La obra periodística de Cristian Alarcón lo llevó a adentrarse en los lugares más peligrosos de América Latina y la Argentina en particular, a entrevistar narcos y rufianes, a sumergirse en el universo de las villas acompañando a los pibes chorros. De esos universos sórdidos salió la belleza de una literatura non fiction a lo Rodolfo Walsh en obras tales como Cuando me muero quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros (2008) o Si me querés quereme transa (2010).

Pero hoy, el que además con El tercer paraíso fue el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2022, se mete de lleno en lo que define como su desafío mayor y en el que afirma compromete su valentía de manera integral: asomarse al abismo de sus propios traumas infantiles. Lo hace a través del dispositivo teatral en Testosterona, la obra recientemente estrenada en el Astros dirigida por Lorena Vega en donde Alarcón se encarna a sí mismo para evocar el recuerdo del niño marica que durante dos años fue inyectado con testosterona para curar su afeminamiento, para extinguir su ser homosexual y reconvertirlo en heterosexual. De manera concomitante a que hace catarsis aristotélica en el teatro, el cronista, periodista y novelista devenido actor, desarrolla un trabajo de investigación sobre la historia y los usos de la testosterona.

–¿Qué sentidos y prácticas tuvo la testosterona durante el siglo XX?

–La testosterona es sintetizada a comienzos del siglo XX. Las primeras experiencias surgidas con la detección de que determinaba las características masculinas son de fines del siglo XIX, fueron con animales: gallinas a las que se les inoculaba orina de gallos para ver cómo desarrollaban crestas. Después los nazis retoman esto y lo usan en humanos para incrementar sus ejércitos con hombres fuertes transformando presos homosexuales en heterosexuales. Los nazis tenían una particular homofobia que señalaba a los homosexuales pasivos y los distinguía de los activos. Consideraba que la abyección estaba en esa subversión de roles y que ciertos varones relegaran o despreciaran el rol activo propio de un varón. Por eso, el lesbianismo si bien era perseguido no fue perseguido con la virulencia en que fueron perseguidos los homosexuales amanerados o pasivos previo a la segunda guerra. Luego, durante la guerra, se crea una categoría específica en los campos de concentración: el triángulo rosa invertido.

–¿Qué propósitos se buscaban en 1977 al inyectar testosterona a un niño de siete años?

–No había pensado exactamente en la relación con la dictadura que nos oprimía en el momento en que yo fui sometido al tratamiento de reconversión. La relación entre el holocausto como gran trauma y el trauma que produjo este holocausto nuestro se relaciona con esta convicción del fascismo de que puede gobernar los cuerpos y puede tomar decisiones por los niños, como en este caso, la pretensión de intervenir sobre el deseo, la identidad y la vida de una persona. Esa potestad se hace desde el mayor de los autoritarismos e imbuido de un poder absoluto porque se trataba de un sistema médico que no dejaba ningún resquicio de oposición a esa voluntad de reformar o controlar el cuerpo de un niño distinto, diferente. Cuando yo hablo de 1977 en la obra, esa escena en la que soy conducido en un Ford Falcon de mi padre a una clínica, a un centro de salud donde me iban a inyectar la testosterona no es un paisaje ajeno a lo que ocurría en esa zona que estaba absolutamente militarizada donde había campos de concentración y desaparecidos y torturados ni tampoco al clima de época en que ser chileno en la Patagonia significaba prácticamente un delito porque se tejía el conflicto bélico que casi se desata a fines del 78. Pensando ahora qué hice yo durante los partidos de fútbol del Mundial 78, no recuerdo haber visto ninguno. Mi padre estaría preocupado por este niño que odiaba el fútbol, que despreciaba las actitudes masculinas, que amaba las muñecas y le gustaba la lectura infantil de modo fanático, que fue el refugio para mí de todo aquello. No tengo casi memoria de esos dos años de tratamiento como si el trauma hubiera operado para que perdiera la memoria extrañamente justo durante esos dos años.

Alarcón y Lorena Vega.
Foto: Alejandra López

–¿Para qué se usa y qué nuevos sentidos adquiere actualmente la testosterona?

–Si en aquel momento la testosterona significaba el desarrollo de un proyecto político eugenésico que relacionaba el holocausto judío con la tragedia inmensa de los desaparecidos en la Argentina que le daba contexto a esas prácticas, hoy en las antípodas se podría pensar en la hormona como una sustancia revolucionaria en el sentido de que es usada por voluntad propia por aquellas personas que buscan reconstruir o deconstruir una identidad como en el caso de los chiques no binarios, trans varones que están utilizados para darle contorno a sus identidades elegidas y construidas y también para el caso de varones y mujeres no necesariamente de la comunidad LGTBIQ, mayoritariamente heterosexuales que van en busca de la recuperación del deseo sexual por medio de la testosterona en la menopausia de las mujeres y en la supuesta andropausia de los varones. Es creciente el uso de la testosterona por médicos andrólogos, endocrinólogos, ginecólogos. Tengo muchos testimonios de personas que la están usando. Es increíble como aquello que fue usado como arma química de control de una sexualidad considerada abyecta en un niño hoy sirva para elecciones personalísimas de cambio y transformación en la búsqueda de lo personal político, del goce y del placer. Hay una contraposición clara.

–¿Cuál te parece la importancia política de que la obra se estrene en este contexto histórico?

–No parece casual que el tema vuelva en un momento de derechización cultural y política. La paradoja más feroz es que justamente aun en este nuevo escenario de un uso democrático de la hormona, la obra estrena en el clima político más impensado, más difícil de comprender y de enfrentar por parte de la comunidad artística y LGTBIQ+. Me parece emblemático que hayamos buscado de un modo bastante inconsciente la centralidad de un teatro de la calle Corrientes para poner en escena una obra que subvierte los criterios patriarcales, fascistas y conservadores en relación con las diversidades.

