Beatriz Guido, la mujer que se metió con “cosas de hombres”

Por: Mónica López Ocón

Eudeba acaba de publicar la novela con la que la autora dio un giro en su obra, para abordar temas políticos y sociales. Best seller en su época, tras su muerte en Madrid, en 1988, cayó sobre ella un silencio que también recibió el trabajo literario de otras mujeres, como Sara Gallardo o Libertad Demitrópolus.

Beatriz Guido ejerció la escritura  en una  época en que la denominación “literatura femenina” daba a entender que la literatura era por antonomasia “cosa de hombres”. Más aún si, como sucede en el caso de Fin de fiesta,  esa mujer aborda de manera manifiesta un tema político.  

Aparecida en 1958, tres años después de la autodenominada “Revolución Libertadora” y escrita por una mujer que era un antiperonista confesa que, además, se había inventado un pasado de alcurnia desmentido por su abuelo inmigrante y  tejedor de canastos, muchos fueron los intelectuales que la condenaron.

Arturo Jauretche, la definió “como una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo” cuando en 1964 publicó El incendio y las vísperas. Beatriz Guido contestó a sus críticas diciendo que le hacían vender más libros.

También la escritura filosa de David Viñas la criticó duramente por la misma novela y tampoco Adolfo Bioy Casares se privó de lanzarle sus dardos. El diario El País de España la definió en 1984 como “la narradora de la decadencia de la burguesía argentina”. Veinte años antes, David Viñas había afirmado: “Hoy, -afirma- escribir sobre el recuerdo de las infamias de la oligarquía es engrandecerla a través de lo mejor que le queda, de ahí que la simple descripción se convierta en la exaltación que esa clase estimula y agradece.»

Su matrimonio con Leopoldo Torre Nilsson es muy posible que le haya conferido un mayor protagonista aún del que tenía de por su sí su literatura y que, como era común en esos años y aún lo sigue siendo en algunos casos, se haya pensado que de esta forma la escritora le agregaba a su literatura un brillo prestado.

Hoy, cuando ha corrido mucha agua bajo los puentes, Beatriz Guido es rescatada por Eudeba dentro de la colección Serie de los dos Siglos dirigida por Sylvia Saíta  y José Luis de Diego  y con un comité asesor integrado por Beatriz Sarlo, Luis Alberto Romero y del que formó parte también (aún sigue figurando como integrante) el fallecido y prestigioso editor Jorge Lafforgue.

Beatriz Guido, la olvidada

Cristina Mucci la incluyó con razón en su libro Las olvidadas  junto con Marta Lynch y Silvina Bullrich, tres escritoras que tuvieron un papel protagónico en su época y  que luego dejaron de ser mencionadas.

A Beatriz Guido se la homenajeó en 2022 en su Rosario natal al cumplirse 100 años de su nacimiento.  En esa oportunidad se anunció tanto un ensayo sobre ella escrito por Miguel Onaindia y Diego Sabenés  que se llamó La espía privilegiada, como la reedición de su obra por parte de Eudeba.

La reedición de Fin de fiesta publicada por la editorial universitaria  está prologada por Marcos Zangrandi, quien afirma: Fin de fiesta se abre con una escena espeluznante: un alma ingresa al infierno arrastrando un séquito espectral de caballos y de hombres. Se trata del epígrafe que recoge la última estrofa de “El general Quiroga va en coche al muere”, de Jorge Luis Borges, incluido en el poemario Luna de enfrente  (1925).

La imagen adelanta el destino de Ramón Braceras y, junto a él, una corte de familiares, de sirvientes y de partidarios, cuyas vidas, quieran o no, están atadas al derrotero del caudillo. Más aún, la invocación del asesinato de Facundo Quiroga  bocetado sobre Braceras es  un gesto categórico: subraya el carácter político de la literatura y recupera un modo tradicional de leer las disyuntivas de la cultura  argentina.”

