Este jueves 10 tuvo lugar el encuentro “Caparrós y amigos” en celebración del autor, justo dos días después de que recibiera el título de Doctor Honoris Causa en la UBA.
Pero el tono del encuentro-homenaje “Caparrós y sus amigos”, en el Alvear repleto, vibró con otras emociones ya cuando él, que padece Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), se acercó al escenario en su silla de ruedas con motor, acompañado por sus amigos narradores, periodistas, editores, más su propia madre, la psicoanalista Martha Rosenberg, y su pareja, la periodista española Marta Nebot. Al empezar, Caparrós sonrió diciendo: “Gracias a este comando de amigos que decidió que quería organizar algo como esto. Y gracias a ustedes, que vinieron. Es muy emocionante”.
¿Quiénes lo flanqueaban en el Alvear mientras, detrás, Miguel Rep se disponía a proyectar sus dibujos en la pantalla, inspirándose en las lecturas por venir? Allí estaban, sentados de a grupos en sus butacas blancas, Cristian Alarcón, Eduardo Anguita, Juan Boido, Daniel Guebel, María O’Donell, Claudia Piñeiro, Graciela Speranza, Ernesto Tenembaum, Margarita García Roballo, Matilde Sánchez, Jorge Telerman, Gonzalo Caparrós, Dani Yako y Paula Pérez Alonso, entre otros.
Más tarde participarían la distancia Jorge Fernández Díaz, Leila Guerriero y Reinaldo Sietecase.
Entre todos leyeron, en el transcurso de una hora y media, fragmentos de Antes que nada, las memorias de Caparrós de 2024 (de Penguin Random House, organizadora del homenaje junto a otras organizaciones y al gobierno porteño): todos repasaron, al micrófono, pasajes seminales del libro acerca de la infancia de Caparrós; su familia; su juventud en la militancia; sus amores, dolores y sueños; sus viajes; la aceptación de la enfermedad; el periodismo; el rol de la literatura; los amigos idos; las carencias de patria y, ante todo, la esperanza en un mundo más justo y solidario.
Y el primero que leyó, sin temblor en su voz, fue el propio Caparrós: “No quiero convertirme en, ¡ay, pobre, qué mala suerte tuvo! ¡Ay, qué pena, qué mal lo debo estar pasando! No quiero convertirme en ese héroe de la época: la víctima. No quiero que me traten como a un héroe victorioso, para bien y para mal: un condenado. No quiero esa referencia melancólica. No quiero que los que me quieren me vean con tristeza. No quiero que, al verme, vean al muerto. No. Mientras siga vivo, quiero seguir vivo”.
Las voces lectoras de sus amigos y colegas se fueron desplegando una a una, mientras el público aplaudía, gozaba, reía o hacía silencio en los pasajes narrativos más duros y conmocionantes de Antes que nada. Así, uno de los presentes leyó, acerca de los recuerdos vívidos: “Supongo que la memoria es eso, armarse historias, componer imágenes, ser verdadero sin ser realista”.
Y otro invitado prosiguió: “La juventud se definió en dos formas básicas de resistencia. O pelear contra sus instituciones políticas, o pelear contra sus instituciones culturales y morales al mismo tiempo”.
Así, en los años ’60 y ’70, “cuando se estaba inventando la idea de juventud, se constituyó por oposición a unos adultos que nos mandaban y querían controlarnos -se oyó-. Tenían el poder político para mantener la injusticia y la desigualdad. Tenían el poder religioso y moral para decidir quién podía coger con quién, qué música se podía escuchar, qué se podía leer o mirar o tomar”. Y tenían “el control de todas las instituciones que necesitaban para imponer sus reglas: el Estado, las iglesias, los medios, las escuelas. La rebelión contra tanta norma estaba muy cantada”.
Porque “estábamos convencidos de que construíamos un mundo mejor, radicalmente diferente. Que no lo hayamos sabido hacer, o aun que fuera desde el principio una ilusión, no quita que no nos haya hecho muy felices. Nos dio unos años que difícilmente pudieron ser mejores”. En el libro, Caparrós contrasta: “La juventud actual se duele y queja porque sus padres les están dejando un mundo que no los satisface. Un mundo degradado, empobrecido, falto de muchas ventajas y oportunidades que sus mayores, supuestamente, sí tuvieron”.
