A 45 años del Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel: «Fue un detonante fuerte para democratizar el país»

Por: Gustavo Sarmiento

En una entrevista exclusiva, Pérez Esquivel rememora ese momento, revela cómo estuvo a escasos minutos de ser tirado al río en un vuelo de la muerte y cuando tiempo después intentaron matarlo en la calle.

Existe un gran subgénero dentro del periodismo que es el de las efemérides, y que en más de un caso sirve para revalorizar o revisitar hechos que se van olvidando y sedimentando en la memoria colectiva. Es el caso del Premio Nobel de la Paz entregado a Adolfo Pérez Esquivel en una ceremonia ocurrida hace exactamente 45 años, el 10 de diciembre de 1980, en plena dictadura cívico-militar. Y entonces qué mejor que recordarlo en palabras del propio protagonista.

Tiempo habló con Adolfo, quien rememoró ese momento, reveló que estuvo a escasos minutos de ser tirado al río en un vuelo de la muerte (y que posiblemente lo salvó el reclamo internacional), cómo tiempo después intentaron matarlo en la calle, la Guerra de Malvinas y la dependencia fallida de la dictadura con Estados Unidos.

Hace 45 años, Pérez Esquivel, presidente del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) en América Latina, era candidato al Premio Nobel de la Paz estando en cautiverio, por su participación en el Movimiento Cristiano no violento en Latinoamérica que en 1975 había dado lugar al Movimiento Ecuménico y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

Después del 24 de marzo del ’76, abandonó el país pero vivió en carne propia las similitudes y redes de represión y terrorismo de Estado que ocurría en las dictaduras de la región: en ese momento viajó a Riobamba, Ecuador, donde fue apresado junto a 14 obispos latinoamericanos y 4 norteamericanos por un batallón del ejército local. La Internacional del Terror. Cuando los acusaron de subversivos un obispo les respondió: “El único libro subversivo que tenemos es el Evangelio”.

A ese encuentro iban a ir dos obispos argentinos, Enrique Angelelli, de La Rioja, y Vicente Zaspe, de Santa Fe. Nunca llegaron. “Con Angelelli había hablado unos días antes de su asesinato. Tenía dificultades en llegar a Ecuador porque habían asesinado a dos sacerdotes de su diócesis”, relató Pérez Esquivel sobre sus últimas conversaciones con el obispo. Y acotó que cuando se trabaja(ba) en las villas miserias atendiendo y asistiendo y acompañando a los pobres y a los campesinos, con los sectores más necesitados, “el sistema los veía como enemigos”.

Ya de regreso en la Argentina, el 4 de abril de 1977, Pérez Esquivel fue detenido en el departamento de policía cuando intentaba renovar su pasaporte. Y el devenir de detenciones, zafando de ser un cuerpo más tirado al mar. “Nunca fui interrogado a pesar de las torturas”, sostuvo años atrás ante la Justicia. En aquel momento añadió: “La doctrina de la seguridad nacional, impuesta como política para todo el continente, es muy clara: señala que a la religión hay que usarla vaciada de contenido por la acción psicosocial que ejerce sobre los pueblos”.

«El ausente siempre presente», obra de Adolfo Pérez Esquivel.

Hoy, a los 94 años (los cumplió el 26 de noviembre), responde a Tiempo:

-¿Qué recuerda de esos días del Premio Nobel?

-Bueno, para mí fue una sorpresa, porque yo no espero premios. Simplemente trabajamos con los pueblos en defensa de la vida, de los derechos humanos, de las culturas. Así que fue una sorpresa. A partir de ese momento hubo grandes movilizaciones, fue un momento muy duro durante la dictadura militar. Yo recién salía de la prisión, y de ser un sobreviviente más. Pero el Premio Nobel ayudó a mostrarle al mundo la situación que vivía la Argentina y el resto de los países latinoamericanos. No olvidemos que todo el continente tenía dictaduras militares marcadas por la misma doctrina de seguridad nacional impuesta por Estados Unidos en la región. Fue un importante detonante que ayudó a visibilizar la situación y a poder trabajar para salvar vidas. Eso es lo importante del Premio Nobel.

–¿Y cómo había sido ese tiempo en prisión?

