La obra del director William Friedkin marcó para siempre la cultura popular global. Es la adaptación de la exitosa novela homónima de William Peter Blatty.

Como testimoniaron los diarios estadounidenses, el público de los 70, aún virgen de impresiones de ese estilo, vivió una verdadera experiencia religiosa a la inversa. Gritos, huidas de las salas, vómitos, desmayos, crisis espirituales y hasta ambulancias en las puertas de los cines, todo formaba parte de un combo que nadie se quería perder y que la crítica, ante semejante novedad, recibió con los brazos abiertos.
Como otros títulos y creadores ineludibles del Nuevo Hollywood, el filme y su realizador recogían además la reinante incertidumbre de una sociedad cuyos lemas y anhelos estaban en crisis luego del cúmulo de golpes producidos por la Guerra de Vietnam, el escándalo de Watergate y el consecuente descreimiento en las instituciones, entre otras contradicciones en las que ingresó la fantasía del norte. Era un temor que se reflejaba en El exorcista como un eco sobrenatural, con la capacidad de remitir sin comentar y de hablarle bajo capas de espanto a un espectador que ya no creía en el establishment como antes.
Pero además de cumplir con su cometido artístico y de taquilla, el filme pronto alimentó su propia leyenda cuando empezaron a conocerse algunos truculentos detalles que le valieron la etiqueta de «producción maldita», y que iban desde demoras innecesarias hasta accidentes sufridos por los técnicos y actores, inundaciones e incendios en los sets -a excepción de la habitación de Regan- y muertes en el equipo y entre sus familiares. Era tal el descalabro que, contribuyendo al mito, Friedkin llamó a un cura para que exorcizara las locaciones y decorados.
Con todo, pero sobre todo gracias al genial balance entre una historia bien contada, destacadas performances, secuencias imborrables y un clima inquietante y de angustia, El exorcista probó que el género no era materia menor, que podía hacerse con seriedad y no renegar de su popularidad al mismo tiempo. Todo un logro que tuvo su correlato en los premios Oscar de esa temporada, donde se transformó en la primera cinta de terror en disputar la estatuilla a Mejor película, junto a otras nueve nominaciones que recibió por parte de la Academia.
Y aunque algunos de los artilugios desplegados 50 años atrás hoy puedan resultar poco creíbles para las audiencias más jóvenes, el miedo de sus entrañas sigue vigente como el primer día y continúa siendo esa película que nadie puede olvidar, una invitación irresistible a compartir «un excelente día para un exorcismo».
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