Cuando se acerque el final del año y los periodistas necesitemos llenar páginas (virtuales o de papel) con las notas de balance que son un clásico para leer durante las fiestas, no faltará la que hable de aquellas palabras por las que será recordado este 2019. No hace falta llegar a diciembre para saber que una de ellas será Endgame. Por si el lector no lo sabe, algo muy poco probable pero posible, Endgame es el título de la última película de los Avengers, el equipo integrado por los superhéroes cinematográficos de la compañía Marvel, una de las líderes en el mercado mundial de la historieta y número uno en lo que se refiere a adaptaciones del género a la gran pantalla.

Endgame representa el corolario para una saga que enlaza una lista de 22 títulos que comienza con la primera Iron Man en 2008 y es muy factible que acabe convirtiéndose en la más recaudadora de la historia del cine, superando a Avatar (James Cameron), que en 2009 recaudó casi 2.800 millones de dólares en todo el mundo. Y hasta podría llegar a superar la barrera de los 3.000 millones: una locura. También es cierto que se trata de datos engañosos, porque la moneda estadounidense no es inmune a la erosión inflacionaria y un dólar de 2009 no vale lo mismo diez años después. Pero los números de todas formas impactan.

Como ocurre cada vez más desde que la cultura global ha ido borroneando los límites de las idiosincrasias locales, en la Argentina este panorama se replica casi en una escala de 1 a 1, ya que las películas de Marvel por lo general se encuentran entre las más vistas de cada año. Aunque también es curioso que nunca hasta ahora han conseguido pasar del tercer lugar, ya que invariablemente los primeros puestos son ocupados por películas animadas, marcando una diferencia con, por ejemplo, el mercado estadounidense. Bueno, hasta ahora, porque si la cosa sigue como hasta ahora este año los superhéroes conseguirán también instalarse en la cima del podio en nuestro país. Las razones para esto son muy claras.

«¡Es el monopolio, estúpido!», podría decirse parafraseando una famosa cita que el expresidente estadounidense Bill Clinton utilizó para referirse a la omnipresencia de la economía. Es que el estreno de Endgame marca un nuevo record nacional en materia de exhibición, ocupando más de 630 pantallas del total de aproximadamente 900 que constituyen el parque cinematográfico argentino. Eso significa que el 75% de las salas de cine del país estarán proyectando la película al mismo tiempo. Si quieren podemos hablar de la novela 1984, la famosa novela del escritor inglés George Orwell, de donde surge la figura del Gran Hermano y en la que se desarrollaba la idea de un estado que imponía a sus ciudadanos el consumo de todo con el fin de homogeneizar el pensamiento. Ok: no hace falta ir tan lejos y mejor evitar la acusación de exagerados, pero algo de esa idea siniestra se cuela en la imagen de 1.200.000 personas viendo lo mismo al mismo tiempo empujados por mecanismos mercantiles invisibles.

Eso es lo que ocurrió desde que Endgame se estrenó el jueves hasta el domingo: solo cuatro días alcanzaron para que la película se convirtiera en la tercera más vista del año detrás del film de animación Wifi Ralph y de Capitana Marvel. Para darse una idea de lo que esto significa digamos que esta última necesitó de siete semanas para sumar 1.350.000. Es probable que Endgame supere esa cifra antes de cumplir su primera semana completa de exhibición. Es probable que estas cifras lo primero que provoquen en el lector sea asombro, pero sigamos viendo que hay detrás de ellas.

Y lo que hay son concesiones. El dedo acusador señala en primer lugar al sistema de exhibición de películas, pero si uno piensa que la proyección de películas es sobre todo un negocio, ¿quién podría culpar a sus dueños de apostar a lo seguro? El problema es que la exhibición de cine no es solo un negocio, sino que forma parte de una estructura de difusión cultural que debe ser regulado (como cualquier otro mercado) para que las leyes no acaben favoreciendo siempre al poderoso e invisibilizando al más débil. Porque en materia cultural el hecho de que una película se quede con el 75% del mercado implica que muchos otros se queden sin nada. Y el que más pierde en esta ecuación es siempre el cine argentino.

Para ello se inventó lo que se conoce como Cuota de Pantalla, un mecanismo que debería garantizar algo tan básico como el hecho de que una sola película, sostenida por el enorme poder de los Estudios Disney, no se adueñe de semejante (despro)porción, obligando a que muchas otras se queden sin espacio. La Cuota de Pantalla está reglamentada por ley y el Instituto del Cine (INCAA) es el encargado de garantizar su cumplimiento. Tarea en la que, como se ve, falla con plenitud.

Si a eso se suma que desde hace años muchos de los Espacios INCAA han dejado de cumplir su función original (la de exhibir exclusivamente cine argentino), para sumarse a la tendencia general de programar las mismas películas que se pueden ver en un shopping, la concentración se vuelve aún más peligrosa. Por supuesto que algunos de estos Espacios INCAA se encuentran ubicados en zonas donde no hay ningún otro cine cerca y entonces se puede defender esta decisión alegando que de esta forma se le permite a los espectadores ver películas a las que no podrían acceder de otra forma. Pero aunque el argumento es razonable, no deja de ser discutible. Atención: quien aquí firma no cuenta con datos que confirmen si en estos cuatro días hubo Espacios INCAA proyectando Endgame -como sí sucedió el año pasado con Avengers: Infinity War-, pero eso no hace al fondo del asunto. Es decir: que el cine argentino ceda a las grandes producciones extranjeras espacios que deberían ser exclusivos, aunque ese es un tema que demanda otro artículo para abordarlo.  

Como si esto fuera poco, la filial local de Disney, cumpliendo instrucciones de su nave nodriza, obligó a las salas de cine a negarle a los espectadores el beneficio de las promociones durante estos primeros cuatro días de exhibición de Endgame, en especial el 2×1. Según el sitio Cinesargentinos.com.ar, este tipo de beneficios a partir del cual es posible obtener dos entradas pagando el precio de una es utilizado por “al menos el 90%” de quienes asisten con regularidad a las grandes cadenas de cine, como Hoyts, Showcase, Cinemark u otras. Es decir que además de apropiarse del 75% de las pantallas, Disney también obligó a los espectadores a pagar el precio más alto posible. En el actual contexto de crisis que atraviesa la Argentina no hay nada más parecido al vampirismo cultural. Mientras tanto seguimos esperando sentados a que algún superhéroe se apiade y venga a salvarnos del dólar a $48. 

Agradezcamos que la esperanza siga siendo lo último que se pierde.