–A partir de cuando volví del exilio de Europa, de Ecuador, de la reunión de obispos latinoamericanos, en Ríobamba (Ecuador) 17 obispos latinoamericanos fueron apresados, nosotros estábamos con ellos, también fuimos apresados, y desde Quito fuimos lanzados en la frontera de Colombia, en Ipiales, entonces decidí regresar a la Argentina cuando me detuvieron. Bueno, ahí pasé 32 días en la Superintendencia de Seguridad Federal, ahí estaba también el matrimonio de Divinsky de la editorial La Flor, la que publica Mafalda, estaba Robert Cox, el director de Buenos Aires, de Herald, y estaba (David) Graiver, de Papel Prensa. Pero el 5 de mayo del año 77, me sacan, a las 2 de la mañana, me llevan a una oficina y me dicen que me van a juzgar, y me llevan en un celular al aeropuerto de San Justo. Me encadenan a un pequeño avión que sale del hangar, y ahí tengo el Vuelo de la Muerte, porque me iban a arrojar encadenado al río de la Plata o al mar, así que soy un sobreviviente de los vuelos de la muerte.

–¿Cómo sobrevivió?

–Después de ahí, en el vuelo, el piloto le dice al oficial que tiene orden de llevar al prisionero a la base aérea de Morón, al Palomar, y el avión sale del Río de la Plata, se dirige a Morón, y creo que sobreviví gracias a la solidaridad internacional, porque había muchos gobiernos, presidentes, organizaciones que reclamaban por mi vida. Así que después que sale el oficial del edificio, me dice ‘póngase contento, lo llevamos a la U9’. La U9 es la cárcel de máxima seguridad en la Plata de los prisioneros durante la dictadura, y ahí estoy 14 meses. Dos días antes de la final de fútbol, por la fuerte presión, me ponen en libertad vigilada. Antes lo habían puesto al maestro Alfredo Bravo en libertad vigilada, y a los dos días me sacan a mí y me ponen igual, es decir, preso en mi casa con guardia, pero estaba en mi casa. Recuerdo que me senté con un pequeño televisor blanco y negro, y ahí pudimos ver la final del fútbol, del campeonato mundial.

–Y después el Premio Nobel…

–Y bueno, después de eso viene el Premio Nobel, que para mí es un instrumento al servicio de los pueblos, así lo tomo, no es para uno, para prestigio, ni nada que se le parezca. Debe ser un instrumento al servicio de los pueblos, y esto es lo que mantengo desde hace 45 años, y mucho antes también, porque mi trabajo no es a partir del Premio Nobel, sino de muchos años, de más de 50 años de trabajo con los pueblos en todo el continente latinoamericano.

El Premio Nobel de la Paz a Pérez Esquivel

–¿Te acordás cómo te enteraste del premio?

–Sí, estaba en la calle, en esa época no había celulares, no había teléfonos familiares, sino teléfonos públicos. Mi señora estaba haciendo compras y mi hijo menor, Esteban, va y le dice ‘mirá, están llamando para buscar a papá, parece que le dieron el Premio Nobel’, y mi señora no le creía, hasta que después sí le cayó la ficha y que así era. Yo la llamé por un teléfono público, y me dice ‘andá enseguida a la Embajada de Noruega, que te está esperando el embajador, te está buscando’. Voy a la embajada, y el embajador me hace pasar a su despacho. Yo veía que a cada rato miraba el reloj, y le digo ‘bueno, si tiene algo que decirme, dígamelo, y me voy enseguida, no quiero molestar’. Dice: ‘no, no, espere, espere, le tengo que decir algo importante’. Lo importante era que a una hora determinada, a las doce del mediodía, me daban la noticia, y yo dije: ‘mire, mi trabajo no es individual, no es el trabajo de una persona, así que lo asumo el nombre de los pueblos de América Latina, de mucha gente religiosa, que trabajamos juntos en todo el continente latinoamericano y también en la Argentina, con aquellos que luchan por la libertad y por construir una democracia real’. Eso fue lo que dije cuando me dan la noticia el 13 de octubre.

–¿Y cómo fueron las siguientes horas?

