Maldad

Por: Víctor Hugo Morales

Cuando Milei pone me gusta a un tweet bochornoso, riéndose de las personas con síndrome de Down: es el presidente de la República

¿Por qué la maldad gana tanto terreno y no pasa nada? ¿Qué está ocurriendo entre nosotros? ¿A qué grado de sometimiento llegamos que ya siquiera registramos en nuestras mentes adónde hemos llegado? ¿A qué grado de indiferencia? ¿A qué grado de naturalización de hechos que son una vergüenza, unos más que otros? 

Cuando Milei pone me gusta a un tweet bochornoso, riéndose de las personas con síndrome de Down: es el presidente de la República. Alcanzaría con que fuera el señor que vemos a través del ventanal de un bar. No importa quien sea. Es maldad. Pero en este caso resulta que la maldad es del presidente de la República.

¿Cuánta maldad hay en los que lo votaron en función del odio? Cuánto empujaron a esta maldad, cuánto disfrutaron de votar a un personaje que se sabía que era una vergüenza, en lo humano, ya no sólo en lo político. Un tipo que vive en el desprecio, en la provocación, en lo altisonante, en el destrato a los demás y lo votaron, no les importó absolutamente nada.

A qué grado de maldad hemos llegado para que Bullrich sea capaz, después de haberse abrazado a Ignacio Torres, de darle la espalda por conveniencia política, en su lío con Macri. Cómo hemos llegado a que Jaldo, un gobernador que proclamó otro tipo de ideales, sea el traidor a esos ideales, como para que Milei lo trate de distinto. Cómo nos pasa que Diego Valenzuela, un experiodista, pueda decir: ¿estamos los bonaerenses para pagar viaje de egresados? ¿No fue muchacho, no tuvo ganas de estar con sus compañeros, no le faltó dinero para ir al viaje donde iban los amigos? Cómo puede ser que Gustavo Sáenz, el gobernador de Salta, diga hay que cobrarle la salud a los extranjeros, es decir, los que viven entre nosotros, que son parte de nuestra vida, que pagan impuestos aquí y gastan. ¿No piensa en esto?

Cómo se puede tener tanta maldad que el planteo a sea algo tan deleznable. Cómo puede ocurrir un show tan patético como el que se perpetró el presidente en el Congreso; que se regocije insultando a troche y moche y que una buena parte de los insultados salga al menos con una media sonrisa. Cómo puede ser que ante la realidad que vivimos a diario no haya una palabra sobre cómo piensa combatir el hambre pavoroso que padecen las clases bajas. ¿O no piensa combatirlo?

¿Por qué pasa todo esto? ¿Cómo hemos llegado a este grado de maldad? Por qué, en lo humano, nos permitimos esta caída a los infiernos, ante estos personajes que si no nos defendemos, nos seguirán haciendo mucho peor de lo que somos.

Como en todas las actividades, en el mundo del teatro hay algunos hombres extraordinarios. Antón Chéjov lo era. Una de las figuras claves, ya no solo de esa actividad sino de la cultura mundial. A los 18 años escribió una obra que vi en el San Martín, hace unos cuántos años. Se trata de la caída al infierno de un personaje central. Un hombre con todos los vicios, que arrastra en su caída a todos los demás. En un momento el hombre le reprocha a una mujer que le está echando en cara toda su condición: «¿Qué cosa de mí te hizo pensar que valía la pena enamorarte de mí? Vos sos la culpable. Yo no tengo nada visible que explique el amor que me tenés. Ese amor que tanto te ha frustrado, que te ha dañado tanto. No puedo ser responsable. No hice nada para mostrarte que era otro».

Muchos habrán pensado que los insultos de Milei estaban destinados a otros. Por algún lado, los insultados tienen ese tipo de comportamiento. El otro día, una mamá de una niña con síndrome de Down lo sufrió, cuando el presidente quiso agredir, minimizar a Ignacio Torres, el gobernador de Chubut. ¿Esa señora, todos los demás? ¿Qué vieron en Milei, de verdad, para ponerle el voto?.

Se supone que todos tenemos algo que es un promedio de nuestros valores. Algunos lo tienen más, otros menos, algunos creemos tenerlos y por ahí otros piensan que carecemos de ellos. Pero en líneas generales cada uno, en su autoestima, está protegido por la idea de que los suyos valen la pena. ¿Cuáles son los valores promedio que pueden amparar el voto a Milei? Salvo el odio insuflado por gente incluso peor. Milei puede estar mal de la cabeza. Pero los otros lo usaron para llegar a prácticas económicas y de concentración de poder que dañan mucho. Lo sobreexpusieron porque decía cosas horrendas, tomaba un palo y jugaba la piñata en la tv, ya era un loco suelto que se jactaba que si un comerciante debía fundirse, que se funda…

Por lo tanto analicemos a futuro. Pensemos en cualesquiera de los candidatos que hemos tenido en los últimos tiempos, incluido Macri. Me cuesta, pero incluyámoslo. Al menos, no se presentaba a sí mismo como un loco: la perversidad, la manera de mentir estilo Macri es algo que se detecta por algunos, es una penetración en la que uno, además, puede equivocarse. Pero Milei no está bien. Que no podría estar a cargo de nosotros, ni siquiera de un consorcio, es una cosa evidente. Y ahora está ahí, en la Casa Rosada, rodeado de problemas graves que no advierte, jugando a ser presidente.

Es muy triste lo que nos ha sucedido. Ojalá que tomemos nota. Que haya muchísima gente sensible a que, para desestimarlo, no haya que esperar que el insulto nos golpee en la cara.

Y entre tanto, para finalizar, como contrapartida les dejo un regalo, un soplo de aire fresco de un gran amigo y escritor, José Luis Lanao: «Cuando los días se hacen de noche, pueden hacer esa niebla engañosa que pueden embellecer lo desagradable y devolvernos una imagen, noble y heroica de nosotros mismos. Gente sencilla con ilusiones tranquilas. Al fin y al cabo son poquísimas las cosas que de verdad importan. Querer a alguien; que alguien te quiera. El abrazo de tu abuela. El oficio de oír llover. No hay suficientes lágrimas a la hora de enterrar una vida que no has querido vivir. En ocasiones aparece alguien dentro de ti que no conoces. Síguelo. Saldrás a caminar en horas en que el mundo funciona a escondidas. Y verás entre los escombros a esa gente con la vida marcada en el rostro que ya no le queda futuro ni presente. Tal vez un poco de pasado. Por eso brindo por los sueños no cumplidos, los que se fueron, y los que están por venir. El otoño traerá trufas y setas. El sonido de la lluvia fina en los tejados traerá, además, un cielo más oscuro y más amargo, con más hambre. Esperemos no llegar como en Galicia donde se decía que aquí no se tira nada, en todo caso se emigra. O como aquel ciudadano alemán de posguerra. Fíjate si pasamos hambre en aquellos tiempos, que venía una chica hermosa con una barra de pan. Y mirábamos el pan…».

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