Bruloteador implacable, refranero, motejador, polemista, cabrón, ayer, 25 de Mayo, se cumplieron 45 años de la muerte de Arturo Jauretche, estudioso del idioma político, cultor de ideas nacionales y populares, sociólogo sin título, pensador argentino.

Hombre de armas tomar, las usó para combatir a los golpistas que destituyeron a Hipólito Irigoyen, las retomó en 1933 en un intento fallido de los radicales personalistas para volver al poder, después de 1955 para impugnar las acciones de los militares que derrocaron a Perón (esto le costó el exilio que pasó en Uruguay) e incluso como duelista defendiendo honor, ideas y palabras, como uno que protagonizó en 1971 contra Oscar Colombo, un general a cargo del ministerio de Obras Públicas en el gobierno de facto de Alejandro Lanusse. La cuestión, que llegó a mayores, tuvo que ver con el despido al frente de YPF del coronel Manuel Reimundes a quien Jauretche defendió.

Protagonista de muchas batallas intelectuales, o a voz y mano alzadas, este singular intelectual pasó del forjismo radical al peronismo, transición que le valió críticas y a la que defendió poniendo el cuerpo. Acerca de la adhesión popular a Juan Perón escribió: «Lo que movilizó a las masas hacia Perón no fue el resentimiento: fue la esperanza… No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y asomar a formas de vida ‘occidentales’ que hasta entonces les habían sido negadas».

Dice el título de esta crónica «Si Jauretche viviera». En realidad vive, porque cada vez que hoy alguien menciona palabras como contubernio, vendepatria, tilingos, cipayos, oligarquía, imperialismo, lo está homenajeando secretamente y volviéndolo, luminoso, a estos tiempos oscuros. Ninguna de esas expresiones las inventó él, pero fue uno de sus divulgadores más eficaces, igual que otras como chusma burguesa, animémonos y vayan o sobaco ilustrado.

También lo sobrevive la Universidad Arturo Jauretche, nacional y pública en Florencio Varela, creada en 2009 y que dirige el licenciado Ernesto Villanueva, como así también documentales, libros y obras de teatro que abrevaron en su obra y en su persona.

O el tema «San Jauretche», que la popular banda Los Piojos le dedicó durante el menemismo. Estadios enteros cantaron, y cantan: «Sarmiento y Mitre entregados / a las cadenas foráneas / el sillón y Rivadavia / hoy encuentran sucesores. /Qué les voy a hablar de amores / y relaciones carnales / todos sabemos los males / que hay donde estamos parados / por culpa de unos tarados / y unos cuantos criminales».

Pero fundamentalmente lo explican sus libros. En Los profetas del odio, publicado en 1957, anticipó mucho de los infortunios de lo que hoy llamamos grieta, tajo tan difícil de suturar.

En 1966 apareció El medio pelo en la sociedad argentina, tribu todavía identificable y que él definió con socarronería: «Los medio pelo tienen una posición equívoca, forzada, ambigua: son los que tratan de aparentar más de lo que tienen».

En 1968 se conoció una de sus obras más clásicas: Manual de zonceras argentinas. «Descubrir las zonceras que llevamos dentro es un acto de liberación. La zoncera es la ignorancia, la ineficiencia, las falsas doctrinas, la colonización pedagógica», dijo y colocó en el puesto mayor de esas inconsistencias una frase propiedad del inmortal padre del aula: Civilización o Barbarie.

Dejó para la posteridad cientos de sentencias que no dejan de evidenciar su sorprendente actualidad. Hay una, en especial, que es imprescindible para estas horas: «El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso, venimos a combatir por el país, alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza».

Es imprescindible recordarlo, hacerse de uno de sus libritos en alguna librería de ocasión y leerlo y releerlo y cantar muy fuerte aunque desafinemos: ¡Yo le pido a San Jauretche que venga la buena leche! «