Rodolfo Palacios: «Guardo secretos que jamás voy a contar»

Por: Federico Trofelli

El "escritor del hampa", como lo definió Andrés Calamaro, reeditó su libro Adorables Criaturas como un "cierre de ciclo", tras una carrera relatando el mundo criminal donde "está toda la complejidad humana".

El periodista Rodolfo Palacios –el “escritor del hampa” tal como lo bautizó Andrés Calamaro– busca dar vuelta la página. Reinventarse. Redimirse. En el libro Adorables Criaturas (que acaba de reeditar) recopiló y reformuló textos, entrevistas y crónicas para despedirse, sin temor a mirar atrás, de aquellos personajes oscuros y siniestros -sobre todo humanos, dirá él-, con quienes alcanzó una intimidad que procesó en su cabeza y su cuerpo, para luego compartir con sus lectores. Sus perfiles criminales inspiraron multipremiadas producciones audiovisuales -en algunas de ellas siendo guionista, en otras asesor- como Historia de un Clan, Yiya, Conchita, Nahir, El Ángel y El robo del Siglo; aunque también estuvo detrás de ficciones como Un gallo para esculapio, En el barro y El Jockey.

Rodolfo llegó a desfilar por decenas de diarios como Crítica de la Argentina, Perfil, El Atlántico, La Razón, Clarín; y tener un espacio privilegiado en otras tantas revistas y portales. Pero ya no patea redacciones. “Ahora me patean a mí”, ironiza en esta charla con Tiempo. “Extraño las redacciones, aunque hoy no me daría la energía para estar tantas horas en un lugar. Tengo 48 años ya. Ahí encontré buena gente, las notas salen mejor. Un buen editor, la charla, la tertulia. Todo eso lo extraño”, recuerda con cierta nostalgia.

E insiste: “Conocí gente entrañable: fotógrafos, editores, compañeros incluso de otras secciones. Hoy es más la soledad de la escritura. Por eso trato de disfrutar de lo que no disfruté esos años porque vivía obsesionado. Estaba en un caso y era estar todo el tiempo hablando con ellos (los criminales) o viajando. No digo que todos estos años no me dediqué a vivir, al contrario pero trato de seguir aprendiendo”.

-¿El «escritor del hampa» es una manera edulcorada de decir que sos el escritor del mal, de la oscuridad?

-No es por hacer apología del delito, ni decir que está bien robar o matar, pero hay ladrones que no tienen oscuridad. En los ladrones del Banco Río no se ve esa oscuridad que había en Arquímedes Puccio o Robledo Puch. A mí me pasa algo particular con los bancos, que no me caen bien. Está el caso tremendo de una mujer que, en pleno corralito, se prendió fuego a lo bonzo. El poder que tienen es increíble. Son invencibles. Entonces aparecen estos tipos con armas de juguete, con la leyenda “sin armas ni rencores”, no lastiman a nadie más allá de que tomaron rehenes; se fugan, hacen una actuación con el uruguayo Mario Vitette a la cabeza. Entonces uno dice «¿quién es el malo?». Como esa famosa frase de Bertolt Brecht que dice “peor que robar un banco es haberlo fundado”. Otra cosa, y que por momentos aterra, es que como son seres humanos uno puede encontrar en alguien malo un costado bueno; y en alguien bueno un costado malo. Es medio perturbador que alguien que vos decís ‘es la peor lacra’, tenga un costado humano y que sea buen padre, buen hijo. ¿Cómo convive eso? No tengo la respuesta todavía.

-¿Alguna vez te preguntaste «qué estoy haciendo acá»?

-Después de todo digo «por qué me metí a entrevistar a ladrones y asesinos». Me lo replanteo hoy. El libro Adorables Criaturas es como una especie de cierre de ciclo. Con un delincuente viví una experiencia que pudo haber sido traumática. Es como una enfermedad en recuperación porque seguía como un imán atrayendo delincuentes. Cuando uno cruza una línea con un delincuente y estás en un bodegón tomando alcohol y el tipo te desconoce, es como me dijo otro delincuente: “Es como que le tires carne a un león, el león te va a comer”. Me pasó más de una situación de decir «qué hago acá, por qué hago esto» y después llega un momento de alivio. ¿Por qué me atrajo esto? El mundo del delito siempre ocurre en la calle. Está toda la complejidad humana en esos casos: lo social, lo político, lo psicológico, lo filosófico, lo inasible, lo que uno no puede saber por qué alguien hizo eso. El misterio. Está todo. Tenés 20 mil versiones, la del imputado, de las víctimas, de los familiares, de la justicia y la de la policía. Entonces uno entra en algo como si fuera una película y eso a veces es muy potente y a veces es una trampa. La trampa es qué estoy haciendo acá y quiero irme.

Foto: Pedro Pérez

-Tampoco te arrepentís…

-No reniego de eso, todo lo contrario. Pero haber cubierto tantos casos, entrevistas… como que hay una repetición mía y un cansancio. Es algo muy interno, porque sabés que hay un trabajo sucio que no se ve en el resultado final, y la gente con claridad, el lector, lo que mira es lo que nosotros escribimos, no todo lo que hicimos para escribir. Y está bien. Lo que importa es el resultado final. Si vos hiciste un montón de cosas, te manchaste las manos, te embarraste, nadaste diez mares, viajaste, a la gente no le importa. Y tiene razón, porque lo que se ve es lo que uno lee.

-¿Qué vamos a encontrar en el libro?