Publicada en 1958, según el prologuista, en Fin de fiesta se manifiestan claramente tres tensiones: la argentina convulsa del gobierno de Frondizi cuando el peronismo derrocado y proscripto era una herida punzante entre sus partidarios, “por el carácter faccioso de los agentes de poder” y por el horizonte en el que se vislumbraba el triunfo de la Revolución Cubana. “La propuesta de Beatriz Guido –afirma Zangrandi- es, al mismo tiempo, intervenir  en el debate público desde la ficción y discutir el concepto mismo de política”.

De esta forma, sostiene el prologuista, la escritora adscribe a una tendencia que caracterizó la literatura de la época fuertemente influida por el gobierno peronista que despertó pasiones muy intensas tanto a favor como en contra ante las que la literatura no pudo mantenerse al margen sin fijar una posición. David Viñas diría al respecto: “Fin de fiesta es  una indudable mostración de la crisis de esos valores que el peronismo puso en la superficie”.

Por eso, según afirma, buena parte de la crítica celebró su aparición “como un giro realista y, en este sentido, como el abandono de una literatura de carácter psicológico hacia un asociada con la problemática social y política argentina.”

En la novela, la familia se constituye como núcleo de la sociedad, como alegoría se la patria. “(…) en ella están condensados los planes políticos, sus posibilidades de organización social, su proyección futura. En esta aspecto, Guido rescata un tipo de armado propio de la novela realista  y naturalista europea: mostrar la proyección histórica en torno a las continuidades, herencias e interrupciones genealógicas.”

En este sentido, la familia Braceras condensa o es el símbolo de una “patria debilitada y amenazada” ya que tiene problemas de continuidad. Los nietos no desean o no pueden engendrar hijos lo que alude, desde la visión de Beatriz Guido a un país fracturado.

En la novela, el cuerpo es presa de dos regímenes distintos: el privado  y el público. En el primer caso es tanto objeto de deseo como reproductor de hijos u objeto de privaciones para poder obedecer a los cánones de belleza. En el segundo, es botín de guerra: Braceras se negará a entregar el cuerpo de un militante radical.

La historia argentina está plagada de casos paradigmáticos de este doble régimen del cuerpo, desde el secuestro del cuerpo de Eva hasta la apropiación, tortura y eliminación de los cuerpos durante la última dictadura cívico-militar que nunca fueron devos a las familias y cuyos destinos siguen hoy sin ser revelados.

Beatriz Guido, una vida y una obra

Nació el 13 de diciembre de 1922 en Rosario, Santa Fe y murió en Madrid el 29 de febrero de 1988. Se desempeñaba allí como agregada cultural de la Argentina. Fue coetánea de la “generación del 55”, también llamada la generación de “los parricidas”, integrada por un grupo de jóvenes  que se reunieron en torno a la revista Contorno fundada por Ismael Viñas a la que luego se sumaría David.  Estos jóvenes estaban interesados en discutir la relación entre literatura y sociedad. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y Filosofía en Roma.

Publicó su primer libro, Regreso a los cielos, en 1952, aunque su novela consagratoria sería La casa del  ángel por la que obtuvo el Premio Emecé en 1954. A partir de entonces se dedicó de lleno a la literatura a través de la narrativa y del guión cinematográfico.

Muchas de sus novelas, como La casa del ángel ya citada, La caída, Fin de fiesta y La mano en la trampa (en verdad, una nouvelle) fueron llevadas al cine por Leopoldo Torre Nilsson, quien fuera su compañero de vida y a quien conoció en la casa de Ernesto Sabato. La decadencia de las clases altas fue un leit motiv de su  narrativa. Junto con Silvina Bullrich y Marta Lynch, fue una de las tres escritoras más leídas de su época.

Su padre fue el conocido arquitecto Ángel Guido, quien diseñó el Monumento a la Bandera emplazado en Rosario. A Fin de fiesta le siguieron las novelas El incendio y las vísperas, Escándalos y soledades, La invitación, Soledad y el incendiario y Rojo sobre rojo. Escribió varios libros de cuentos y también incursionó en la dramaturgia.

La reedición de su obra por parte de Eudeba comienza a romper el pesado silencio que pesa sobre su obra que, más allá de los valores que se le atribuyan, ocupó en su momento un lugar de privilegio en la literatura argentina.

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