El taxista venezolano Leonardo Rabbat y un compañero fallecieron a principios de mes luego de haber sido violentamente atropellados por un muchacho que iba drogado por avenida Del Libertador. Esta semana su familia se queda sin poder pagar la renta en una pensión que se aprovecha de su situación.

“Hoy fui a la embajada de Venezuela pero no tienen recursos para ayudarnos. También fui a la Casa Rosada pero no me dejaron entrar. Estoy desesperada, mañana (por el martes 26 de febrero de 2019) se nos cumple el vencimiento de la renta. No tenemos otro lugar a dónde ir y estamos sin trabajo fijo”, se lamenta Jani Ortíz, de 60 años, madre de Leonardo y otros cuatro hijos que permanecen en Venezuela. La mujer, sin embargo, no pierde la esperanza y explica que el martes temprano la pareja de Leonardo, Mary Ortega, debe presentarse a una entrevista de trabajo.
Mary y su hijo de tres años se reencontraron con Leonardo en mayo de 2018. Poco después se sumó también Luis Ortega, el padre de ella, que en Venezuela solía hacer trabajos de costura y zapatería y que acá tuvo que arreglárselas vendiendo arepas y café, en la misma parada de taxis donde su yerno fue atropellado.
En la charla que Jani mantuvo con Tiempo se mostró derrumbada. Apenas se enteró de la muerte de su hijo, malvendió su auto para comprar el pasaje y vino a despedir los restos. Ahora, no sabe qué hacer si volver o quedarse para ayudar a su nuera, en caso de que ésta tenga que trabajar, y cuidar a su nieto. “No puedo creer que mataron a mi hijo como si fuera un perrito. No me quiero ir a Venezuela y dejarlo acá enterrado. Tampoco puedo ir allá, Venezuela está tan mala” analiza la mujer entre sollozos.
En Venezuela, Leonardo se recibió de ingeniero petrolero. “Nunca pudo conseguir trabajo de eso, él vendía queso y huevos en un comercio. Le compramos un carro y el taxeaba, pero allá la situación se puso tan fea que decidió venir acá”, detalla la madre, de quien Leonardo aprendió el oficio de conducir para otros.
“Yo también taxeaba. Logré graduar a todos mis hijos y a su esposa, que se recibió de administradora de empresas gracias a mi taxi”, señala Jani al resaltar el esfuerzo que tuvo que hacer para que todos sus hijos llegaran a la universidad.
Jani confía que saldrá adelante, pero hoy todo es cuesta arriba. Ella, su nuera, el nieto y su consuegro viven en dos habitaciones de una pensión de Ciudadela, por las que pagan 8000 pesos por cada una. Si bien por ese precio, en el conurbano podrían acceder a una casa, nadie les alquila dado que no tienen recibo de sueldo ni garantías. Por eso, piden desesperadamente que alguien los escuche.
“Mary no quiere irse sin llevarse a Leonardo y yo debo ayudarla por su hijo. Mi nieto pregunta por qué el padre tarda tanto en regresar del cielo. Es un chico muy inteligente. Me parte el alma. Yo quiero irme. Este país me tiene triste. Tiene muchas cosas bonitas, pero ese hombre lo mató muy feo. Quiero dormirme y no amanecerme”, añade la mujer.
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