Es cantante, compositora, productora, directora, actriz y empresaria. Pero más allá de su talento musical, se transformó en un ícono feminista, defensora de la comunidad LGTBIQ y no dudó de enfrentar al mismísimo Donald Trump. Inspiradas en ella, las swifties locales agitan la campaña No a Milei.
Sin desmerecer o provocar la abdicación de otras reinas musicales -Madonna, Cristina Aguilera, Britney Spears, Lady Gaga-ahora el turno de la corona le llegó a la cabeza de la cantante Taylor Swift. Su primera visita a la Argentina produjo escenas de fanatismo y furor colectivo que suelen repetirse a nivel global. Cuando en junio se anunciaron sus tres conciertos en River, las entradas se agotaron en cuestión de horas, tres millones de personas quedaron a la espera en la fila de la ticketera virtual y se produjo una afluencia masiva –que incluyó extraños operativos- a la entidad bancaria que monopolizaba la tarjeta crediticia preventa. Desde entonces – ¡cinco meses!- algunas chicas empezaron acampar en los alrededores del estadio para estar lo más próximo a Ella en el recital. En su momento, hasta el propio Horacio Rodríguez Larreta que aún se encontraba en carrera –hecho que ahora parece tan lejano- quiso que Taylor le redituara políticamente e incluyó entre sus logros de gobierno la llegada de la joven cantautora.
Hija de su época, la popularidad de la nueva deidad rubia se manifiesta en incontables escuchas en plataformas, en seguidores en redes que multiplicaron los deseos millonarios de amistad de Roberto Carlos, pero, inéditamente también en records de ventas de discos en tiempos en que la industria de la música ya no materializa su éxito en el formato físico. El impacto de la “Swiftmanía” es tan profundo que tuvo ecos y resonancias académicas. En 2022 fue convertida en objeto de estudio cultural por la Universidad de New York y la Universidad de Stanford.
¿Qué tendrá esta rubia nacida en 1989 en un pueblo de Pensilvania para representar lo que parecen los ideales juveniles de la actualidad? En principio, lo que parece ser la encarnación de la mujer empoderada y la personificación de ciertas luchas actuales de las mujeres. En efecto, Taylor es multifacética: cantante, compositora, productora, directora, actriz y empresaria y proclama que se hizo a sí misma.
En tiempos en que el paradigma parece ser la revelación de la intimidad, Taylor ha hecho de su vida una obra de arte y de las letras de sus canciones las confesiones de sus vivencias y de sus experiencias familiares y amorosas. Desde los catorce años, pasando del estilo country al pop, el material de su música es su propia existencia: sus ilusiones y desilusiones sentimentales, las relaciones eróticas, los desamores, la fugacidad del placer o los momentos felices, los encuentros y los adioses. Así en “Tim McGraw”, (escrita cuando apenas tenía dieciséis años) describe con nostalgia un romance de verano con su novio de la escuela secundaria y la esperanza de que su amor estival la recuerde cada vez que escuche su canción favorita. O en “Picture to Burn” pinta a una chica furiosa tras una ruptura y que manifiesta su rabia en el odio a la “estúpida camioneta” del machirulo. En la aclamada por sus fans “Love Story”, relata un Romeo y Julieta contemporáneo a partir de su propio interés amoroso juvenil por un muchacho rechazado por su familia y amigas. De esas y otras maneras, la poética de Swift parece captar emociones, sentimientos, dolores y alegrías en la que pueden verse reflejadas adolescencias de todo el mundo.
La máxima expresión de sus narraciones es el “Story telling”, que, con detalles, paisajes, colores, parecen asemejar a una amiga contándole a otra que su novio encantó o rompió su corazón. Sus posteriores romances con famosos tales como Harry Styles, Joe Jonas, Taylor Lautner, Jake Gyllenhaal, Tom Hiddlesto le brindaron nueva inspiración para sus canciones. Así enamorados y amantes son aludidos con guiños en sus canciones con sutilezas, juegas de palabras y metáforas que serían la envidia de Shakira. Así “Style” puede o no referirse a Styles, “We Are Never Getting Back Togther” puede vincularse o no a Gyllenhaal, pero siempre tienen el efecto deseado en sus fans.
Como toda mujer que se presente empoderada, la Swift debe presentar sus vulnerabilidades (En “Anti hero habla sobre sus pesadillas, la depresión, la ansiedad, el autodesprecio y la despersonalización) y, sobre todo, algún que otro hecho traumático que la obligó a hacerse fuerte. En este sentido, la oportunidad de mostrar su resiliencia se le presentó de manera inesperada en un lamentable incidente que fue titulares de la prensa mundial. En 2009, siendo apenas una joven de diecinueve años, cuando subió a recibir su premio MTV al mejor video femenino por “You Belong with Me”, el exitoso rapero Kanye West –también conocido por su catolicismo fanático, su antisemitismo, y su misoginia- le arrebató el micrófono para proclamar a los cuatro vientos que Beyonce y no ella merecía el premio. Años después, Kanye redobló la apuesta y en la letra de su canción “Famous” aludía a Talyor: “Yo hice famosa a esa zorra”.
La némesis terminó de construir la personalidad pública de Taylor Swfit. A partir de entonces emprendió su propia cruzada feminista contra todos los que usan el calificativo “zorra” como insulto. A su vez resistió contra Trump y contra una senadora antiderechos que pretendía disimular su fascismo discurseando sobre el “derecho ciudadano” de no atender a una persona por ser o parecer gay. Fue la primera de sus acciones que terminaron de erigir a Taylor como defensora de la comunidad LGTBIQ.
Otro incidente en este caso con el DJ David Mueller al que acusó de manosearla y que, tras ganarle el juicio le exigió simbólicamente un dólar como compensación (“Este dólar va a representar algo tanto para mí y al mundo de las mujeres que han experimentado lo mismo que yo”) contribuyeron a elevar su leyenda. Asimismo, es aplaudida como gesta anticapitalista, el hecho de, para recuperar la autoría de sus canciones en manos de una discográfica, las haya regrabado una por una. Taylor tiene la virtud de estar en la cumbre del sistema y de la plenitud, y manifestarse en contra del mismo sistema: de la toxicidad de las redes sociales, de las exigencias de belleza y de que la mujer conserve su juventud.
Con la joven de treinta y tres años ganadora de varios Premios Grammy los antaño grupos de fans se metamorfosearon en una idea de comunidad más solidificada y cristalizada: las “swiftie”. Ser “swiftie” es mucho más que ser fanática de la música de Taylor Swift: es una identidad que adhiere a los “valores”, las “batallas”, las ideas políticas, la forma de ser, sentir, vestir, amar y pensar de la referente. Implica también comulgar cierta forma de solidaridad para, por ejemplo, intercambiarse pulseras con los nombres de las canciones y/o conseguir los preciados tickets que permitan acercarse a la ídola musical. Casi una nueva forma de religión política. En todo caso, si en “The Eras Tour”, la popular cantante –tal como lo hizo la versión local de las swiftie- se manifiesta contra el fascismo probablemente contribuya a inclinar la balanza a favor de uno de los dos candidatos.
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