El tiempo, dicen, todo lo acomoda. La máxima parece encomendar a la posteridad la resolución natural, justa y definitiva de toda cuestión. Sólo resta cruzarse de brazos y tener –a lo sumo– paciencia. Pero la vida misma y los procesos culturales suelen imponer complejidades menos indulgentes. El tiempo –entonces– a veces omite, confunde, minimiza y hasta tergiversa. Acaso con algo de eso en mente, el periodista y escritor Mariano del Mazo lanzó Entre lujurias y represión (Sudamericana), un libro que indaga, reconstruye e interpreta la obra, el legado y el tiempo de Serú Girán. La banda de Charly García, David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro quedó en la historia del rock local rodeada de un aura de prestigio y admiración. Pero Del Mazo decidió ir bastante más allá y empezó con algunas preguntas incómodas. ¿Qué cambio sustancial impuso Serú Girán en la escena local? ¿Cuáles fueron sus puntos altos y cuáles sus bajos? ¿Qué relación tuvo el grupo, y el rock en general, con la dictadura? ¿Cuál fue la verdadera dimensión del fallido regreso del ’92?

El periodista reconstruye con minuciosos detalles el recorrido de la banda que en poco más de cuatro años dejó una huella medular en la historia de nuestra cultura rock. Abunda en datos poco conocidos y establece con precisión logros, llegada, tropiezos y tribulaciones internas. También analiza y pone en valor aspectos más y menos conocidos de su obra e influencia. Pero no se queda ahí. Examina el legado de Serú a contraluz del tiempo para comprender mejor su verdadero impacto en la escena musical, pero también en el imaginario social de aquellos años salpicados por el aparato represor más feroz que padeció la Argentina. «Canción de Alicia en el país» (Bicicleta, 1980) hablaba de «un río de cabezas aplastadas por el mismo pie», de trabalenguas que trababan lenguas y de asesinos que asesinan. Alegorías perfectas para eludir la censura en tiempos de dictadura y denunciar un presente infernal. Sin embargo, Del Mazo revisa su origen: la versión original de la canción se escuchó por primera vez en 1976 en una película de Eduardo Pla, interpretada por Raúl Porchetto, y se estima que se compuso un año antes. Ese dato, sumado a las diversas y a menudo contradictorias declaraciones de García al respecto, permiten entender que el tema fue mutando de interpretaciones y significados, potenciándose a medida que avanzaba el descontento con la dictadura y alguna burbuja de libertad se colaba en el asfixiante aire de aquellos tiempos. Este es apenas un ejemplo del hilado fino que propone el libro. 

–¿Por qué Serú Girán?

–Es un fenómeno que viví desde adentro. Durante los años de Serú estaba en mi adolescencia y con mi hermano mayor fuimos a muchos de sus shows, escuché los discos en el momento preciso, leí todas las notas que podía conseguir… No tuve que ponerme a investigar casi desde afuera como me pasó con el libro de Sandro (Sandro. El fuego eterno, 2012). En mi adolescencia Serú era cosa de todos los días, como los Redondos, de quienes también hice un libro (Fuimos reyes, 2015), en este caso junto a Pablo Perantuono. En algún punto es contar el mismo tiempo, pero desde diferentes lugares. En aquellos años de dictadura Serú era como el lado A del rock y los Redondos, todavía sin grabar, funcionaban como una referencia insurgente del under, de alguna manera expresaban la cara B del rock.

–¿Cómo trató el tiempo a Serú Girán?

–En un principio fue raro. Fue la banda más importante de su tiempo, eso está claro. Por popularidad y por la riqueza y calidad de su música, según mi criterio. Pero, en algún punto, la avalancha de bandas nuevas que aparecieron casi en paralelo con el final de Serú y explotaron con la llegada de la democracia condicionó ese legado. La aparición de Los Violadores, Virus, Los Twist, Los Fabulosos Cadillacs y el primer Soda, entre otros, hicieron ver a Serú Girán como a Pink Floyd en la Inglaterra de los ’80: una banda elefantiásica, demasiado grande, demasiado producida. Pero creo que la fuerza más potente que congeló un poco el recuerdo de Serú fue la monumental obra de Charly en los primeros ’80. Era un Charly en estado de gracia que encandiló a todos. Pero apenas baja el nivel de inspiración vuelve el recuerdo y hasta regresa la banda misma. La reedición de La grasa de las capitales me parece que subrayó una revalorización creciente. Hoy Serú Girán disfruta de una reivindicación más que merecida.

