño como juez de las ‘manos limpias’ –en la tradición del mani pulite italiano de los ’90- no puso ningún énfasis en la dirigencia del PSDB, al que pertenecen Aécio Neves y Fernando Henrique Cardoso. 

Moro, se sabe, es el arquitecto jurídico de la investigación del ‘Lava Jato’, la trama de desvío de fondos, financiamiento partidario, direccionamiento de obras públicas y enriquecimiento personal de algunos dirigentes políticos que se montó sobre los recursos de la empresa más grande de América Latina, la petrolera brasileña Petrobras.

Una de las claves de toda la persecución judicial de esas maniobras es la utilización de la figura de la “delación premiada”, que prevé reducciones de penas para los supuestos ‘arrepentidos’ que aporten datos sobre hechos de corrupción. 

Esta figura jurídica también está siendo usada para investigar los pagos de sobornos por parte de la constructora brasileña Odebrecht, de notable expansión en América Latina durante el último decenio.

Hasta tal punto creció Odebrecht en la primera década del siglo XXI que quedó a cargo del reacondicionamiento del puerto cubano de Mariel. Con la ampliación del canal de Panamá, Mariel apuesta a convertirse en el principal punto de aprovisionamiento y transbordo para los barcos de gran calado que naveguen por esa parte del Caribe. 

Que tanto Odebrecht como Petrobras hayan quedado bajo la lupa de la Justicia refleja que Estados Unidos resolvió, como prioridad de su política exterior en Sudamérica, poner un límite a la influencia que Brasil estaba asumiendo en América Latina. 

No es casual que uno de los cortocircuitos más graves entre la administración de Dilma Rousseff, del PT, y Washington haya tenido lugar en 2013, tras la difusión de las filtraciones de documentos secretos por parte de Edward Snowden, el ex contratista de la CIA y consultor de la NSA, las dos agencias de inteligencia de EEUU.

Snowden demostró que la NSA había logrado interceptar de modo permanente la red informática privada de Petrobras. Así recolectó datos de millones de mails y llamadas telefónicas vinculadas al funcionamiento de la petrolera. 

No se descarta que buena parte de esa documentación –obtenida de modo ilegal- haya contribuido de modo determinante a los primeros avances de la investigación del ‘Lava Jato’. Todo ese proceso coincidió con la llegada a Brasilia de la ex embajadora de EEUU en Brasil, Liliana Ayalde, hija de un médico colombiano radicado en Estados Unidos y reemplazada por otro diplomático, también de carrera, Michael McKinley (se desempeñó en como embajador en Afganistán, Perú y Colombia). 

A principios de 2017, Ayalde fue designada Directora Civil Adjunta para Asuntos de Política Exterior del Comando Sur del Ejército estadounidense.

Ayalde supo estar a cargo de la USAID (agencia de cooperación internacional de EEUU). Sus antecedentes como diplomática generan sospecha en la izquierda latinoamericana: mientras estuvo al frente de las embajadas estadounidenses en Paraguay y Brasil se produjeron los derrocamientos, a través de la vía parlamentaria, de Fernando Lugo y la propia Rousseff. 

“Ayalde actuó con gran fuerza durante el golpe de Estado que ocurrió en Paraguay. Ahora se encuentra en Brasil, utilizando el mismo discurso, argumentando que la situación (en Brasil) ya no puede ser resuelta por las instituciones brasileñas”, advertía hace más un año Carlos Martins, profesor de Sociología en la Universidad de San Pablo. Tres meses después de esa advertencia el Senado de Brasil concretaba el desplazamiento de Rousseff.

Moro conoce los vericuetos de la cooperación con Estados Unidos. Incluso había hecho trascender que en 2018 podría tomarse un año sabático para estudiar en el país del norte.

“Moro es un sheriff de provincia que está cumpliendo con la función que el poder real de Brasil le ha otorgado para sacar del juego a Lula. Detrás de él, es evidente, está el Departamento de Estado estadounidense”, aseguró en diálogo con Tiempo el periodista argentino Diego Vidal, residente en el estado norteño de Sergipe.

 “A diferencia del proceso del mani pulite italiano, que tuvo como consecuencia el final de los partidos políticos tradicionales, Moro no toca a ningún referente de los partidos tradicionales de Brasil: es alguien que va sólo por el PT. Estudió en Estados Unidos y es evidente que importó desde allí todos los conceptos que está utilizando”, analizó el periodista Darío Pignotti, también argentino, corresponsal del diario Página/12 en la ciudad de Brasilia.

Moro, en suma, está en el centro de la tormenta. Es un protagonista, un duro. Casi como en el cine.