A dos meses de las elecciones generales y en medio de una crisis de inciertas derivaciones, la política y los medios se imaginan una nueva estructura del Estado. Se dice, se especula, se suponen las primeras líneas de gestión mientras se proyectan políticas públicas estratégicas para un contexto de crisis. En un pelotero especulativo, Alberto Fernández aseguró que, bajo su órbita, Cultura volvería a ser Ministerio porque “la política tiene que llenar la panza de los argentinos con comida y su alma con cultura”. Esta prioridad permite contrastar su planteo con las políticas implementadas por Cambiemos. Entonces, de repetirse el resultado de las PASO ¿Cómo sería un Ministerio de Cultura del “albertismo”, de la unidad o del “volveremos mejores”? Tiempo dialogó con referentes del sector que vienen pensando y debatiendo estas problemáticas para imaginar cómo deberían ser las políticas culturales en un contexto de crisis.

Desde el principio, el macrismo asumió el compromiso de conservar las políticas “exitosas”. Sin embargo, por una mezcla explosiva entre impericia e ideología, generó un retroceso que tuvo un impacto directo en las políticas culturales. Eso se reflejó no sólo en términos presupuestarios, sino que se convirtió a “la cultura” en un cúmulo de eventos y festivales. Se privilegió a los organismos internacionales y se proyectó una idea desde Buenos Aires hacia el resto de las provincias. La (falta de) política cultural se enfocó en becas, fondos y una “creatividad” exclusiva y meritocrática. Todo esto culminó con la degradación del Ministerio de Cultura en Secretaría, en 2018. Desde ahí, un Ministerio albertista asumiría el desafío de gestionar sobre la base de programas extintos y políticas públicas debilitadas. 

Los expertos consultados por Tiempo coinciden en el carácter prioritario de la dimensión económica de la cultura y su capacidad como generadora de empleo. También en la importancia de recuperar políticas públicas federales y en la intervención estatal como garantía para la diversidad cultural.  

Alejandro Grimson, intelectual y lector agudo de la argentinidad, apuntó algunas necesidades programáticas. El autor de “¿Qué es el peronismo?” y “Mitomanías argentinas” coincide con poner el foco en el potencial económico de la cultura y su poder como generadora de empleo. Además, considera que volver a tener un Ministerio fortalecería a todo el arco social en su diversidad para poder garantizar el acceso a la cultura. Por último (quizás pensando, por la positiva y la negativa, en los dispositivos culturales que operaron durante el kirchnerismo) Grimson apuntó a la necesidad de trabajar en articulación con educación y con una política de medios públicos para construir un imaginario social con una fuerte impronta federal. 

Desde el grupo Barolo, que cuenta entre sus integrantes a Natalia Calcagno, Martín Rosetti y Gerardo Sánchez quienes desde hace años estudian y sistematizan el aspecto productivo del sector, recuerdan que esta fábrica de símbolos genera valor agregado y representa el 2.5% del PBI nacional. Este colectivo de militantes del campo popular y trabajadores de la cultura, está trabajando sobre varios ejes que una política cultural orgánica, integral y federal debería tener. Entre estos se destaca la convergencia digital como cuestión prioritaria ya que “en combinación con la crisis económica, conforman un combo letal para la cultural nacional, popular, democrática y feminista.” Desde su diagnóstico, por la velocidad con la que avanza esta revolución tecnológica, la intervención del Estado es clave para garantizar la diversidad. 

Por último, Lucrecia Cardoso, ex presidenta del INCAA y organizadora del Encuentro de la Cultura del Frente de Todos coincide en que las políticas culturales de este espacio deberían contener las necesidades sectoriales y potenciar sus capacidades para crear valor y empleo. Como contrapartida, espera una reactivación del consumo como eslabón fundamental para dinamizar la economía cultural. Todo esto poniendo en el centro la vocación federal que Alberto Fernández no se cansa de reclamar. Además, consciente de la siembra kirchnerista de cuadros técnicos con experiencia en gestión, pone en valor al trabajador estatal y convoca a una labor conjunta con los gestores, colectivos de creadores y productores culturales. 

De la expansión a la austeridad, la cultura atravesó un trayecto que fue del crecimiento, la planificación y la redistribución kirchnerista a la debacle y vaciamiento del macrismo. Por su apuesta al asfalto y a las finanzas, este espacio político decidió abandonar la batalla cultural que en 2015 y 2017 le permitió interpretar el ánimo social que lo llevó al poder. Quizás por eso Alberto decidió apostar por la capilaridad profunda que tiene la cultura. Ahora se plantea el desafío, en pendiente y por camino de ripio, pero con la experiencia adquirida y la estrategia necesaria de proyectar políticas públicas que logren encender la economía, reactivar el trabajo y regenerar la cultura.