Mai Costa presentó su libro en el ex centro clandestino de detención Pozo de Banfield, en una jornada que unió lucha ambiental, educación popular y derechos humanos, frente al avance del saqueo de recursos naturales.
La autora, investigadora, activista y docente no se limitó a describir los impactos de la megaminería: compartió una cartografía sensible, política y territorial de las resistencias que, desde abajo, enfrentan al régimen extractivo.
La jornada comenzó con las palabras de bienvenida de Juana Eva Campero, referente de H.I.J.O.S. Lomas de Zamora y coordinadora del espacio, quien saludó a les presentes y compartió las líneas de trabajo que se desarrollan desde la Mesa de Trabajo del ex Pozo de Banfield.
«Este lugar fue un centro clandestino de detención. Hoy es un espacio vivo de memoria, desde donde buscamos transmitir lo que pasó, mostrar el horror que se vivió en este sitio y abrir las puertas a quienes quieran recorrerlo y sumarse a las visitas que organizamos», señaló Campero. Su invitación no fue solo a mirar el pasado, sino a involucrarse activamente en la defensa de los derechos humanos desde el presente.
Desde la Comisión de Educación de la Mesa, Julia Borrescio sumó también una reflexión clave para el sentido de la actividad: «Traer propuestas como Dictaduras mineras al espacio es parte de nuestra forma de construir memoria colectiva. No se trata solo de conocer la historia, sino de entender cómo persisten las mismas lógicas de violencia en la actualidad. Lo que ocurrió durante la dictadura tiene un claro paralelismo con lo que sucede hoy con la explotación minera. Son los mismos grupos económicos los que, ayer y hoy, imponen un modelo de país desigual, extractivista, basado en el despojo».
La actividad, impulsada por la Comisión de Educación, propuso así una articulación clara entre la memoria de los crímenes del pasado y las nuevas formas de violencia que impone el capital transnacional sobre los cuerpos y los territorios. «Las dictaduras mineras no son metáforas«, sentenció Costa, autora de Dictaduras mineras, y agregó: «Son regímenes reales que se sostienen con represión, control social, censura y militarización. Se disfrazan de desarrollo, pero son una forma de guerra contra la vida».
Durante su intervención, hizo una distinción fundamental: «Una cosa es el impacto ambiental, otra es el saqueo. Lo primero se puede calcular en toneladas, lo segundo se mide en vidas arrasadas. Las empresas nos quieren convencer de que son externalidades. Pero esto es despojo planificado, muerte organizada, extractivismo colonial con nuevos logos».
Su mensaje fue especialmente potente hacia las juventudes presentes: «Nos dicen que la minería es destino. Que no hay otra opción. Pero ese relato es parte del disciplinamiento que busca clausurar el futuro. Nos quieren convertir en zonas de sacrificio, en territorios disponibles para otros. Hay que desobedecer esa lógica, imaginar y sostener otras formas de habitar y defender la tierra».
A lo largo del encuentro, Costa trenzó experiencias de lucha en Andalgalá, Jáchal, Potosí, Jujuy, Mendoza, el sur cordobés y Bolivia. Recordó su ingreso clandestino a una mina, disfrazada de trabajadora, y cómo esa vivencia cambió su forma de mirar el conflicto: «No era solo un problema ambiental. Era una disputa por los sentidos, por la soberanía, por la dignidad de los pueblos. Por eso este libro no es un diagnóstico técnico, es una apuesta política».
Uno de los ejes más fuertes de Dictaduras mineras fue la «Ecología de resistencias»: una trama viva que reúne asambleas socioambientales, feminismos populares, pueblos originarios, comunidades campesinas, espacios de memoria y cooperativas.
«No somos islas. Cuando nos encontramos, no sumamos: multiplicamos. Porque lo que enfrentamos es un modelo que se impone a través del aislamiento, el miedo y el despojo. Y lo enfrentamos organizades, con palabras, con abrazos, con la potencia de los cuerpos que se rehúsan a ser mercancía», apuntó Costa.
La autora abordó también la salud mental desde una mirada comunitaria. «Nos quieren convencer de que estamos rotos, de que el dolor es individual. Pero no es locura: es duelo colectivo. Y ante eso, hay que inventar cuidados que sean también formas de lucha. Como me dijo una compañera: ‘No estás enferma, estás rodeada de injusticia’. Esa frase me acompaña hasta hoy».
El arte, la poesía y la ternura también tuvieron su lugar. «El arte es un arma: permite decir lo que muchas veces no podemos poner en palabras. Este libro está lleno de canciones, dibujos, relatos heredados. Porque sin belleza, la revuelta no alcanza. Porque el amor también es político».
En diálogo con el espacio que la alojaba, la autora de Dictaduras mineras recordó el sentido de presentar su libro en un ex centro clandestino de detención: «No es un gesto simbólico, es una decisión política. Porque la memoria no es archivo: es herramienta para disputar el presente. Hoy, los derechos humanos también se defienden en los territorios, frente a las empresas que nos quieren sin agua, sin monte, sin voz».
El cierre estuvo atravesado por esa convicción colectiva que da sentido a la lucha: «La alegría no es ingenuidad: es una estrategia. La ternura no es debilidad: es insumisión. Lo colectivo no es una consigna: es nuestra única posibilidad. Nos quieren tristes y rotos. Pero seguimos cantando, sembrando, cuidando, escribiendo. Porque resistir también es una forma de amar».
Así terminó la jornada: con abrazos, aplausos y certezas compartidas. Que decir «dictaduras mineras» no es exagerar: es nombrar lo que duele para poder transformarlo. Que la defensa del agua, la tierra y la vida es también una forma de construir memoria, verdad y justicia.
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