Un libro de Federico Jeanmaire que evade la clasificación de los géneros para ser precisamente eso, un libro

Por: Mónica López Ocón

Fresco, digresivo y sin almidón, el último libro de Federico Jeanmaire habla de la vida, la novela y el amor y reniega de las clasificaciones genéricas.

“No quiero escribir una novela. No esta vez. Tampoco un ensayo. En sus últimos años, Marguerite Duras afirmaba que solo escribía libros. Y aunque la palabra libro esté ligada a la producción industrial de cualquier artefacto de papel más o menos rectangular y repleto de palabras, intuyo lo que Duras pretendía avisar cuando decía libros: textos despojados de convenciones, sinceros e imposibles de circunscribir fácilmente a lo genérico.

Entonces.

Voy a intentar escribir un libro sobre la vida y la novela. Tratando, claro, de no engañarme y de no engañar”.

Con esta declaración de principios comienza el libro más reciente de Federico Jeanmaire, La vida, la novela y el amor. Se trata de una serie de reflexiones y digresiones totalmente alejadas del mundo académico y cercanas a lo que Jeanmaire piensa en la intimidad.

Jeanmaire tiene la rara virtud de reflexionar poéticamente, sin el lenguaje universitario que suele emplearse para pensar cuestiones de géneros literarios en relación con la vida. Hace, además, algo que no es nada frecuente: reúne tres elementos aparentemente lejanos y, sin ponerse el chaleco antibalas de la distancia ensayística, renunciando a la cita formal y prescindiendo de los juegos de malabares de la erudición decide mostrar el modesto tallercito del fondo donde con herramientas básicas arma sobre el banco de carpintero increíbles maravillas poéticas.

Escribir un libro

-¿Fue una decisión a priori escribir un “libro” pasando por encima de los géneros o eso surgió durante la marcha?

-Los géneros nunca me importaron mucho. Yo llamo novela a un montón de cosas que no sé si lo son. Yo tengo que estar siempre escribiendo pero había terminado una novela y no se me ocurría otra. Tal como cuento en el libro, un día miré un documental sobre chimpancés que me hizo pensar que la única diferencia que tenemos con ellos es que nosotros escribimos. Entonces al día siguiente me puse a escribir este libro que no pensé siquiera como un libro, sino como un ejercicio sobre lo que se me iba ocurriendo sobre la novela, sobre la vida… Debo de haber estado tres meses escribiendo, pero nunca pensé en publicarlo ni mucho menos. Era una cosa para mí que había escrito porque no tenía nada que escribir entre una novela y la otra.

-¿Y cómo fue que lo publicaste?

-El año pasado me llamó la editora de La Crujía para pedirme que escribiera un prólogo al libro de Julia Coria que salía en la misma colección en la que luego salió el mío. Le mandé el prólogo y me preguntó si no tenía nada para publicar. Le dije que no, que sólo tenía eso que había escrito como ejercicio. Se lo mandé, le encantó, y como era tan corto, le agregamos un cuento que había escrito cuando gané un beca en Francia y me pidieron que escribiera un cuento para que los chicos que estudiaban español lo tradujeran. Creo que esto fue en 2018.

-El cuento se llama El amor y me pareció muy hermoso.

-A mí también. Es un cuento que me gusta por la manera en que cuenta el amor. Corresponde a mi época en la que escribía sobre enanos. Con ese cuento terminamos de armar el libro y se publicó. Fue algo que sucedió un poco por casualidad. Es algo muy íntimo. Me gusta el inicio porque yo amo a Marguerite Duras que dijo hacia el final de su vida que ella no escribía más novelas, sino libros porque mezclaba mucho lo personal con lo que no lo era.

En el libro decís que la novela es un mundo en el que refugiarse, una forma de poner entre paréntesis las angustias. ¿No es una forma también de exorcizar el azar porque en una novela nada ocurre porque sí, todo tiene su causa?

-Sí, es lindo lo que decís. Además la novela para mí es lo más más maravilloso que inventamos los seres humanos en los últimos 400 años. Creo también que es un mal necesario o un bien necesario, no lo sé. No sé qué hace la gente que no lee, por eso me impresionó tanto lo de los chimpancés. Creo que la lectura es lo que nos define como seres humanos. Somos animales a los que se nos ocurrió escribir y leer. La novela es un lío, un quilombo hermosísimo.

-Decís que un ensayista debe saber las ideas con las que va a trabajar antes de sentarse a escribir. En cambio, la novela está del lado del no saber. ¿Por qué la novela esta del lado del no saber?

-Claro, creo que esa es la gran diferencia de la novela. Como habla de sujetos, de personas, es un no saber intrínseco aunque uno trabaje con ciertos saberes o investigue algo y de cuenta de eso en la novela, en el fondo siempre está ese no saber gigantesco de no saber quiénes somos, de dónde venimos, para qué estamos, que hacemos con nuestra vida… La novela es un gran misterio, un no saber gigantesco.

-Afirmás que leemos y escribimos como vivimos. ¿Podrías explicitar más ese concepto?

-Sí. Por ejemplo a mí me gusta mucho Antonio Di Benedetto. Hace poco me puse a releer Los suicidas que tiene escenas inverosímiles. También en la vida uno se encuentra a veces en situaciones inverosímiles. Zama, por ejemplo, es la vida de alguien que espera, espera y espera, algo también inverosímil como la vida que Di Benedetto hace verosímil.

Ése es un milagro que se parece mucho a la vida. Se nota mucho cuando un escritor sabe todo de sus personajes y cuando alguien escribe dejándose llevar, alguien que disfruta, que deja que los personajes hagan cosas que a lo mejor ellos no harían. A mí me gustan los escritores que se dejan llevar y me parece que eso tiene que ver con la vida de aquel que escribe eso que escribe. Me gusta que la vida se meta en lo que estoy escribiendo porque la vida también es eso: vivir con lo que te va saliendo en cada momento, lo que se te va presentando.

Además, creo que una novela te tiene que emocionar. Una novela que no te emociona no es una novela. Uno no puede salir indemne de una novela, tiene que pegarte en algún lado, decirte algo profundo, abrirte los ojos. Para mí la novela es eso y si no, no es. No digo que una novela va a cambiar el mundo aunque haya novelas que cambiaron lo cambiaron bastante.

¿En qué sentido?

-Me refiero a la novela como género que ayudó muchísimo a la democratización de la literatura. Si uno revisa las lecturas femeninas de la novela del siglo XIX entiende por qué en el siglo XX se da la emancipación de la mujer. Las que leían novelas en el siglo XIX eran las mujeres, no los hombres. Para mí la lectura te abre la vida, en fin, te despabila, no encuentro una palabra mejor.

Japón estuvo cerrado durante siglos a Occidente y en el siglo XIX, cuando comienza a relacionarse con Occidente, descubre la novela. Para Japón, la traducción exacta del género es “libro del sujeto”. Creo que es una traducción bastante perfecta de lo que es una novela. Son libros que hablan de personas y eso era bastante nuevo, eso no ocurría antes. Fue un cambio fundamental.

Es curioso que un libro que habla de la novela, termine con un cuento. (Risas)

-Al poner ese cuento hago de otra manera lo que hago en el resto del libro que es hablar de mis amores, de mi madre, de mi hijo, de la novela. Todo tiene que ver con el amor, por lo que me pareció que poner ese cuento que se llama El amor era un cierre perfecto para el libro.

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