“Editar un libro en plena pandemia ya es un acto de arrojo. Pero editar un libro de teatro, lo es aún más. Es algo realmente suicida”, dice entre risas el dramaturgo Víctor Winer, quien acaba de publicar Buena Presencia (Interzona), un volumen que reúne cinco de sus obras escritas entre 1981 y 2016 (Buena presencia, Cloro, Loteo, Ampelmann y 220 voltios) y se cierra con una entrevista realizada por el investigador teatral Jorge Dubatti en la que Winer recorre la gestación de cada una de ellas y se refiere a los rasgos distintivos de su producción: la dimensión social y lo que define como “humor del desgarro”.

La selección de obras de un período amplio permite ver en perspectiva la producción de uno de los grandes dramaturgos argentinos. Multipremiado y traducido a diversas lenguas, para Winer la palabra, aun cuando está puesta al servicio de la escena, tiene un peso propio.

-¿Viéndola en perspectiva, cuáles son para vos las características constantes y cuáles los cambios que se dan en tu producción?

-Retomo la frase que me revelé a mí mismo cuando Jorge Dubatti me hizo la entrevista que figura en el libro sobre el humor del “desgarro”. Creo que algunas de estas obras tienen el humor que está definido en la parte teórica del libro. Veo heterogeneidad, porque Loteo, por ejemplo, es una obra en verso, mientras que Ampelmann surge de un disparador que es un muñequito de semáforo de Alemania. En este sentido, no me veo escribiendo siempre la misma obra, con sus más y sus menos. Todos los imaginarios de cada una de las obras editadas son absolutamente distintos, incluso su musicalidad es diferente. De eso me enorgullezco porque creo que no es fácil ir de un universo a otro, no tocar siempre la misma melodía. De hecho, en este momento, mientras atravieso la pandemia, estoy escribiendo una obra nueva que se llama Dios colecciona ángeles caídos y tiene una textura totalmente distinta de las obras que figuran en este libro, que tan bien editó Interzona, y también de mis obras anteriores.

-¿Y esa heterogeneidad está dentro de tu búsqueda?

-No, no es algo que yo busque. Simplemente, me sumerjo en diferentes aguas, si se quiere, pese a mí. Para que me despierte interés escribir es necesario que aquel universo que se enciende en mi cabeza me llame desde otro lugar. En este sentido, contestando a tu pregunta inicial, creo que este libro es sanamente heterogéneo.

¿No sentís, entonces, que haya constantes en tu trabajo?

-Por lo menos trato de no concientizarlas porque no creo que me beneficie. Aquellos que trabajamos con imágenes tratamos de que no nos digan “esto sería para tal actor” porque es la mejor manera de arruinar el asado, por lo menos durante el proceso de la obra. Aquellos que cuando uno muestra lo que está haciendo dicen «esto es para fulano, te incendiaron el rancho» (risas). Es el peor castigo que podés tener porque si llega a quedar pegada la imagen del actor, sonaste. Aquellos autores que escriben para determinados actores parten de otra propuesta. Yo estoy hablando de cuando uno está trabajando a partir de un cierto universo, no de un actor determinado.

Vos le das un valor pleno a la palabra. Éstas no salen de la acción teatral, sino a la inversa. ¿Es así?

-Sí, en cuanto a las palabras intertextualizadas con las acciones y las imágenes, pero no me siento un autor que, de pronto, detiene  el monólogo de un personaje porque se regodea con el texto. Si no está al servicio del ritmo y el encuadre de la obra, no lo hago, más allá de que a veces resulte tentador. Lo que sí es cierto es que disfruto más de un teatro de palabras musicalizadas, elegidas, que de aquel que se completa un poco con las acciones, un poco con la luz, a veces con buenos resultados y otras no, porque el lenguaje escénico es una sociedad anónima, en la que las luces aportan un poco, el director otro poco y lo que se ve es un andamiaje, pero no un texto que se pueda defender a sí mismo.

-¿Quién sería el destinatario de tu libro, además de la gente de teatro?

-No tengo muy claro quién sería el destinatario. Ojalá fuera un público amplio, no solo el teatral, que tuviera un inicio de entrenamiento en la lectura de textos teatrales. Desde ya creo que el teatro es un género literario como cualquier otro, solo que con formas distintas, con diálogos, con imágenes. Respecto de la lectura de textos teatrales recuerdo aquellos semimontados que años atrás se hicieron en el Cervantes, en el Tabarís y que organizaron gente como Héctor Levy-Daniel y Néstor Sabatini. Eran realmente muy atractivos. Al respecto tengo una anécdota justamente de Buena presencia. Se hizo un semimontado en el Tabarís y lo protagonizó Daniel Freire, un actor que ha triunfado en España y está radicado allá, pero que en aquel momento actuaba en Argentina. Antes del día de la representación se hacía un ensayo y medio y asistía mucha gente a las funciones. Todos trabajaban con el texto en la mano porque era teatro semimontado. Pero para mi sorpresa, de pronto Daniel dejó de leer el texto y siguió diciendo la letra como si la hubiera aprendido de memoria. Fue un momento mágico del que no me olvido más y viene a cuento porque se trataba de Buena presencia, que es la obra que le da título al libro.

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(Foto: Pedro Pérez)

-¿Por qué elegiste esa obra para darle título al libro?

-Entre otras cosas porque la representación que se hizo en el Teatro La Comedia, hoy desaparecido, era una versión libre de mi obra y el texto publicado en el libro es el que se estrenó en el Teatro Payró años atrás, en la época en que se había dado Telarañas de Eduardo Pavlovsky inaugurando el horario de las 19. En ese momento el teatro estaba dirigido por Jaime Kogan. Además, Buena presencia me dio la gratificación del segundo Premio Nacional.

