“Cometierra”, la primera novela de Dolores Reyes, encendió la mecha y el ministro de Educación bonaerense Alberto Sileoni fue denunciado por un grupo de personas “bienpensantes” de la Fundación Natalio Morelli por autorizar su lectura en el ámbito escolar. Una respuesta de quienes dedican su vida a la literatura.

Si algo ha devaluado el actual gobierno, además de los sueldos y las jubilaciones, es la palabra. El insulto reemplazó al argumento. Sin embargo, hasta el momento, la Fundación en cuestión no se ha expedido al respecto.
La denuncia es, al menos, contradictoria. Si a los adolescentes, para quienes fueron adquiridos por el gobierno bonaerense esos libros, no se les atribuye el grado de maduración necesario para acceder a contenidos literarios de índole sexual, no se entiende cómo los bienpensantes de siempre piden la baja de la edad de imputabilidad.
Por otra parte, fueron también adolescentes, chicos que apenas habían cumplido los 18 años, los que fueron a enfrentar la muerte en la Guerra de Malvinas sin que se hubiera queja alguna de ninguna fundación. Acaso, según este razonamiento, enfrentar la muerte es más inocuo que leer la palabra “pija” en el libro de Dolores Reyes.
La larga fila de personas que hoy buscan comida en la basura porque pasan hambre también está integrada por adolescentes y niños, pero la palabra, según parece, es más fuerte que la panza vacía.
Según parece, la ficción es más peligrosa que la realidad. Por eso, también están en el ojo de la tormenta otros libros de ficción como Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara y Si no fueras tan niña. Memorias de la violencia de Sol Fantín.
Muchos medios de comunicación que defienden los hechos más aberrantes, se hicieron eco del cuestionamiento al libro de Dolores Reyes afirmando que Cometierra no es literatura con aires de juicio inapelable. El ministro Sileoni respondió con argumentos sólidos. Ahora es el turno de la Unión de Escritoras y Escritores.
Desde la Unión de Escritoras y Escritores afirmamos el valor de la literatura como herramienta idónea para abordar temáticas complejas en el marco del aula, con el acompañamiento y la guía de docentes. Cabe destacar que los planes de lectura impulsados por los estados provinciales, de quienes dependen los establecimientos primarios y secundarios, son vitales para democratizar el acceso a la lectura y propiciar debates. Los argumentos esgrimidos en estos días para denostar a uno de estos planes con el objetivo de “cuidar a los estudiantes de contenido no apto para ellos” ningunea los dispositivos utilizados y a los profesionales encargados de diseñar los planes y llevarlos adelante. Detrás de cada plan de lectura están los escritores y especialistas encargados de seleccionar el material, no solo en relación con las temáticas que abordan sino con sus aportes estéticos y formales. Luego, los estados provinciales adquieren ese material y lo distribuyen para que esté disponible en las bibliotecas de los establecimientos educativos. En esas bibliotecas también hay bibliotecarios, que son los mediadores entre el material y los estudiantes. Y hay profesores, que para abordar los contenidos curriculares hacen uso de este material disponible con actividades diseñadas específicamente. Las trabajadoras y trabajadores que son parte de este círculo virtuoso han estudiado y son especialistas en cada uno de estos temas. Atacar un fragmento del contenido de una obra, recortado y descontextualizado no solo de la obra de la que forma parte sino de todo este dispositivo pedagógico en el que se inserta, supone un cuestionamiento que no busca aportar a los debates que especialmente los jóvenes demandan, sino cancelarlos. Lo cual constituye una erosión a la libertad de expresión propia del sistema democrático. En la realidad en la que los estudiantes secundarios viven, atravesada por el acceso a estímulos de todo tipo en las redes y con posibilidades acotadas de control por parte de las familias, el espacio de debates y reflexiones en el aula a partir de textos literarios desafiantes es una herramienta de empoderamiento para ellos, no un problema del cual correrlos. Las declaraciones oídas en estos días sobre distintas obras literarias conducen a climas claramente persecutorios, cosa que ya está ocurriendo, y remiten a un pasado autoritario al que no quisiéramos volver nunca más.
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