–Y en términos personales, ¿por qué elegiste este momento para contar tu historia?

–Lo hice cuando pude. El recuerdo llegó cuando fue posible para mi estructura psíquica soportarlo. El recuerdo llego luego de ser largo tiempo reprimido y olvidado, después de más de 20 años de psicoanálisis lacaniano, de distintas prácticas de meditación que vine haciendo para encontrar mejores formas de ser y sentir para mí y para con los demás y aterrizo lentamente primero como un ramalazo, como un recuerdo neonato del pasado, pero luego en compañía.

Alarcón y Tomás de Jesús.
Foto: Alejandra López

–¿Cómo fue el proceso de construcción de la obra?

–Primero en diálogo con una artista colombiana y performer Nadia Granados, diálogos con Lorena Vega, con amigos escritores y artistas, con mi hijo y con mis padres que aceptaron generosamente la invitación a reconstruir esto. Lejos de culparlos y señalarlos, les pedí la solidaridad de su memoria de mi trauma aun cuando ellos no comprenden la intensidad del trauma producido llevando a ese niño a ser inyectado. No juzgaron mi necesidad de revisar el pasado. En el caso específico de mi madre confirmándome que fui inyectado durante dos años con la hormona con el objetivo de transformarme en heterosexual y dejar de ser ese niño marica que no podía ser tolerado por su entorno y por los médicos.

–Al comienzo de la obra decís que creciste con una madre para la que cualquier acontecimiento era el fin del mundo. De todas las afirmaciones maternas que evocás,  ¿el triunfo de Milei qué fin del mundo sería?

–Yo escribí el texto del fin del mundo para pensar el futuro después del Covid a partir de una propuesta de Alejandro Grimson. Yo crecí con el discurso distópico de mi madre. Pero hay otro discurso distópico que se está materializando en prácticas políticas y que dan cuenta de la crisis terminal de la democracia que estamos atravesando. Las nuevas versiones del neoliberalismo sueñan con el exterminio del otro. Testosterona se compromete en medio de la crisis económica que más golpea el bolsillo de las personas que pueden comprar entradas para ir al teatro. Yo creo que, evidentemente, aunque el mundo se termina mañana, la gente piensa que debe terminarse luego de ver una buena obra de teatro o una buena performance o de que vuelva a cenar con amigos o de coger como nunca folló en su vida. En la finitud aparece un nuevo compromiso con lo vital que estriba en que todo vuelva a ser novedoso.

–¿Cuáles te parecen los mayores peligros que atraviesa la comunidad LGTBIQ+ en la era Milei?

–El peligro de no poder leerse en comunidad. Los discursos liberales le dan cabida a los derechos de la comunidad LGTBIQ+ desde el punto neoliberal que es una autoafirmación de las identidades individuales o sectoriales. Más que autoafirmar lo gay, hay que aprender de los feminismos más modernos que implican la imbricación de luchas, es decir luchas transversales vinculadas con raza, etnia, clase para que el sentido de la reivindicación.   «

De Jesús, Alarcón y Vega.
Foto: Alejandra López




Testosterona

Con Cristian Alarcón y Tomás de Jesús. Dirección: Lorena Vega. Jueves a las 20:30 en el Teatro Astros, Corrientes 746.

Los matices teatrales, según Alarcón

–¿Cómo estás viviendo la experiencia teatral?
–Es una ceremonia llena de matices y energías. Es un ritual de un equipo poderoso donde se trabaja la fineza, lo sutil. En el teatro se maneja particularmente el arte de lo sutil, ese aspecto tan buscado por la poesía y la literatura narrativa. En el teatro esa búsqueda de la belleza sutil es colectiva y se intensifica a partir del trabajo con el otro. Y así logro (auto)encarnarme con quienes me acompañan y con esos otros personajes que forman parte de la obra desde Alexandre von Humboldt hasta Rodolfo Walsh. En escena estoy con el actor y bailarín Tomás de Jesús y con la potencia que le da la dirección de Lorena Vega. Es esa conciencia colectiva y política lo que vuelve potente y radical a este dispositivo.
–¿Cuáles fueron las primeras devoluciones del público?
–Me escribieron gays que habían sufrido el mismo tratamiento. Pero la historia en escena impacta de modo especular en distintos aspectos del ser humano más allá de la comunidad LGTBIQ+ porque todos hemos sido víctimas de la violencia de los mandatos. Se adentra en una trama absolutamente negada por la corporación médica, pero también por los discursos reivindicatorios de los Derechos Humanos porque escapa del pensamiento racional como imaginar que hubo un plan sistemático y eugenésico para a través de inyecciones testosterona convertir a niños y adolescentes homosexuales en heterosexuales. Y se sigue haciendo.
–¿De qué manera la obra resiste al contexto?
–El modo en que circula esta narrativa, la manera en que rompemos los límites del periodismo y de la investigación para llevar todo el aprendizaje del mejor periodismo latinoamericano a un dispositivo escénico, estético y político que no se conforma ni con lo uno ni con lo otro, sino que construye una nueva forma narrativa híbrida entre el biodrama, el teatro, la investigación periodística, la crónica, el testimonio, el uso de los archivos afectivos y el uso de los archivos médicos, la reconstrucción de la memoria desde la intimidad que guarda sentido con el contexto político coyuntural viene a confirmar que la persistencia de la búsqueda de la verdad a través del arte termina siendo más poderosa que la simple denuncia.