La «rinascita» de la economía post pandemia y el fantasma de Pink Floyd

Por: Juan Martin Devincenzi

A cinco días del inicio del G-20 en Venecia, un socio de Tiempo retrata el clima de la previa. La grieta de los vaporettos y las medidas de seguridad.

Cuando a fines de abril la noticia se instaló en los periódicos venecianos, los humores se tensaron al máximo. El segundo invierno de dura cuarentena ya terminaba y las primeras vacunas salvaban apenas a la franja de 110 a 70 años. Un vestigio de humana pero escéptica esperanza ya dividía las opiniones, cuando llegó la noticia que el G-20 de ministros de economía se realizaría en «La Serenissima», tal el adjetivo convertido en sustantivo que designa a la milenaria ciudad de Venecia.

El bar -como en tantos lugares del mundo- es el club donde se reúnen los venecianos a charlar. Café hasta las 10:30 y «spritz al aperol» desde las 11:30  hasta que todo el mundo corre a comer en casa. Con coprifuoco desde las 18 horas, las mañanas transcurrían en la discusión con el foco en tres ejes o antecedentes incongruentes entre sí. Más caos se sumaba a la enormidad de información vertida y recibida desde que estallara la pandemia.

1) «I Pin Floi»: en 1989 se realizó un increíble concierto de los Pink Floyd en Venecia sobre una plataforma construida en el agua frente a la Piazza San Marco. La afluencia de público de todo el mundo sobrepasó toda previsión y forma de seguridad, logística y orden público. Ordas de jóvenes y no tanto corrían sin dirección clara por las callejuelas, sin baños públicos, sin espacio para comer -los bares y restaurantes venecianos son pequeñísimos- los vaporettos eran asaltados violando toda norma de seguridad. Las toneladas de basura, heces humanas y gente drogada o alcoholizada en la mañana siguiente conmovió tanto a la sociedad veneciana que jamás se volvió a realizar un evento del género. Esa jornada histórica fue muy bien retratada en clave reggae dialectal por el grupo local «Pitura Freska» en su hit «I Pin Floi», convertido hoy en himno a la preservación de la invasión humana en la ciudad.

2) La furia. El G-8 de Génova del 2001 marcó un hito en la mirada reprobatoria de una sociedad que hace rato abandonó su protagonismo en la discusión política con la idea de cambios radicales que ya no necesitan. Muy lejos de aquella italianeidad llena de ideologías en movimiento que recibimos en Argentina en el siglo XX, las imágenes de los «No Global» desnudos tirando piedras, pintando la capital de la Liguria conmovió enormemente a esta Italia que experimentaba un muy bien ganado estado de benessere, ahora receptor de una inmigración que ayudaba a sustentarlo. Las reuniones de los «G», sean ellos 7, 8 o 20, son presentados como el demonio mismo por el fantasma de la invasión de los No Global que -en la confusa liturgia cittadina- pueden ser tanto veganos, anarquistas, LGTB, pro inmigración o comunistas.

3) La calma. Los venecianos no ancianos, conocieron gracias a la pandemia a su bella ciudad. Sin la masa de turistas que necesitan y odian contemporáneamente, tomaron mayor conciencia de ser seres privilegiados. El hartazgo del turismo proviene de la incomodidad logística que se plantea con los vaporettos atestados de gente que no sigue las reglas locales de convivencia gestadas durante siglos, el respeto sagrado a la laguna, el desconocimiento de la historia de la Serenissima, no empujar en el vaporetto, no tirarse a los canales o ríos, o la básica norma de caminar por la derecha a paso vivo en las estrechísimas calles. Abundan para los extranjeros videos y fotos de la maravillosa Venecia vacía, con la invasión de patos y avistaje de delfines. Los viejos rezan: «así era en nuestra niñez» y si bien la mayoría hoy vive en la terraferma a fuer del aumento permanente del costo de vida en la ciudad turística se gestó una natural comunión intergeneracional que todos quisieran seguir viviendo.

Las medidas de seguridad contempladas a partir de la semana próxima incluyen el arribo de 1500 policías o fuerzas de seguridad, el bloqueo de tránsito náutico -vale decir, todo tránsito- en la zona de la reunión y el cerco de una gran zona comprendida entre Santa Elena (el final extremo del Centro Histórico) y Piazza San Marco, la zona de mayor concentración turística. El sestiere -barrio- de Castello queda atrapado en el medio con necesidad de identificación para llegar a las casas. Lo peor e inadmisible es el desalojo de cerca de 350 barcas -la moto de los nativos- que de estar amarradas en el fondo o la puerta de casa, serán acomodadas en una marina en la isla de la Certosa, a 50 metros de una de las márgenes de Venecia. La isla tiene una frecuencia de vaporetto muy reducida y no se sabe aún si la sostendrán.

La ACTV es la empresa estatal que gestiona el transporte náutico. La grieta que creció en pandemia fue la de los trabajadores privados y los empleados públicos. En Italia los impuestos son pagados progresivamente desde el primer trabajador hasta el más grande empresario, siendo los pequeños emprendedores la máquina de la economía productiva junto al turismo. Si bien el Estado desplegó todas sus herramientas de protección, el sector privado ha sufrido muchísimo y por lo tanto el trabajador. El caso es que hace unos meses el Sindicato que nuclea a los trabajadores de la ACTV comenzaron una serie de paros casi sorpresivos en una zona que tiene status particular y de emergencia en toda la disposición legal del país: la gente vive en islas. La tensión venía in crescendo de la mano de las disposiciones Covid que solo permitía el uso del 50% de la capacidad de las naves y ante el arribo de los primeros turistas desde principios de junio se vieron escenas donde la jubilada que había ido al supermercado de «la isla de enfrente» quedaba en el embarcadero viendo partir el vaporetto con asientos libres bajo el tórrido sol del estate italiano. De los insultos se pasó a los puños un domingo cuando miles de playeros volvían de las costas del Lido de Venecia y no lograban volver a casa. Seis trabajadores contusos dieron origen a un nuevo paro. La negociación terminó en la novedosa incorporación de un carabinero en horas pico en cada vaporetto.

La escasa militancia política de izquierda radical local hace pensar que las medidas de seguridad solo sean pertinentes hacia la hipotética invasión de foresti -extranjeros- mientras los venecianos ven partida en dos la temporada turística que comienza a dar vida a los trabajadores que hace un año esperan -con una tensión nunca vivida- el volver a ganarse el salario. El fin del uso del barbijo al aire libre, junto al reciente ascenso del Venecia a la Primera División, no logran diluir el proverbial malhumor de los aborígenes cuando algo llegado de afuera incomoda su bienestar.

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