Mujeres indígenas que cuidan: mucho más que trabajo no pago

Por: Jésica Rivero

El movimiento de mujeres y diversidades logró que se debatieran las tareas de cuidado. Qué pasa cuando se invisibilizan las identidades.

Lavar, planchar, llevar al colegio y bañar. También mimar. Estas acciones, entre otras, son las que ilustran los debates actuales en torno al trabajo de los cuidados, esa tarea esencial para sostener la vida que en su gran mayoría es llevada a cabo por mujeres y niñas.

El movimiento argentino de mujeres y diversidades, que todavía sacude las energías del último encuentro en la provincia de Corrientes, está pintado de múltiples colores, regiones y geografías. Igual que los cuidados.

No es lo mismo cuidar un niño en la ciudad de Buenos Aires que hacerlo en la Alta Montaña de Catamarca. “Lo que rodea esa tarea de cuidar es un amor profundo por nuestra tierra” reflexiona en diálogo con Tiempo Argentino, Lorena Monroy, activista indígena popular y feminista que integra “Lideresas Indígenas del Valle”, un grupo de mujeres que desafía la violencia en los territorios rurales junto a la organización Católicas por el Derecho a Decidir en Argentina (CDD) con quienes integra el Proyecto Cuerpos y Libertades desde 2019 desarrollando redes con mujeres líderes indígenas sobre derechos sexuales y reproductivos, aborto, y violencias de género

Lorena nació en plena dictadura en San José Norte, un pequeño pueblo ingamana de la provincia de Catamarca. Hija de una adolescente de 16 años que, como parte de algo propio de la época, les confió su crianza a los abuelos maternos, sus achachis en lengua quechua. “Ellos me transmitieron su sabiduría indígena” cuenta.

Ser mujer en la montaña

Para Lorena, los cuidados en su comunidad no se restringen a las personas, sino que involucran el cuidado de la tierra, los animales y los bienes naturales como el agua. “Ser pastora, mamay (mamá en quechua), leñera, hachera o tejedora también es ser cuidadora” reflexiona. Cuenta que son tareas que realizan históricamente las mujeres en el monte y la alta montaña, quienes aprenden desde niñas a desarrollar esos saberes mientras los varones se van a trabajar en las plantaciones de temporada o a buscar trabajo en los centros urbanos.

Para ella, “una india Amaicha”, es difícil identificar cuánto hay de mandatos sociales en esa herencia ancestral transmitida por su familia. Lorena sabe que el machismo está presente en esos territorios que recorre junto al universo indígena y feminista del que forma parte para desafiar las violencias en medio de las montañas, los valles y el monte.

No sabe si en la ancestralidad también radica algún tipo de mandato que les haya impuesto el rol de cuidar, pero piensa que “lo que rodea estas tareas es un amor profundo no solo por la familia, sino también por los animales, la tierra, el agua. Desde las parteras, a las sanadoras, las hacheras y las pastoras, somos las mujeres las que sostenemos nuestras comunidades cuando los varones se van a la zafra o a trabajar en las ciudades. Por ejemplo: mi achachi (abuela en quechua) es partera desde hace mucho tiempo entonces las nietas heredamos ese rol. Es una tarea exclusiva de las mujeres, como la de pastorear a los animales”

Los tiempos de los cuidados en la montaña

Lorena enumera las tareas de pastorear: sacar los animales temprano de los corrales, llevarlos a la montaña, a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar cuando no hay pasto en el valle. En febrero, mes de las pariciones, cuidar a las cabras y chivas, que son los animales que luego podrán vender para sostenerse económicamente.

En las conversaciones sobre la sobrecarga de cuidar que recae sobre las mujeres, las escenas habituales son las propias de la ciudad: trabajar ocho horas (o más), llevar y traer de colegios, clubes y cumpleaños a niñas y niños. Acompañar a personas mayores al médico y cuidar hijos/as ajenos. Pero no abundan las escenas sobre cuidar en el monte, maternar en la montaña o criar en ranchos de paja y caminos de agua.

En la comunidad de Lorena, a los cuidados los nombran “quehaceres” y aunque ella sabe que desigualdades patriarcales existen en todos lados, se pregunta dónde radica la enseñanza de cuidar: si en el amor o en la imposición. “Yo creo que sí hay una forma de enseñar a cuidar desde el amor, lo que nos enseña a ser guardianas y protectoras desde muy chicas. No sé si quizá la ancestralidad también pase a ser una imposición que profundamente llevamos las mujeres porque los varones tienen otras actividades que también tienen su dureza, como lo es migrar y no poder volver a tu territorio. Pienso que saber cuidar es una herencia ancestral que no la vemos o no tenemos esa mirada desde afuera como una imposición. La vemos como algo sagrado heredado de las abuelas, como la medicina que protege la vida. Quizás una mirada externa vea esos mandatos, pero desde la comunidad no se siente así” reflexiona.

