Fábula delirante, adictiva y reflexiva, la novela del escritor galo, publicada por la editorial Serapis en Argentina, es una obra legandaria, con una red subterránea de lectores y liturgia propia.

Esta flaca declaración es la clave para entender la magnitud de Las estaciones, «diamante negro» de la literatura francesa que la editorial Serapis acaba de rescatar en estas pampas argentinas. Si el escenario de la obra es un valle infernal que sufre 40 meses de lluvia seguidos de 40 meses de helada, y si sus personajes están aturdidos por la miseria y el aislamiento, Pons nos dice que no necesitamos buscar esa geografía de la desolación en ningún mapa remoto. Es un infierno interior, una alegoría de la civilización moderna que se lee como un cuadro de Goya hecho libro.
Desde su publicación en 1965, Las estaciones se convirtió en un verdadero texto de culto. La historia que narra es tan sencilla como demoledora: un viajero y aspirante a escritor, Simeón, llega a un valle recóndito, un poblado sin solsticios ni equinoccio, donde el tiempo se ha fracturado en dos ciclos interminables. La vida en este páramo se reduce a la supervivencia brutal y al cultivo de una única legumbre: la lenteja («sopa de lentejas, buñuelos de lentejas, alcohol de lentejas… Nada más”).
El libro nos arrastra a un territorio de la alucinación, un cenagal donde las casas son infraviviendas y las calles, lodazales. La prosa de Pons, brillante y pulida, contrasta con un humor implacable y grotesco, que lo ha llevado a ser considerado un digno sucesor de Kafka con ecos de su paisano Rabelais. El galo parió otras novelas brillantes como Rosa (1967), Mademoiselle B. (1973) y El pasajero de la noche, también publicada por Serapis.
Fábula delirante, adictiva y reflexiva, Las estaciones se transformó en una obra legandaria, con una red subterránea de lectores y liturgia propia. Hace unos meses atrás, con motivo del centenario del nacimiento Pons, se organizó en el Moulin d’Andé, la residencia artística avant la lettre donde escribió la novela, un homenaje que duró un fin de semana y más allá. Se proyectaron documentales sobre vida y obra del escritor y Les mistons, un cortometraje de Truffaut basado en uno de sus cuentos. En el clímax del ágape hubo una cena -obviamente- a base de legumbres y se brindó fuerte con un destilado, un líquido espeso y negro: el famoso alcohol de lentejas. ¡Chin chin!
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