El líder de EE UU volvió con su ofensiva anticiencia relacionando el autismo con el paracetamol y negando la vacuna contra la hepatitis. Aquí, Lugones se mostró a favor de seguirlo.

La salida de Estados Unidos de la OMS a principios de año fue imitada por Argentina. La visita al país de Kennedy Jr., conocido por sus posturas antivacunas, se tradujo en un anuncio de Lugones de un proceso de “revisión” de las vacunas que se aplican. La iniciativa de relajar la vacunación requerida para asistir a la escuela propuesta por el responsable de Salud de Florida, Joseph Ladapo, fue calificada como un “ejemplo de valentía frente a la imposición” en palabras del diputado nacional de LLA por Entre Ríos, Beltrán Benedit. Ejemplos sobran. El negacionismo sanitario avanza y, cuando sus manifestaciones provienen del país que más visita el presidente Javier Milei, sus ecos por estos pagos resuenan con más fuerza.
En los últimos días llegaron las dos afirmaciones de Trump que causaron rechazo en la comunidad médica y científica. Por un lado, que el consumo de paracetamol durante el embarazo puede causar autismo. Por otro, que la hepatitis B se contagia sexualmente y por lo tanto no hay motivo para aplicársela a un recién nacido. Sobre lo primero no hay evidencia científica. Lo segundo omite la transmisión de madres a hijos ni la importancia de esa vacuna para prevenir una infección crónica que puede dañar el hígado. Las desmentidas de voces autorizadas corren detrás de afirmaciones anticiencia que se multiplican en las redes.
Este fue el contexto del discurso de Lugones en la 80ª Asamblea General de la ONU, donde habló del “cambio de paradigma” que impulsa la Argentina, “en línea con la posición de Estados Unidos”. Se negó a acompañar el borrador de la declaración política conjunta, por considerar que incorporaba cuestiones “ajenas al objeto técnico del encuentro que desvían el foco sanitario, como la Agenda 2030, el cambio climático, la perspectiva de género o menciones reiteradas a la pandemia”. Las definió como “condicionamientos ideológicos”.
“Tenemos un problema serio, casi urgente, en términos de acceso a información, que en cuestiones de salud es clave. Hablamos de autonomía, pero ¿sin información qué decisión puedo tomar? ¿Yo voy a definir si una partida de fentanilo es correcta? ¿Yo defino si esta vacuna sí o no para mi hijo?”, plantea Ianina Lois, doctora en Sociología, especialista en comunicación y salud.
“En términos de vacunas, no hay forma de que una política sanitaria funcione si no es masiva y común. Para que sea siquiera pensable la idea de que las vacunas dejen de ser obligatorias hay que preguntarse qué pasó en la sociedad –analiza en diálogo con Tiempo-. Siempre hubo personas en contra, dudas sobre tal o cual vacuna, pero la cuestión de que la vacuna te salva la vida y evitó muertes masivas no es discutible. Si se piensa que puede ser optativo no queda contrato social posible: hablamos de vida o muerte”.
Nicolás Viotti es antropólogo e investiga sobre prácticas religiosas, terapias «alternativas» y creencias: “El proceso de la desconfianza en la ciencia tiene que ver con un proceso más macro de desjerarquización de los saberes. Hay minorías que producen identidades muy fuertes en torno a ser anticiencia o antivacunas o terraplanistas y se definen desde ese lugar. Acusan al resto de ser ‘corderos’, llaman a ‘despertar’, usan expresiones con un componente que parece religioso y apuntan a disputar el saber autorizado. Las redes les dan sinergia, pero el fenómeno ya estaba antes, desperdigado. Y se dan situaciones como las de Estados Unidos o en su momento Jair Bolsonaro en Brasil hablando de la ‘gripezinha’ para subestimar el covid. Tiene que ver con el clivaje entre populismo anticiencia y las nuevas derechas: hay como una afinidad electiva y deriva en políticas públicas”.
A esto se suma “una especie de individualismo epistemológico donde la verdad es la de tu propia experiencia. ‘No puedo confiar’, ‘yo lo probé y doy mi testimonio de sanación’ y en esa especie de gramática del yo se basa la prueba de que es verídico». Así lo define: “Una especie de autoayuda expandida socialmente”. «
La afirmación de Trump sobre paracetamol y autismo motivó reacciones médicas en el mundo. La Sociedad Argentina de Pediatría aclaró que “no hay evidencia científica de calidad sobre los efectos del paracetamol y el uso de la leucovorina en intervenciones. Sí, en cambio, hay evidencia sólida que muestra que la vacuna triple viral no aumenta el riesgo de TEA (trastornos del espectro autista)”.
“En la consulta las preguntas sobre causas hay que tomarlas con cautela, porque generan un montón de efectos sociales. Que una mamá sienta que porque tomó paracetamol está con este diagnóstico es un problemón”, dijo Emanuel Bellantonio, del Comité de Crecimiento y Desarrollo de la SAP. Destacó la «gran respuesta de las organizaciones científicas, de familias y de personas autistas. Un músculo muy bien entrenado frente a declaraciones sin sustento”.
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