–El 15 de octubre tengo un atentado de muerte, porque intentaron asesinarme. Iba a la sede del Serpaj en el coche, manejó mi hijo, y veo dos personas que avanzan con las armas en la mano para matarnos, y le digo ‘acelerá que nos matan’. Justo atrás se cruza un taxi, por eso no pudieron disparar y matarnos, pero si no, nos hubiesen matado tanto a mi hijo como a mí.

–¿Eso dónde fue Adolfo?

–En la esquina de la calle México y Bolívar. En Capital. Le digo ‘acelerá’, aceleró, nos perdimos por ahí, y pudimos comunicarnos con la familia, con el Servicio de Paz y Justicia, para tomar medidas, tratar de proteger mi vida frente a esos intentos de asesinato. Ahí seguimos trabajando y cuando me otorgan el premio Nobel (el 10 de diciembre) el gobierno de la dictadura dio orden a todas las embajadas, a todos los lugares, de no recibirme y no asistir tampoco a la ceremonia de la entrega del premio Nobel. Así que la persecución continuó, pero ya teníamos cierto margen de protección internacional.

La dictadura, Malvinas y los Estados Unidos

–¿Qué significó el Premio para las luchas por los derechos humanos de ese segundo tramo de la dictadura?

–Eso fue un detonante fuerte para democratizar el país. Claro, después viene todo lo que pasó: las grandes movilizaciones, las ayudas que hice para reclamar por los desaparecidos, el encuentro con el Papa en el Vaticano con Juan Pablo II, que le entrego un dossier con los niños secuestrados y desaparecidos en Argentina (hizo un recibimiento muy frío y me dijo que también me tenía que ocupar por los chicos de los países comunistas), y después la denuncia que pude hacer en Naciones Unidas, en el Parlamento Europeo, en el Consejo de Europa, sobre la situación que vivía el país. Pero hay un hecho poco conocido, que fue en el Senado de Francia en el año ’81. Ya al poco tiempo que me habían dado el Premio Nobel, los exiliados hicieron el primer coloquio por la desaparición de personas en el Senado de Francia, que lo presidí junto con Julio Cortázar y el Dr. Petitti de la Asociación Internacional de Juristas. Ahí participaron unos 500 juristas de todas partes del mundo y sale la definición técnica de la desaparición forzada e involuntaria de personas, eso lo presentamos en Naciones Unidas y hasta el día de hoy está en funcionamiento, porque hay desaparecidos no solo en la Argentina, en América Latina, en África, en Asia… Entonces se forman las comisiones en defensa de los desaparecidos, de los niños secuestrados y desaparecidos. Así que el trabajo ahí fue, y es, muy intenso hasta el día de hoy.

–¿Creés que acá durante la última dictadura mucha parte de la sociedad no sabía cosas que estaban ocurriendo que por ahí sí se sabía desde afuera o era imposible desconocerlo?

–Lo que pasa es que había mucha censura. Eran muy pocos los medios de comunicación que se atrevían a desafiar a la dictadura. Calculá que hay más de 100 periodistas secuestrados y desaparecidos nada más que en la Argentina. No hablemos de todos los de América Latina. Por ejemplo, Vladimir Herzog, que en Brasil fue torturado salvajemente. Y muchos más. El asesinato de Monseñor Romero en El Salvador, de los jesuitas también. Angelelli asesinado en La Rioja. Entonces, no era fácil. Cuando me habían dado el premio Nobel, el primero que lo anuncia fue un periodista del Uruguay, de Radio Colonia, llamado Ariel Delgado. Él anuncia que era un argentino y da mi nombre. Porque el gobierno trataba de ocultarlo y decía que se lo habían dado a un brasilero, a un paraguayo, a un chileno… Así que las cosas no fueron fáciles nunca.

–¿Cómo fue el accionar durante Malvinas?