También se leyeron pasajes de Antes que nada en recuerdo de amigos desaparecidos y asesinados en la dictadura; hubo duras evocaciones de Caparrós como argentino expatriado; se oyeron confesiones de sus romances y su admiración por Juan José Saer, entre otros escritores; se recobró la antesala de la entrevista de Caparrós a Julio Cortázar, en los ’80 -con aquél ya enfermo-, mientras Miguel Rep iba por su tercer o cuarto dibujo y en pantalla se veía la entrañable caricatura del autor de Rayuela. Antes, Rep había ilustrado tiernamente a Caparrós de bebé -siempre con sus enormes bigotes-.
Otro amigo o amiga de Caparrós leyó en el Alvear: “Ser viejo es aceptar, y todo el resto son maniobras bilaterales. Ser viejo es aceptar, entre otras cosas, que ya no habrá manera de aceptarse”. Entonces, envejecer “es detectar esa vida de viejo y desear que dure mucho tiempo. Saber, para colmo de males, que cada vuelta, cada día, cada semana, cada año, esa vida será peor y más deseada. Se puede cambiar viejo por enfermo. Ser viejo, al fin, es desear lo que nunca has deseado. Ser viejo es no tener enemigo más bruto que uno mismo”.
Más tarde se leyó el pasaje de Antes que nada en el que Caparrós menciona a su amigo-periodista Jorge Dorio, fallecido en marzo de este año, y con el que conducía en los ’80 el premiado programa de radio Sueño de una noche de Belgrano: “En esos días, en Buenos Aires, la cocaína circulaba bastante (…). Era una droga despreciable que sólo servía para producir más y más; para hacer más de lo que ya sabés que vas a hacer. No para hacer nada distinto. Era la droga integrada por excelencia y funcionaba como una tarjeta de crédito: te permitía gastar ahora la energía, el tiempo, que pagarías mañana”.
Otro segmento de Antes que nada tuvo una emotividad palpable en el Alvear: el del nacimiento de su hijo Juan Caparrós. “Un hijo trae siempre la cuestión del nombre. La vida nos da pocas oportunidades de asumir ese momento decisivo que implica ponerle un nombre a algo, a alguien. Nombrar a un hijo es definirlo dentro de ciertos límites”. En sintonía, “hay pocas situaciones en las que uno disponga algo tan decisivo, algo tan consistente. Cada nombre tiene una historia, una carga social, unos rasgos que marcarán muchos momentos de esa vida”.
Además se oyó el fragmento de Antes que nada en el que Caparrós alude con pudor acerca de sus amores, pero celebra a su pareja actual, Marta Nebot: “Y quizás, pienso ahora, conseguir que un amor funcione es saber combinar esas proporciones. Aprender con el tiempo, terminar de aprender cuando ya importa poco, a lograr esa mezcla. No sé por qué decidí no hablar mucho en estas páginas de las mujeres que he querido. Han sido tan importantes en mi vida que quizás pensé que deba callarlas. No quiero tampoco molestarlas”.
En el Alvear también se leyó el momento del libro en el que Caparrós analiza su vasto oficio de escritor: “Me importa, pero me sigue importando, la extrañeza de haber dedicado mi vida a algo que no sé bien qué es, cómo es. ¿A qué cuernos vamos a llamar literatura? -escribe- Se suele llamar literatura a cualquier conjunto de varios miles de palabras, reunidas con el propósito de ganar cierto prestigio, cierto dinero. O a ganar algún consuelo, emocionar o incluso emocionarse”, sólo por el placer “de hacer lo que te da placer y dárselo, si acaso, a cuatro o cinco más. La ambición es pequeña. La ambición es enorme”.
Ya al borde del cierre del homenaje se leyó otro pasaje nodal de Antes que nada: sus alusiones al presente del país. “Cuando pienso en Argentina, lo primero que pienso son alborotos y peleas. Esa lógica del enfrentamiento que domina las relaciones criollas. No estoy en contra de los enfrentamientos; muchas veces son indispensables. Pero creo que la Argentina actual no conduce a nada. Que prospera la pelea por la pelea misma para demostrar que uno la tiene más larga que algún otro”.
Tras hablar sobre los odios que circulan por las redes, Caparrós remata en el libro: “Sé que hay muchos argentinos que no son así, pero me repelen esos rasgos que borronean la patria”. Y fue el mismo homenajeado el que eligió cerrar leyendo, en verso, antes de los aplausos de pie: “Ahora debo despedirme. Lo bueno, si breve, bueno, y así lo malo, si breve, puede parecer mejor. No suele ser el temor lo que define mis frases, pero hoy la emoción me hace temer y temblar entero. Muchas gracias compañeros, muchas gracias mis queridos. Me han dado felicidad de esa que, cuando se da, nunca cae en el olvido”.
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