Aunque de temas diferentes, los trabajos de Guillermo Korn (“Mansillescas”) y Matías Farías (“Nuestra América: una modernidad alternativa. Poesía y revolución en Martí”)que forman este libro son ensayos, por más que sean aggiornados al incorporar notas a pie y bibliografía experta. No digo esto último como si fuera algo que les quite méritos sino todo lo contrario: ambos, como docentes e investigadores, juegan el juego correspondiente a la producción de conocimiento actual. Korn y su Mansilla reflejado en las miradas de otres, y a la vez produciendo múltiples imágenes sobre la figura del “otro”, una suerte de mediador y puente entre siglos y entre fronteras; Farías y la relectura de Martí, y su búsqueda de un nuevo lenguaje político –y por ello de un nuevo sujeto político– para la revolución.

Pero hay algo más.

El efecto de lectura de ambos también está en que operan como si se tratara de una clase. Esto lo supe después de leerlos. Como los conozco, sé que ambos son docentes, y sé que es un oficio al que le dedican pasión y razón. Sé que a ambos también les gusta el género del ensayo, que leen ensayistas, y que el ensayo es también una forma por la que discutir las normas de la producción, distribución y reproducción del conocimiento. Lo mismo que sucede en una clase. Entonces, leí estos ensayos como si se tratara de dos trabajos preparados para organizar los temas y las ideas antes de dar una clase en un curso. Y por eso mismo son “ensayos”. Son como clases escritas, las clases como una suerte de para mí versión virtuosa de la comunicación, donde la voz del otre está presente en forma de preguntas, y de ideas que todavía no tienen lugar en el escrito y que ojalá tengan lugar en la presencia, en las intervenciones cruzadas.

Korn explicita las condiciones concretas de producción: “En esa revisita muchas cuestiones que creímos novedosas portaban el registro de la apropiación lectora de estudios precedentes, aquella que sirvió para clases y conversaciones”.Pero creo que, en el intento de acercarse a esta figura de Mansilla,incorporando otras posibles lecturas, lo que hay es una reflexión bien interesante sobre elmatiz, elmalentendido, y el anacronismo: en términos historiográficos, sería un problema metodológico y también una condición o perspectiva del oficio. Aun así, denegar el anacronismo y el malentendido y/o adorar el matiz es un error. Es un error de un “intelectual palmeta” (como afirma Korn acerca de algunas lecturas sobre Mansilla). Porque el malentendido y el anacronismo son sumamente productivosporque colocan claramente el modo en que quizá usemos el pasado para dirimir nuestro presente. El anacronismo, el malentendido, pero también el matiz, pueden ser productivos y a la vez obturar la misma comunicación: algo tendríamos que poder afirmar; algo tendríamos que poder historiar sin superponer el presente al pasado, ni pensar que los une una línea ya pre-establecida: una línea como un meollo contenido en el pasado que se despliega hasta nosotros en el presente; una serie de puntos que van uniéndose, como si se tratara de un mismo hilo que une los agujeros de esa manta deshilachada –imagen tan potente sobre la que se ha referido Verónica Stedile Luna–.

La insistencia de Korn en correr a Mansilla siempre del foco, mostrando cómo su figura es co-producida por lo que ha hecho, ha dicho y por lo que han hecho y dicho sobre sus acciones es una condición de método (que necesariamente nos hace pensar en su otro libro, en Hijos del pueblo sobre intelectuales de izquierda y el peronismo).Así, volver a Mansilla no es volver a Mansilla sino a lo que hemos hecho de Mansilla. El tópico “recurrente” al que vuelve Mansilla, “El de quien mira y desde donde”, para revisar esa misma perspectiva (“En la mirada se juega el poder”). Y a partir de allí, revisar de nuevo las fuentes: Mansilla no es la versión amable del terror civilizatorio,aunque haya pensado en los límites y los alcances de esa violencia.

Me parece que se trata también de un ejercicio de lectura sobre cómo se formularon y se formulan las ficciones del Estado (para retomar acá una muy necesaria imagen que usaba R. Piglia en Crítica y ficción), y esto funciona si entendemos quiénes se atribuyeron el lugar de actores centrales en narrarlas, en darles un sentido. Esa atribución no fue ni pacífica, ni aceptada llanamente, ni siempre fue la misma atribución (es decir, sobre la narración de la historia y la conformación de un canon o de definición de la legitimidad del gusto).

II

Martí es el centro y el foco del trabajo de Farías, quien va siguiendo la transformación de las figuraciones del yo lírico tramadas con las apuestas políticas y estéticas del cubano. Es un cuerpo a cuerpo de todas las elecciones y transformaciones en las obras de Martí en la que la pregunta está por a quién le canta sus versos, y cuál es su lugar al cantarlos; y dónde está el futuro de esos versos encarnado. En ambos casos no es algo metafórico sino literal: creo que ahí hay un hallazgo. Porque también hay una analítica del método: ¿qué quiere decir el poeta cuando afirma “América hervía a principios de siglo” y dice también que Bolívar fue “como su horno” y que la cólera del gaucho, el roto, el cholo y el llanero era la de “todos tocados en su punto de hombre”? O, también, cuando canta “El hombre es superior a la palabra”.Se trata de tomarnos las metáforas en serio, que no es lo mismo que hacer de ellas un rasgo solemne de una lengua sólo jerárquica.Así Farías revisa cómo la productividad de los versos y su entronque con una apuesta política tienen que ver con la creencia en que, aunque las ideas no se maten, a las personas sí, y no sería justo olvidarse de esto último, más allá y más acá de la apuesta por las ideas.

El despliegue del texto de Farías está en el seguimiento de esos textos y de esa biografía: cada análisis de un poema es también el análisis de las condiciones de posibilidad en que ese poema fue escrito, del momento en que Martí era y no era el que había sido. Es una reflexión tanto sobre el tiempo cuanto sobre el espacio, y sobre la disputa concreta por fundar nuevos tiempos y nuevos espacios: “De qué modo la pregunta por las condiciones de posibilidad de la poesía en la “modernidad americana” terminó siendo parte de una reflexión sobre las razones de la revolución en América”. Farías muestra que tenemos que estar atentos a lo que se apropia y descarta en esa fundación de tiempos y espacios, que a veces es por elección, otras por azar, otras muchas por imposición, tantas por el inter-juego entre ellas.

Martí, finalmente, es pensado como un buscador de un lenguaje (político) nuevo, como si hubiera sido un gran lector del XVIII Brumario: “La escritura de Martí es una chispa encendida entre la conspiración y el exilio”, dice Farías. Y sigue: “La pregunta que plantea este ensayo es cómo esa escritura, que podría haberse constituido sólo en uno de los primeros programas ‘esteticistas’ del continente, terminó anunciando no sólo a sus contemporáneos, sino también a generaciones venideras de lectores, militantes y conspiradores, que había llegado en América ‘la hora de los hornos’”. Para Farías, “en el discurso martiano quedaron planteadas las condiciones para que se reúnan dos figuras que no estaban predestinadas a encontrarse: poesía y revolución”.Martí no fue ni es un santo laico de la revolución nuestroamericana; lo hacemos ser ese santo laico, he ahí la cuestión.

Estos dos ensayos son, me parece, una apuesta hermosa a la afirmación, la generación y reconocimiento de deudas y dudas. Creativos, explicitan lo que no pueden afirmar, lo que no saben o no imaginan, o se equivocan o aciertan. Invitan y comparten.