El olvido es una fatalidad que puede ocurrirle a cualquiera. ¿Quién no se olvidó una campera en casa de un amigo, las llaves dentro del auto o de comprar huevos en el súper? Pero la memoria también puede dejar atrás algunas cosas menos banales y así es posible olvidar a una persona con la que se ha perdido contacto, una película que ya se vio, e incluso cómo se sentían los besos del primer amor. Porque el olvido es un destino que nos iguala: todos somos iguales frente a él. Pero hay algunos casos que son más extraños que otros. Como el del cantante Alice Cooper. Parece que este pionero del rock pesado, famoso por sus puestas en escena teatrales y truculentas, se olvidó que tenía un cuadro de Andy Warhol guardado en el garaje de su casa y recién lo volvió a encontrar 40 años después, revolviendo entre las cosas que tenía ahí amontonadas ahí adentro.

Se trata de una serigrafía titulada Little Electric Chair (Pequeña Silla Eléctrica), realizada por Warhol en los ’60, que Cooper recibió como regalo de cumpleaños a comienzos de la década siguiente. «Me la regalaron durante unos años locos y me había olvidado por completo que la tenía», dijo el cantante, dándole a la historia un giro insólito. Sin embargo, no se trata de un reencuentro feliz: Cooper también anunció que venderá la obra en una subasta a realizarse durante antes de fin de año. Pero si ya con esto la historia tiene elementos suficientes para llamar la atención, no son menos curiosas las razones que dio el rockero para deshacerse de la pieza en cuestión.

El cuadro que Cooper se olvidó en la cochera fue realizado por Warhol en 1964 y pertenece a la serie Death and Disaster (Muerte y desastre). La pieza mide 57 centímetros de alto por 71 de ancho y de acuerdo a los expertos que la revisaron se encuentra en perfecto estado. Little Electric Chair está basada en la foto de un diario de los ‘50 publicada, en la que aparece retratada la sala de ejecuciones de la prisión de Sing Sing. La obra reproduce una toma distante de la silla eléctrica, cuya imagen ha sido virada hacia el rojo: la combinación entre el color y la desolada sala vacía, presidida por ese objeto mortal, le da a la composición una atmósfera escalofriante. Una escena que es fácil asociar a la estética aterradora que Cooper solía llevar a los escenarios.

A pesar de eso, el rockero cuenta que tomó la decisión de vender la pieza porque «ya no pega» con la decoración actual de su casa y entonces “no tiene sentido conservarla”. Es imposible no leer estas líneas sin sentir que quizá no hay tanta diferencia entre uno y estrellas como Cooper. A fin de cuentas, todos amontonamos porquerías en un cuartito en el fondo y cambiamos los posters de las paredes después de pintar la casa. Sin embargo se trata de una ilusión similar a la que se produce con los espejos retrovisores de los autos, que ahora vienen con un cartel que le avisa al conductor que los objetos que uno ve a través de ellos no están tan cerca como parecen. Porque la realidad es que mientras nuestros posters viejos van a la basura, Alice Cooper podría recibir entre dos millones y cuatro millones y medio de dólares por subastar ese cuadro de Warhol que tenía tirado por ahí y que al rencontrarlo se dio cuenta de que ya no le gusta.

¿Pero cómo llegó hasta sus manos esta pequeña y millonaria silla eléctrica? Como todos los cuentos, este también empieza diciendo que “había una vez” una época en la que Nueva York era una fiesta. Una fiesta de happenings, arte pop y rock ´n´ roll. Eran los primeros’70 y por entonces era habitual que la intelectualidad “cool” se juntara a tomar algo en alguna terraza y que de golpe hubiera dando vueltas una constelación de estrellas de las galaxias del cine, las artes plásticas o la literatura. Y también del rock, que atravesaba su etapa más fashionista con el auge del glam, un género que bajo la estética de la purpurina, las plumas y el maquillaje era capaz de reunir en su amplio seno a artistas disimiles como Bowie, T-Rex, Elton John, Slade, o New York Dolls. Y, claro, a Alice Cooper, que se había hecho famoso por transportar a los escenarios del rock el espíritu del horror gótico.

En esas fiestas la creatividad estaba en el aire y todos competían por ver quién tenía el ego más grande. Pero también se influenciaban mutuamente e incluso llegaban a colaborar entre ellos. Un ejemplo de ese espíritu es el primer disco de Velvet Underground, la banda comandada por Lou Reed. Un álbum que es tan famoso por sus canciones como por su tapa, ilustrada con la famosa banana también pintada por Warhol. Ese fue el ecosistema en el que él y Cooper se hicieron amigos.

«Lo conocí cuando yo vivía en Nueva York, justo cuando me estaba convirtiendo en el flagelo del rock ‘n’ roll. Y, por supuesto, eso atrajo a toda la banda de Warhol”, contó Cooper al referirse al comienzo de su vínculo. El cantante recordó que por entonces todo el mundo iba a los boliches más exclusivos y en uno de ellos se vieron por primera vez con el artista plástico. “Fue una época muy surrealista. Andy siempre estaba sacándole fotos a todos o filmando todo. Siempre tenía una multitud alrededor y Cindy Lang, que en aquel momento era mi novia, estaba muy conectada a ese grupo», recuerda el rockero. Fue justamente Lang quien le regaló Little Electric Chair para su cumpleaños: había pagado “apenas” 2.500 dólares por un cuadro que hoy podría valer hasta cuatro millones y medio.

«Estoy seguro de que hay un montón de gente buscando una silla eléctrica de Warhol”, comentó Cooper. “Bueno, dejemos que la encuentren», remató con ironía. O como una forma de justificar la decisión de desprenderse de esta obra que le pertenece desde hace medio siglo, pero que permaneció guardada en un depósito sin que él la recordara durante cuatro largas décadas. «