–Después viene la guerra de Malvinas también, que tuvimos que actuar desde Naciones Unidas. Y aquí encontrarme por primera vez con un ministro de la dictadura, Nicanor Costa Méndez, que me dice que aquí los comandantes no se ponen de acuerdo, porque yo de Naciones Unidas le llevaba la resolución 502, que era retirar las tropas argentinas, dejar un destacamento y negociar con Gran Bretaña. Y me decía ‘no, esto no podemos hacerlo porque los comandantes (argentinos) no se ponen de acuerdo’. Y lamentablemente, la guerra de Malvinas estaba perdida antes de comenzarla. Una locura total de la dictadura. Habían hecho un acuerdo con Estados Unidos, pero después Estados Unidos, teniendo que elegir entre Argentina y Gran Bretaña, decidió apoyar a Gran Bretaña y no a la Argentina. Galtieri no iba a hacer nada si no consultaba con el gobierno de Estados Unidos. Pero cuando ve la actitud de Estados Unidos de apoyar a Gran Bretaña, dice: ‘nos han traicionado’. Lean ustedes los medios de comunicación de la época y van a ver por qué Galtieri dice ‘nos han traicionado’. Fue todo muy difícil. Después de la derrota de Malvinas, ayudar a los soldados que llegaban del frente desesperados, muchos con problemas psiquiátricos, lesionados. Y tratábamos de ayudarlos para regresar a su provincia, para reunirse con su familia, porque aquí el ejército los dejó en banda, los dejó sin nada. Sin dinero, desesperados, comiendo y durmiendo donde podían. Fue un desastre todo eso. Una época de la que hoy este gobierno quiere negar todo, pero la historia no se puede olvidar. La memoria de un pueblo está muy clara y por más que este gobierno quiera juntar el sol con una mano, no puede.

Foto: Télam

–Y a veces la historia hace una espiral porque recién mencionabas a Galtieri, la relación con Estados Unidos y cómo confió en Estados Unidos y terminó mal. Y hoy de nuevo estamos con estrechas relaciones, dependiendo de Estados Unidos, ¿no?

–Sí, es una locura. Mirá, Estados Unidos no tiene aliados ni tiene amigos, tiene intereses. Vos sabés que Saddam Hussein era aliado de Estados Unidos para la guerra contra Irán. Después se transforman en los enemigos. Estados Unidos se dirige a sus intereses, no les interesa quiénes son. Mientras le sirvan a sus intereses, al poder hegemónico mundial y a someter a los pueblos. Ahí estamos en esa condición. Mirá la flota de mar, las fuerzas de Estados Unidos contra Venezuela, pero también contra Cuba, contra Nicaragua, amenazando a Colombia, a Brasil, a México. No puede ser esto.

–¿Y cuáles son los intereses de Estados Unidos con Argentina de Estados Unidos hoy?

–Argentina es un lugar estratégico, un país con muchos recursos. Ahora, los pesos no son gratuitos… Hay que pagarlos y hay que ponerlos también con tierras, con recursos y la base militar de Estados Unidos en Tierra del Fuego. Aquí no hay cosas que te lo doy porque te quiero, no. Te doy esto porque me interesa para sostener mi poder hegemónico en América Latina. Nada más. En las dictaduras hubo 80.000 militares que pasaron por las escuelas de las Américas en Panamá y las academias militares de los Estados Unidos. Aquí no es que los militares se volvieron locos y comenzaron a matar gente. Hubo un proyecto, como el Operativo Cóndor, también la Internacional de Nicaragua, que se extendió no solo por la muerte de los generales chilenos en Estados Unidos, sino también Bernardo Leighton en Roma, que fue un ministro de Salvador Allende, y Elena Holmberg en la Embajada Argentina en París. Aquí no hay casualidades. Hay mucho mandato e intereses para posesionarte de América Latina, que Estados Unidos siempre la consideró su patio trasero, para aprovechar los bienes y recursos que tiene. Entonces, hay que estar atentos. No es que las democracias son así. No, en estas democracias delegativas hay que cambiar esto, ¿no?

–Por último Adolfo, ¿con qué mensaje querías cerrar para quien esté leyendo esta nota?

–Bueno, estamos pasando momentos difíciles, no solo en Argentina: la desocupación, el hambre, el cierre de fábricas, las fuentes de trabajo, pero no hay que desesperar. Hay que seguir trabajando, construyendo, y no dejarse arrastrar por ideas que nada tienen que ver con la vida de un pueblo. Les deseo mucha fuerza, mucha esperanza, y no dejen de sonreírle a la vida. El día que les dejen de sonreír a la vida, es porque los vencieron. Y eso, nunca.

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