–¿Cuál fue el momento artístico más alto de Serú?

–Como disco, Bicicleta me parece el mejor, expresa con mayor precisión y solidez la riqueza creativa del grupo. El nivel es muy parejo y algunas canciones son sencillamente sublimes. «A los jóvenes de ayer» y «Mientras miro las nuevas olas» tienen procedimientos similares y de gran audacia. «A los jóvenes de ayer» se desarrolla con un ritmo de tango más en el estilo de Piazzolla, mientras critica a los protagonistas más patéticos de Grandes valores. «Mientras miro las nuevas olas», por su parte, desdeña con una mirada algo conservadora a la new wave –cosa que Charly después revisaría–, pero con una estética bastante new wave. También está «Alicia…», «Cuánto tiempo más llevará»… Es un disco de un nivel muy alto. Muchos imaginamos que Peperina podría ser superador porque la banda ya tenía el beneplácito unánime del público y la crítica. Pero terminó siendo un disco más conservador y menos lúcido.

–¿Cómo se hace un libro diferente en pleno auge de publicaciones sobre bandas, solistas y la cultura rock?

–Es verdad que, a riesgo de parecer que escupo para arriba, abundan y sobreabundan los libros sobre rock y afines. Pero no es lo mismo hacer un libro sobre alguien que dejó una obra trascendente que sobre un grupo o artista que recién empieza. Hay gente desesperada por hacer una biografía de Wos. Claro, vive un gran momento, plena ebullición, ¡pero tiene un solo disco! Esas ideas parecen venir más de estrategias económicas que de otra cosa. A mí me gusta trabajar sobre un artista o una banda trascendente y poder analizar sus múltiples significados. Entre lujurias y represión no es la biografía de Charly: es la historia del grupo.

–En estos momentos también se editan muchas autobiografías. Vos trabajás con otro formato.

–Sí. Si están bien hechas, las autobiografías pueden estar buenas. Al igual que los libros que no se sostienen en la fuente exclusiva del protagonista. Pero es cierto que las autobiografías, en general escritas por un periodista, tienden a ser más cortesanas. Por motivos obvios. A mí me gustó mucho la autobiografía de Paul McCartney que escribió Barry Miles. Pero no deja de ser una autocelebración. En definitiva, más allá de los gustos personales, si está bien hecha cualquier formato es valioso.

–Uno de los hallazgos del libro es que analiza con profundidad la relación entre rock y dictadura, eludiendo simplificaciones y lugares comunes.

–Me interesó indagar en esa relación porque es compleja y a menudo mirada con bastante inocencia. Para eso leí mucho, reflexioné y acudí a sociólogos y licenciados en Ciencias Sociales que estudiaron el tema. El rock en sí no encarnó una resistencia a la dictadura ni fue colaborador. Dio lugar a un espacio de disenso y a cierto refugio para esas ideas, sobre todo en la última etapa de la dictadura. Pero el aparato represor iba para un lado, las organizaciones guerrilleras por otro y el rock circulaba más allá de los dos. Los militares veían a los rockeros como seres algo estrafalarios, de costumbres desprolijas, pero no como el enemigo. De hecho los contactos de funcionarios militares con el rock empiezan antes de Malvinas. Algunos militares como Viola y Massera soñaban con una salida democrática con ellos como protagonistas. Por eso tiraban líneas con diferentes sectores de la sociedad civil, entre ellos el rock. Pero también es cierto que durante los últimos años de la dictadura algunos shows de rock empiezan a dar lugar a fuertes expresiones de descontento. Como también lo hacían Teatro Abierto y la revista Humor. El premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel también fue un símbolo aglutinante.

–¿Qué fue lo que más te llamó la atención durante la investigación del libro?

