Tiene nueva fachada el Hospital Narciso López, de Lanús, pero basta entrar para observar, en el medio del hall central, un panel del techo a punto de caer. Debajo, un balde recibe el agua que  brota de un caño roto. Decenas de pacientes lo esquivan mientras esperan ser atendidos. Como todos, el hospital se convirtió en refugio de personas sin hogar. «Siempre hubo un par durmiendo en el ingreso de Emergencias. Pero en lo que va del invierno hubo no menos de siete por noche, y llegó a haber 15 personas», cuenta Emmanuel Álvarez, titular de CICOP en el hospital. La semana anterior, con temperaturas glaciales, los trabajadores de la guardia los dejaron dormir en la sala de espera.

«Hace unos días rescatamos a una mujer con principio de hipotermia. También hemos hecho una olla popular, y desde hace unas semanas brindamos un desayuno a los pacientes. Mientras compartimos café y galletitas, les contamos las falencias que tenemos y nuestros reclamos», señala Álvarez, quien precisa que el congelamiento de nombramientos de cargos desde hace más de tres años está afectando el funcionamiento del nosocomio: muchos trabajadores se jubilaron o renunciaron y no fueron reemplazados.

Tiempo recorrió el hospital. El sector más abandonado es un amplio espacio que conecta la morgue, el archivo, la cocina y oficinas administrativas: allí conviven sillas, camas ortopédicas, tubos de oxígeno y carteles arrumbados. El único baño de hombres de la planta baja es impenetrable, por los líquidos que fluyen de las napas.

Esta problemática también atañe al otro gran centro de salud del distrito, el Hospital Interzonal de Agudos Evita, donde después de cada lluvia deben desagotar el sótano que se llena de agua, y donde también hay instalaciones eléctricas, por lo que muchas veces se corta la luz preventivamente.

«En las salas de parto de maternidad no hay calefacción –dice Sandra Álvarez, trabajadora social y titular de CICOP en el Evita–. Es un momento especial: la mujer está desnuda, rompe bolsa y hay líquidos que la enfrían. Hay muchas habitaciones sin calefacción ni frazadas, y escasez de sábanas».

«El frío lo enfrentamos con lo que podemos. Nos manejamos con unas pocas estufitas eléctricas. Ponemos en las ventanas bolsas de nylon o cinta adhesiva», expresa Ana Gilli, médica pediatra, que también denuncia falta de provisión de leche y medicación para tratamientos crónicos.

En la planta baja del Evita y en el área de psiquiatría no hay gas desde hace años. En efecto, los consultorios tienen que calefaccionarse con estufas eléctricas, pero si se utilizan más de dos o tres al mismo tiempo, salta la térmica, o podría producirse un corto y un incendio.

En el hall central se ve un colchón que por las noches refugia a un hombre. Desde diciembre, en la puerta de los consultorios externos, hay otro colchón que comparten Claudia Barros y su marido, echados del lugar donde vivían en Capital Federal. Cuenta a Tiempo que tiene una pensión por discapacidad, pero no le alcanza. Tiene VIH, EPOC y dos tumores en las muelas. La atienden en el hospital, donde también suelen darle algo de comer y puede asearse. Y también termina sus estudios primarios en la escuela que funciona en el centro de salud. Ante el frío y la miseria, el hospital es su refugio. «