María Moliner según Andrés Neuman

Por: Maxi Legnani

El escritor, nacido en Argentina y residente en España desde su adolescencia, presentó su última novela “Hasta que empieza a brillar” en la Feria del Libro. En ella aborda la vida de María Moliner, la mítica autora del “Diccionario del uso del español”.

En horas donde en Roma se vota al sucesor del Papa, Andrés Neuman ingresa a una cafetería cool de Buenos Aires con su sonrisa generosa de siempre. La conversación sobre el tema se escucha en mesas aledañas y hasta en la Feria del Libro, tras el paso de Javier Cercas con su libro sobre Bergoglio. El encuentro del autor de Hasta que empieza a brillar, cuya materia es la vida de María Moliner y Tiempo Argentino comienza en derredor del vínculo del arte y el misterio.

“Me interesa mantener cierta escucha sagrada, que no tiene nada que ver con ningún credo, con ningún dogma, con ninguna iglesia. Y la puerta entreabierta a ciertas preguntas, que siempre nos quedarán grandes, pero que son al mismo tiempo las únicas que tiene sentido seguir haciendo.”

Neuman llegó a la Feria -que no visitaba desde antes de la pandemia- para dar a conocer su novela en torno a María Moliner, la mítica creadora del diccionario, cuya vida y obra investigó de manera detallada.

Foto: Mariano Martino

-Para María Moliner ¿el diccionario fue su catedral?

-Es una linda manera de verlo. Es una persona que decide levantar una catedral en soledad, con una pulsión igual de utópica, de insólita y de aparentemente imposible, pero con el agregado de que para armar esa catedral había que desmontar otra.

En realidad, lo que hace es deshacer una antigua catedral, que vendría a ser el Diccionario de la RAE. Así que hay como una visible y colosal, y otra silenciosa y no menos valiente, porque no parte de un terreno baldío, parte de una especie de feligresía impuesta que canoniza y centraliza.

Ella tiene que discutir con esa arquitectura y, ahora sí, con ese dogma mientras levanta su propio edificio. La primera tarea que es invisible es no menos colosal: para María Moliner, su diccionario es la culminación de su legado y de su vida. Es el punto de llegada, y no el centro de su vida.

-Fue una mujer que tuvo que sortear numerosas dificultades mayores, ¿verdad?

-Tuvo una vida de novela, porque tuvo que enfrentar tres formas de autoridad simultáneas: la lingüística, la política y la de género. Imaginemos cómo habrá sido trabajar en esas condiciones: sola, en su casa, escribió ochenta mil palabras.

Si fijamos un promedio de cuatro o cinco fichas por palabra y multiplicamos por ochenta mil estamos hablando de cerca de medio millón de fichas que esa mujer tenía en su casa, que no extravió, que no se desordenaron, y que no la volvieron loca. Es, en realidad, como la locura de la cordura, o sea, es un nivel superior de locura donde todo es una especie de orden superior.

Evidentemente, la ayudó haber sido una archivera experta y una bibliotecaria, quizá la más destacada del siglo XX.  María Moliner no tenía un cuarto propio, como mencionó Virginia Woolf, y entonces se venga de esa ausencia de cuarto propio tomando la casa entera.

-¿Qué aspectos descubriste de su vida anterior al diccionario, muy presentes en la novela?

-La voluntad y la capacidad de trabajo de María Moliner rozan lo imposible. Cuando se queda huérfana, se convierte en una niña trabajadora, se autofinancia los estudios, empieza la carrera un año más tarde de lo que le tocaba y con mucho esfuerzo, porque tiene que ir pagándose la matrícula haciendo exámenes libres.

-En su historia familiar y personal hay muchos viajes, muchos desplazamientos, ¿cómo impactaron en su vida y en su obra?

-El desplazamiento es muy importante en ella. Una hipótesis por la cual doña María y su diccionario son tan amados en Latinoamérica, y por la que no se la considera una española más es por lo lingüístico: fue una ciudadana nómada de su país que no tenía un concepto centralista de lengua.

Y esta es la lectura literaria y creativa que se puede hacer del diccionario, porque la mayoría de ejemplos de uso de María Moliner son inventados por ella misma, y esto marca una diferencia enorme tanto de libertad y derechos de cada hablante a participar del canon. Ya no son las autoridades, las grandes plumas, citadas en el diccionario: doña María incluye frases escuchadas en la calle, palabras de su familia, cosas que oía en el mercado, pero sobre todo lo que ella le daba la gana, lo que se imaginaba

-¿Cómo fue el trabajo de investigación para la novela?

-Es imposible completar el rompecabezas solo con los datos y la información, aunque quisieras no podrías: hay muchos años de doña María de los que se saben poquitas cosas, con lo cual la ficción ahí está a sus anchas, como un modo no de oponerse, sino de completar la verdad. Y también de intervenir en el imaginario, porque María Moliner no fue una señora que está en su casa zurciendo calcetines, como en la necrológica de García Márquez. Estuvo muy lejos de eso.

-Al igual que el punto de vista en esta novela, tus libros anteriores, Umbilical y Pequeño hablante, parecen ser herederos de las llamadas nuevas masculinidades, ¿lo ves así?

-Más que nuevas masculinidades, yo diría otras masculinidades. Creo que generan atención mediática a un fenómeno que en realidad es incipiente y que tiene bibliografía muy escasa. Francamente no es una moda: es un tema que se está empezando a imponer en la conversación colectiva, pero estamos escribiendo todavía relativamente poco sobre repensar las paternidades que hemos heredado, las que estamos cultivando en nuestras crianzas: falta mucho.

En el caso de María Moliner, por supuesto que se puede leer desde los géneros del feminismo. Es inevitable, porque una mujer pionera en tantos campos, y que al mismo tiempo perteneció a toda una generación de mujeres que rompió muchos moldes. La vida de María Moliner no puede dejar de pasar por este enfoque porque es central en ella, pero además es central de un modo muchas veces indirecto, lo cual lo hace más fascinante.

Hasta que empieza a brillar

“Si una escribía por amor a lo que había leído, y leía más para escribir mejor, y luego releía sus propias palabras.

Si una terminaba escribiendo, en suma, lo que necesitaba leer, sólo tenía sentido intentar libros que no existieran.

Anhelaba inventar el diccionario que le hubiera hecho falta, ese que le habría encantado consultar como estudiante, investigadora, bibliotecaria, madre. Trabajaba con sus huecos. Escribía desde ahí.

Algo similar pensaba sobre quienes, con suerte, se detendrían quizás en sus páginas. ¿Estaba dando por sentada su existencia? ¿O emborronaba papeles para que esa comunidad imaginaria fuese posible?

Entre las poquitas certezas que a su edad le iban quedando, una era justo esa: los vínculos entre ética y precisión verbal. Alguna gente escribía, pero todo el mundo hablaba. Hablar era la obra. Nuestra obra. Una radicalmente colectiva, al margen de quién tomase la palabra.

Igual que un diccionario.”

                                                                                                                          Fragmento de la novela de Andrés Neuman

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