Otro género de fuerza

 Se podría decir que en plena crisis de representación política, las urnas en la Provincia de Buenos Aires volvieron a tener “aura”. Eso que se produce como efecto de un extrañamiento al mirar ciertos objetos y que pareciera darles una vida más allá de su materialidad (la caja de cartón). Sin embargo, ese efecto convive con la desafección y el ausentismo como práctica y como fantasma. Primer punto: contra los análisis que festejan la “vuelta” de la política, “volviendo” a plegar la política solo a la contienda electoral.

Está claro que las urnas emitieron un mensaje contundente de derrota estrepitosa del gobierno anarcocapitalista: tanto en la extensión de distritos perdidos como en la extensión numérica de la ventaja que sacó la oposición aglutinada en Fuerza Patria. Segundo punto: la derrota del gobierno es un punto de inflexión que anuncia una crisis de la que no se puede predecir su temporalidad (tal vez 2027 quede demasiado lejos).

Ahora, ¿de dónde salió esa fuerza de rechazo al gobierno? Sin dudas, el resultado respalda un modo de gestión política del gobierno de la Provincia de Buenos Aires pero de manera más general —proyectada en el hecho de contener el 40 por ciento del país— expresa un rechazo a la gestión nacional (ya anticipada en las varias elecciones provinciales previas).

Volvamos a la cuestión de la fuerza.

Queremos subrayar el trabajo artesanal de costura de las luchas que pasó casi invisibilizado por la mayoría de los análisis, ahora volcados rápidamente a la ingeniería del sistema político, sus roscas e internas. Son dos modalidades de producción política (artesanal e ingenieril), solo que la segunda es más hábil para la reivindicación de luchas según los momentos oportunos y la primera más oblicua a la hora de la traducción electoral.

Ahora que los comentaristas de todo tipo se avalanchan sobre la recuperación de la estrategia opositora, nos interesa volver a poner el ojo en cómo se viene armando un cuerpo colectivo que nos hizo experimentar en alianzas hechas casi en desesperación cuando “la política” abandonaba a lxs afectadxs y pensábamos que estábamos en soledad contra los poderes más brutales.

Esas alianzas crearon cuerpo con hinchadas, para rodear a la persistencia de jubilados y jubiladas, hicieron abrazo y marcha con el Garrahan, sostuvieron las convocatorias de los transfeminismos, multiplicaron las ollas populares. Tercer punto: la resistencia creció por abajo cuando solo se hablaba del consenso invencible de Milei.

Mientras una parte de los analistas y dirigentes se fascinaba con la figura de Milei, otrxs personas dedicaron sus días a inventar qué hacer cuando nada parecía alcanzar, en un momento en el que el proyecto histórico de los dueños es enterrar la indisciplina histórica del pueblo en nuestro país.

El escándalo de corrupción que protagoniza Karina Milei que, de modo a la vez torpe y perverso, utilizó la agencia nacional de discapacidad en el mismo momento que las personas con discapacidad se movilizaban junto a sus familias, redes y organizaciones, terminó de dividir el campo político. Mostró, de modo nítido, que la ultraderecha es más de lo mismo, a pesar de sus griteríos contra la política de profesión.

Cuarto punto: la billetera generosa del FMI (recordemos a su titular, Kristalina Georgieva, luciendo el pin de la motosierra y diciendo que necesitaban que Milei gane las elecciones) parece tener aún dificultades de imponerse políticamente, mientras sigue haciendo negocios con la deuda.

Creemos que es clave compartir balances en tiempo real sobre lo que está implicando enfrentar a la ultraderecha en el laboratorio argentino, que funciona en paralelo a otros lugares del mundo donde se están corriendo los umbrales de violencia para recomponer ganancias en una lógica extractiva y genocida. No es tampoco momento de triunfalismos mientras el 90% de la población está sosteniendo los efectos de la motosierra en base a endeudamiento y violencias estructurales y cotidianas que no dejan de producir malestar. Es desde esa disputa por la canalización y transformación de los malestares que se arma un proyecto político alternativo al del autoritarismo financiero.

Por eso, un último punto que nos interesa dejar abierto: la persistencia de las protestas se chocó varias veces con la condena de que eran aisladas, que no acumulaban, que eran sectoriales, que no producían efectos. A contrapelo, mostraron una acumulación de fondo: de rabia y de dignidad. Como un hecho de justicia frente a la subestimación de esos diagnósticos sobresalen, insistimos, las personas con discapacidad que lograron desarmar la secuencia perversa del veto a las leyes conseguidas con la movilización popular. Los cuerpos más frágiles en el sentido que no “responden” a la idea viril y normativa de fuerza, los más afectados por el ajuste, fueron los que finalmente repolitizaron el Congreso como un espacio que no puede inmunizarse frente a las luchas sociales.

Hay otro tipo de fuerza. O mejor dicho: otra economía de fuerzas contra la propuesta del emprenderismo de la violencia que propone el gobierno (cada quien gestionando las propias violencias como si fuera un asunto privado e individual). Vale la pena seguir tramando esa otra economía de fuerzas, alimentando su duración contra el saqueo a la que se la somete y, sobre todo, tomarla en serio.

Se trata, finalmente, de otro género de fuerza.