Esa obra referida al mundo laboral sigue teniendo vigencia hoy. Eso indica que ves lo político pero con un sentido muy amplio que hace que las obras perduren.

-No es algo de lo que tenga mucha conciencia, pero sí me gustaría que se vuelva a poner en escena en algún teatro oficial cuando se hacen las reediciones de obras nacionales. Repite el mito de Sísifo que levanta la piedra que siempre vuelve a caer.  Del mismo modo, siempre hay un joven que se presenta a destiempo, siempre hay alguien que está dispuesto a hacerles el favor a los poderosos pensando que ha dado un paso adelante. Creo que Buena presencia puede enmarcar a una parte de esta sociedad que cree que siguiendo determinados cánones su destino va a ser otro, aunque se equivoca.

-¿Cómo crees que la pandemia va a influir en el teatro, un arte que requiere de la presencia física del público?

-Quiero ser muy prudente en responder a esa pregunta porque es muy difícil dar una opinión sin repetir lo que ya se ha  dicho. Lo que puedo decir de una forma más minimalista es que yo tengo una obra que se llama Los soviets de San Antonio que estaba a un mes del estreno. La escenografía es una pieza de pensión y el diseño se pensó como un espacio chico para que tuviera un clima asfixiante, agobiante. Obviamente, ante esta nueva realidad, no sé si el escenógrafo abrirá el ángulo o qué pasará. No hay besos en la obra, pero sí cercanía entre los personajes. Es un gran interrogante si habrá una continuidad o si las reglas de juego serán otras y la posibilidad de hacer actividades virtuales traerá nuevos imaginarios. Sinceramente, no lo sé. Particularmente, yo no disfruto del teatro de pantalla. Si ese es el futuro que nos espera, prefiero mejorar mi tenis (risas).

-El humor es importante en tu teatro. ¿Te lo planteás o te sale espontáneamente?

-Me sale espontáneamente, viene de fábrica. No intento hacerme el gracioso ni mucho menos porque, además, no me saldría. Pero, especialmente en estos años de escritura, identifico cómo el humor empaqueta mis imágenes o se mete dentro de ellas. Es algo inherente a mí que se ha hecho más notorio en estas últimas obras, tanto en la que estaba por estrenar como en la que estoy escribiendo y disfruto que sea así. No tendría problemas en ser un autor trágico, pero que sea con humor creo que es un beneficio para mí y también para quienes van a ver las obras (risas). Pero, por otra parte, no es fácil que los directores puedan encontrar la clave de ese humor en escena. Esto es algo que me ha frustrado muchas veces. Algo que me sale de manera tan espontánea, al ponerlo en escena, ya sea porque está tamizado por el actor o por la puesta, no siempre veo reflejado el cien por ciento de esa capacidad humorística.

-Te vi en una foto con muchos ejemplares de tu libro donde se te notaba realmente muy contento. ¿Cómo hacés para renovar siempre el asombro y la alegría?

-Me parece un hecho deslumbrante poder volver a editar libros hechos con tanta prolijidad, con tanto cuidado. En este país es tan difícil dar dos pasos hacia adelante sin retroceder cuatro, que cada vez que se consolida algo, para mí es una celebración. Para mí este libro es tan importante, por ejemplo, como el taller que di el año pasado en Argentores sobre los disparadores de escena. Aprendí con el tiempo que todo tiene un enorme valor y que si uno solo valora los grandes tamaños y no todo el espectro de logros e intentos, se produce una enorme  frustración. Yo trato de disfrutar de izquierda a derecha todo lo que esta profesión me puede dar.  «


Opinión

Una comicidad del «desgarro»

Jorge Dubatti

Investigador teatral

Víctor Winer es un dramaturgo fundamental del teatro argentino contemporáneo, con un extenso recorrido en la escena nacional y en el extranjero, y recientes estrenos en España y Portugal. Su nuevo libro, que reúne cinco obras de distintas épocas de su trayectoria, de gran vigencia estética y política, cuenta con el apoyo del Institut Palacio Euskalduna, de Bilbao. Winer pertenece al grupo de dramaturgos que se formó en los míticos talleres del Maestro Ricardo Monti, en los años de la dictadura, junto a Mauricio Kartun, Jorge Huertas, Eduardo Rovner y otros. Si bien dirigió él mismo una de sus obras (Loteo, con una inolvidable actuación de Rita Terranova), no es de los dramaturgos que se autodirigen. Prefiere poner sus textos en manos de otros y otras, y ha tenido la fortuna de ser dirigido por Lía Jelin, Roberto Villanueva, Kado Kostzer, Mónica Viñao, Rubén Pires. Las piezas de Winer ofrecen situaciones dramáticas muy potentes, al mismo tiempo que significativas en la comprensión de lo social. Una constante de su escritura es la comicidad, pero una comicidad singular, que el mismo dramaturgo define como “humor de desgarro” en una entrevista incluida en el reciente volumen. “Un ‘gris drama’ que en algunos casos lleva a la risa y en otros textos a la desazón”, amplía. En Buena presencia (1981, Segundo Premio Nacional de Teatro), Winer inquiere en las relaciones de poder entre un joven y su jefe en el trabajo. Loteo (2007) toma como estímulo el fascinante mundo de los remates y Cloro (2007) reflexiona sobre la creación artística desde la experiencia de una escritora. Ampelmann (2012) lleva el nombre del muñequito de los semáforos en la ex República Democrática Alemana (ahora se lo ve también en la tapa del volumen publicado por Interzona) y enfoca los cambios en la existencia de un militante tras la caída del socialismo real. Finalmente, en 220 voltios un electricista, que ilumina las figuras de Cristo y los santos en una iglesia, intenta transformar a un joven rebelde. Un dramaturgo insoslayable.  «