-Hablando de Calamaro, en el libro nos vamos a encontrar con los hits. Las canciones son las crónicas de perfiles de Barreda, de Yiya Murano, Robledo Puch, de los ladrones del Banco Río, de Pepita la pistolera que ahora van a hacer una película, Arquímides Puccio, todos los más famosos, Martín Lanatta de la triple fuga, Nahir Galarza, el Gordo Valor, además de las últimas crónicas que fueron publicadas en distintos medios. Necesité reunirlos y cuando hice una relectura, medio que me desconocía. Ahora no soy el de ese momento. Hubo un agotamiento. Ya había hecho demasiado de eso y te impide hacer otro tipo de cosas. Cuando uno se vuelve repetitivo o no poder encontrar los recursos para contar o ya no sentirse atraído por todo eso… no es que me haya pasado algo puntal, hoy lo que menos leo son casos policiales. Cierro ciclos por eso, para no repetirme porque los que robaron ya no son ellos y ya tengo que dejar de robar en un punto.

-¿Cuáles son los próximos desafíos?

-No quita que el día de mañana si surge un streaming o algo, seguir hablando de estos temas, entrevistarlos. Pero quiero hacer más que nada ficción, o si es “no ficción” que sea algo más social, lo que está pasando en la calle que puede tener que ver con gente en situación de calle, o historias de otras personas. Justamente cuando entrevistaba a ladrones y asesinos, en los comentarios de las notas alguno me puso “¿por qué no entrevistás a los verdaderos héroes como a los bomberos?”. Está súper trillado, pero hoy me interesaría más eso. En distintos mundos, gente sencilla a la cual no le tuvo que haber pasado algo extraordinario en sus vidas. Me enfocaría más en la ficción. He tenido y tengo el placer todavía de trabajar con Luis Ortega. Ahí veo los mecanismos de ficción. Tengo un gran aprendizaje a partir de lo que veo en Luis y me dan ganas. Sus películas son ficción y siento que es un mundo donde uno puede navegar más en aguas desconocidas, en cambio lo que es la “no ficción” te pone un límite porque tenés que decir la verdad.

-¿Te guardás muchos secretos?

Son secretos que no ponen en riesgo la vida a nadie. Tengo la virtud, que quizá sea la única, de guardar secretos. Ser discreto. Menos mis secretos, guardo los de todos. A veces es muy tentador porque esos secretos… viene un ladrón y te dice “te voy a contar lo que yo ya pagué”, pero también te cuenta lo otro. Y lo otro es tremendo. Es espectacular, pero no lo podés contar. Ahora no quiero hablar más de la cuenta, pero sí guardo secretos que jamás voy a contar.  «

«No hay que caer en la trampa»

Palacios reconoce que los delincuentes y asesinos lo han usado como un mensajero para inmortalizar sus historias y catapultar sus leyendas. Aunque admite que los “ladrones más honestos” en cuanto a la filosofía del delito, como Bairoletto, Mate Cosido o El Pibe Cabeza, jamás le habrían dado una entrevista. «Hablo todo el tiempo del ego de ellos, pero es peligroso el ego en todo sentido. No hay que caer en la trampa. Una productora una vez me dijo que fui a destiempo porque en 2005 hacía estas entrevistas y la gente me acusaba de apología del delito. Nelson Castro era el Defensor del Lector del diario Perfil y me defendía. En ese momento no se entrevistaba gente con antecedentes penales y hoy todo el mundo se mete en la cárcel y habla con delincuentes. Es una satisfacción, un reconocimiento, porque dejé mucho por eso. No lo hacía ni para que se hicieran series ni películas. Lo hacía porque me sentía fascinado por esas historias, por esos mundos, de entrar en territorios medio salvajes, en los mundos de estos personajes».

Vidas ejemplares

Yiya parecía vivir con felicidad. Como si no hubiese matado a nadie. Hablaba de sexo, hacía chistes. Muy falsa. Venía un mozo y le decía “qué bello que sos, ¿nos vas a hacer descuento?”. Se iba y decía “qué va a ser hermoso tiene una cara horrible de mono”.

Con Nahir Galarza fue extraño el vínculo. No pretendía entrevistarla porque era un tema delicado. Pero Infobae me manda al juicio. En un momento ella me mira y me dice después que había soñado con alguien que era igual a mí. No me conocía. Jung dice que eso ocurre y luego esa persona aparece. En el sueño la terminaba ayudando. Con el tiempo eso terminó pasando porque ella escribió unos relatos y yo se los edite. En esa nota mostraba el lado humano de ella, cuando todos la presentaban como un diablo

Robledo Puch nunca le dio tantas entrevistas a un periodista. Fueron 10 encuentros. Me creía su amigo. Me decía Osvaldo Raffo, el perito: “tené cuidado, los dos amigos que tuvo los terminó matando”. Robledo me cambió, fue muy fuerte. Y terminó mal. En Sierra Chica dice a José Julián Zalloecheverría, uno de los ladrones del Robo del Siglo, “decile a Rodolfo Palacios que cuando lo vea lo voy a matar de tres cuetazos en la cabeza”. Fue muy fuerte en lo psicológico para mí, pero a partir de él conocí amigos como a Enrique Sims y a Luis Ortega.

El Gordo Valor siempre iba a videntes y acertaban. Una vez fui con él y la Bruja le decía que veía a la policía. Después hablé con ella y me confiesa que le decía mentiras para que no robe más. Es que El Gordo salía en libertad, le decía a la mujer mientras hacía los fideos que ya volvía y al rato salía en la tele que había caído preso. Ahora ya lleva 7 años libre y extraña la cárcel, o la calle, como la llama él. Ahora está retirado. Impensado. Pudo torcer su destino. 

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