Si hay una novela cuya lectura resulta significativa en este contexto de pandemia y aislamiento, esa es Soy leyenda. Publicada por el estadounidense Richard Matheson en 1954, durante los primeros años de la Guerra Fría, Soy leyenda transcurre a mediados de los ’70. Robert Neville es el último ser humano sobre la Tierra tras el estallido de una guerra bacteriológica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. La soledad de Neville está remarcada por el hecho de que un gran número de personas se han convertido en vampiros, quienes acechan al protagonista durante las noches, obligándolo a vivir recluido.

Verdadero clásico de la ciencia ficción que desde hace años resulta imposible de encontrar en las librerías, la novela iba a ser relanzada durante el mes de mayo a través del renacido sello Minotauro, que durante los años sesenta  fue responsable de introducir en América Latina a algunos de los autores más destacados del género, como Ray Bradbury, Philip K. Dick, Arthur Clarke o el propio Matheson. Pero a partir la alerta sanitaria provocada por la Covid-19, su llegada a los puntos de venta fue postergada aún sin fecha firme. De modo que por el momento solo es posible acceder a la versión electrónica del libro, disponible a través de <www.planetadelibros.com.ar>.

Más allá de su argumento fantástico, Soy leyenda representa una reflexión sobre una cantidad de temas nada frívolos. Desde el carácter gregario de la raza humana al cuestionamiento de la idea de normalidad y su carácter de construcción social, pasando por el vínculo con los otros y el miedo que provocan las diferencias, todo eso puede hallar el lector atento en la obra de Matheson. Esta multiplicidad adquiere nuevas implicancias cuando su alegoría se superpone con los complejos escenarios actuales. Porque Soy leyenda no solo puede ser vista como una metáfora oportuna en tiempos de coronavirus, sino que se vuelve un espejo especialmente poderoso en el que hallar un reflejo del paisaje social desolador provocado por el asesinato de George Floyd.

La novela de Matheson es considerada precursora del film La noche de los muertos vivos (1968), extraordinaria ópera prima de George Romero, padre del zombi moderno. En ambos casos la trama se sostiene en el miedo al otro, al que se ve como una amenaza por fuera de los márgenes de lo normal y que, por lo tanto, debe ser exterminada. Ese carácter de influencia se extiende a la primera de las tres adaptaciones cinematográficas que se realizaron del libro.

Se trata de El último hombre sobre la tierra (1964), producción italo-estadounidense protagonizada por el inolvidable Vincent Price, actor icónico del cine de terror. En ella los vampiros son concebidos con características casi idénticas a las del zombi romeriano, de andar torpe y accionar inconsciente, cuyo único motor es alimentarse de los vivos. Muy respetuosa de la trama original (Matheson estuvo a cargo de la primera versión del guión), en El último hombre sobre la tierra también aparece una segunda clase de vampiros. En ellos la conciencia no solo no se ha perdido, sino que se han organizado en una nueva sociedad, construida sobre las ruinas de esa humanidad de la cual Neville es el último vestigio.

La novela volvería a ser llevada al cine en The Omega Man (1971, varios títulos en la Argentina), con Charlton Heston en el rol protagónico. Cargada de un claro subtexto político, en The Omega Man se responsabiliza a la Unión Soviética por el colapso de la humanidad y la lucha de Neville contra la nueva sociedad de los vampiros puede ser vista como la disputa entre el individuo consciente y libre, contra una masa colectiva integrada por chupasangres. Quien quiera ver en ello la rivalidad entre el capitalismo y el comunismo cuenta con elementos para justificarlo. La última adaptación es la que más se aleja de la trama original, a pesar de ser la única que respeta el nombre de la novela. Con Will Smith como Neville, Soy leyenda (2007) es una película de terror convencional, en la que el subtexto social ha sido descartado para dejar solo la cáscara del relato, a la que luego se rellenó con los lugares comunes del género. Un caso típico en el que el cine no consigue dialogar de igual a igual con la literatura.  «