Lorena no es ajena al pueblo feminista, lo integra. Recorre los valles con una mochila con folletos sobre métodos anticonceptivos y como conseguirlos, los que comparte en las comunidades como parte de lo que ella llama la causa de las mujeres y de sus derechos reproductivos y no reproductivos, una manera de evadir las palabras aborto y feminismo que aun suenan mal en ámbitos indígenas. 

Los cuidados en el mundo

En la última década, los feminismos lograron que los cuidados se comenzaran a repensar desde su aporte económico, invisible y cargado sobre los hombros multi empleados de las mujeres. La conversación se extiende en las mesas, las calles y también en los organismos estatales e internacionales.

Este año, a partir de un reclamo del Estado Argentino realizado en 2023, la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció al cuidado como un derecho humano. En su Opinión Consultiva N° 31, el organismo resolvió que esto comprende el derecho de toda persona a contar con el tiempo, espacios y recursos necesarios para brindar, recibir o procurarse condiciones que aseguren el bienestar integral suyo o de otros y les permitan desarrollar libremente sus proyectos de vida, de acuerdo con sus capacidades y etapa vital.

También sostuvo que corresponde a los Estados respetar y garantizar este derecho, así como adoptar medidas legislativas y de otro carácter para lograr su plena eficacia.

Unos meses después de la resolución de la CIDH, el 10 de noviembre, en el marco de la IV Cumbre CELAC–UE, se firmó el Pacto Birregional de los Cuidados. Fue impulsado por 80 organizaciones de América Latina, el Caribe y la Unión Europea. El acuerdo tiene el objetivo de promover la cooperación en materia de políticas públicas y sistemas integrales de cuidado entre los países de ambas regiones, impulsando acciones de cooperación en materias como intercambio de experiencias, elaboración de informes y estadísticas e impulsar programas de cooperación que promuevan la igualdad de género.

Pese a estos avances en las agendas y las conversaciones globales, el gran interrogante es sobre cómo y con qué fondos se pueden materializar estas propuestas.

Qué pasa en Argentina

El contexto argentino es desahuciante en este tema, como en muchos otros relacionados con la calidad de vida de las personas. Los discursos y prácticas de odio que se incrementaron desde la asunción de Javier Milei en la presidencia también impactaron en las identidades indígenas. ¿Qué aporta ampliar la conversación sobre sus experiencias y miradas en ese contexto? Monroy cuenta que, desde hace dos años, la agresión y el insulto son moneda corriente para ella. “Aunque la conectividad es muy mala, los indígenas también usamos redes sociales. La cuestión discursiva y violenta, se ha profundizado. En estos tiempos de derecha nombrarte como mujer indígena implica que se te venga la agresión encima” cuenta.

Ella reflexiona que lo particular de este contexto es que el racismo y el odio ha calado incluso dentro de las propias identidades indígenas. “Es muy difícil ser indígena en estos tiempos porque los indígenas somos vistos como vagos, sucios, brutos, violentos y agresivos. Todo lo que en realidad son los que agreden”, analiza Lorena.

“Esto se ha profundizado tremendamente, pero también hay una cuestión que analizar más profundamente. Es un dolor profundo que me atraviesa y es que nuestras comunidades también se empiezan a borronear nuestra propia identidad, porque hay un racismo dentro de las propias comunidades donde también calaron los discursos de derecha que generan que haya personas que se miren al espejo y digan: me detesto como soy”

Hablar del territorio

El año pasado ONU Mujeres y la Asociación Civil Lola Mora presentaron el estudio “Mujeres rurales y cuidados en el Gran Chaco, Provincia de Salta” donde recorrieron las trayectorias y experiencias de la comunidad guaraní Yacuy de Tartagal y la comunidad kolla de Nazareno.

Este informe sintetiza los principales resultados de la investigación que se llevó a cabo durante 2023, y que tuvo como objetivo relevar la demanda existente de cuidados y cuidados comunitarios en áreas rurales del Gran Chaco, describir sus estrategias de resolución, y construir un mapeo de políticas a escala nacional y local.

La investigación parte de una definición analítica de cuidados que incluye una variedad de tareas que tienen como finalidad el sostenimiento y la reproducción de la vida: los cuidados sanitarios, la provisión de agua y alimentos, los cuidados domiciliarios, los cuidados de las personas dependientes (niños/as, enfermos/as y/o ancianos/as), los cuidados que reciben las personas cuidadoras y el autocuidado. La mayor parte de estos trabajos son realizados por cuidadores/as no remunerados/as, que en su mayoría son mujeres y niñas.

Reconoce que pese a que en el último tiempo los cuidados encontraron un lugar de relieve en la agenda política y en la opinión pública, estas aproximaciones pusieron el foco en conglomerados urbanos por lo que el informe se propone contribuir en la exploración de los vínculos entre los cuidados y las desigualdades sociales y de género en las comunidades rurales.

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