Esta joven equilibrista, entre los escombros de la guerra, con la mirada fija en el suelo, no alcanza a ver la escena completa: un edificio en ruinas parece estar a punto de derrumbarse sobre ella. En la última intervención de Banksy, dos obras permanecen en suspenso: la de la artista, que se encuentra en la mitad de una pirueta, y la del verdugo, el personaje invisible, la maquinaria deshumanizada y omnipresente de la guerra, con sus misiles y sus estrategias militares. La destrucción, como el arte, es obra de personas (“la crueldad tiene corazón humano”, dice un verso de William Blake), aunque en esta escena sólo veamos una nena, con gracia y precisión, pero también frágil, bajo la sombra del peligro. Es lo que queda cuando el fuego cesa: el ejercicio de cargar con la desolación. Es, también, el recuerdo de lo conocido, el juego con toda su vitalidad en una ciudad gris y extrañada (“la forma humana es fragua llameante”, dice en el mismo poema el escritor inglés).

A esta postal se le suman otros graffitis que deambulan por Ucrania, todos se le atribuyen a Banksy, aunque hasta ahora el artista sólo confirmó a través de sus redes sociales la figura de la gimnasta. Las otras imágenes también son elocuentes. Dos nenes se columpian en una de las trampas de metal que se usan para detener los tanques, como si fuera un subibaja. Un hombre barbudo se baña sobre los restos de un edificio. En una batalla cuerpo a cuerpo un nene derroca a un judoca experto, que algunos encuentran similar a Putin (es cinturón negro de ese arte marcial). Una mujer en bata, con ruleros en la cabeza y una máscara de gas, empuña un matafuego. Son los fantasmas de un país bombardeado. Estas escenas en las que lo cotidiano se mezcla con la guerra están ahí para mostrar que ese mundo que los enfrentamientos desquician con su presencia es nuestro mundo.

Una nena haciendo una acrobacia es o puede ser, en todo caso, un acto de entrega y en ese gesto, por contraste, destaca el fondo, el escenario histórico. Entre la estabilidad y la caída, pero siempre en el límite de la destrucción y la muerte, el suspenso de la imagen no contiene la sola sugestión de una respuesta. Es el eco de un silencio inquietante, el misterio del horror y lo incomprensible. La usencia de desenlace desarticula toda posibilidad de explicación, porque no hay manera de darle sentido a la experiencia, diría Benjamin.

Si la imagen es incierta, si el equilibrio es frágil en un mundo perplejo, es porque busca, mediante los dispositivos de lo visual, potenciar la necesidad de revelar el vértigo de la guerra. La acróbata, como elección estética, simboliza la figura del conflicto, la lleva a estar en excepción, fuera del mundo que conocemos, a un paso de la destrucción. Sólo hace falta un movimiento para que todo estalle.