–El pensamiento limitado, muy chiquito y bastante provinciano que primaba en el rock. En primera instancia todos imaginamos al rock como un espacio de apertura y liberación de todo tipo. Pero incluso en las mentes más audaces de los músicos y el periodismo de la época había una cosa muy esquemática, una lógica de «ellos o nosotros», de los «artistas o los vendidos». Argentina debe ser el único país en el mundo en el que se hizo un festival contra la llegada de Frank Sinatra. ¡Y lo motorizó la revista Humor! También estaba Charly reclamando algo así como un «compre rock nacional» o la revista Expreso Imaginario dándole un tomatazo a una foto John Travolta porque supuestamente expresaba valores extranjerizantes y superficiales.

–¿Serú Girán es la mejor banda del rock argentino?

–Es un tema delicado. Siempre es un poco inconveniente apelar a ese tipo de categorizaciones. Fue una banda única, bisagra, y sí, yo creo que fue la mejor banda del rock argentino. Porque unió una gran popularidad, inédita en el rock argentino hasta ese momento, con un nivel musical increíble y letras que se resignificaron como pocas. Me gustan mucho Almendra, Pescado e Invisible, claro, pero fueron otra cosa. Y por supuesto están los Redondos. Pero me parece que Serú es superior porque alcanzó una gran riqueza musical, tanto en las variantes de influencias como en las voces y la ejecución instrumental.


En foco

Entre lujurias y represión. Serú Girán: la banda que lo cambió todo. De Mariano del Mazo Editorial Sudamericana. 254 páginas.


Aznar, Lebón y después

La separación de Serú Girán se produjo en 1982, en el punto más alto de la carrera de la banda. El detonante fue la decisión de Pedro Aznar de irse a estudiar al Berklee College of Music (Boston, EE UU). La banda no supo o no quiso encontrar un reemplazante. Y el éxito arrollador de la carrera solista de Charly ahogó las perspectivas de una pronta reunión.
–¿Te parece que Aznar sabía que Serú se iba a separar tras su partida a Berklee?

–Creo que sí. Era muy difícil de reemplazar. Fue una decisión muy respetable la que tomó. Aunque creo que después se arrepintió. Aprendió mucho en Berklee, se sumó a la banda de Pat Metheny, pero al año volvió para grabar un disco solista y para colaborar con Charly. Después se volvió a ir y luego se quedó definitivamente en la Argentina. Aznar protagonizó una parábola muy fuerte: de Berklee fue directo a buscar a Leda Valladares para estudiar los cantos ancestrales. Con los años construyó una carrera solista muy intensa, donde postergó el virtuosismo en favor de la canción, muchas veces de raíz. Creo que durante aquellos años muchos pensaron que el jazz rock iba a reemplazar al rock. Que se trataba de un estadio superior. Y eso, en definitiva, quedó en la nada.
–Charly brilló y Aznar se reconvirtió. ¿Lebón perdió un poco el camino?
–No logró seguir con una carrera a la altura de su prestigio. Creo que tiene dos discos muy buenos: el primero y El tiempo es veloz, que incluyó temas que iban a ser para Serú. Después el nivel no es tan bueno y su carrera fue perdiendo influencia.


Un regreso con muchas sombras
Entre 1991 y 1992 Serú Girán concretó el regreso que tantos fans reclamaban. El operativo retorno incluyó shows en Córdoba, Rosario, Montevideo y presentaciones en la cancha de River: algo inédito hasta entonces para una banda argentina. También lanzaron el disco Serú 92 –el más flojo de su discografía– y posteriormente la oprobiosa película Peperina (Raúl de la Torre, 1995).
«Ese regreso fue decepcionante, hay que decirlo. No me gustó en su momento y no me gusta ahora. Hasta analicé no incluirlo en el libro, pero creo que es un acierto analizar esa etapa fallida porque, de alguna manera, la historia la barrió debajo de la alfombra. Creo que Charly lo sintió como un retroceso y por eso saboteó el proyecto. El retorno se hizo realidad por el tesón y la paciencia de Aznar. Los retornos no suelen ser buenos y a Serú por lo menos le podemos reconocer que lo hicieron con un disco de temas nuevos, cosa que no pasa en casi ninguno de los regresos a los que nos acostumbró la cultura rock», puntualiza Del Mazo.