A León le gusta jugar jueguitos. Es bueno, está en un equipo. Se imagina semanas enteras frente a la computadora sin la madre en bata diciéndole que la vida está en otro lado. Mejor: sin el padre que lo obligue al simulacro de apagar el monitor y correr hacia el piano. León no entiende a los adultos ni sus sentencias, pero se acopla. También le cuesta con las mujeres. Toca esos cuerpos, las hace reír, cumple el rito de la música y el alcohol, pero siguen indescifrables, parecen ser de otros, se siente ridículo. La amistad se convierte en el único refugio hasta que una muerte temprana le enseña que nadie está a salvo del derrumbe. Como todos, sigue adelante, registra el mundo rarísimo, pero desde otro lugar, distante, como un árbol solitario en medio del campo.

“¿Y qué es lo que le molesta a mamá?”, le pregunta el protagonista al padre en El amarillo, el acto inaugural de Lejos en el mapa, el primer libro de cuentos de Manuel Tacconi editado por Salta el Pez. “No sé, hijo, no sé. Encima de que nos prestan la casa”, es la respuesta que sugiere la fractura conyugal. León mantendrá el frágil equilibrio familiar dejando a la madre recostada en su habitación y escuchando, como si fuera la primera vez, las instrucciones del padre para preparar un pescado.

Tacconi nació en Buenos Aires, en 1993, vive en San Telmo y es licenciado por la Universidad Nacional de las Artes. Se formó como escritor en el taller literario de Liliana Heker durante siete años. Su maestra, desde la contratapa, destaca del libro “ante todo, la magia de lo silenciado. O de lo apenas dicho. Cada situación, cada frase, guarda a presión un caudal de pérdida, o de soledad, o de dicha anhelada, o de vida-a-contramano, que, sin ruido, se abre paso entre lo austero de las palabras y nos golpea”. 

Si a León le hacen sentir que su habilidad con los videojuegos es un desperdicio, la música sería el destino correcto. En Ostinato, las clases de piano, según el protagonista, “le provocaban lo mismo que bañarse cuando era chico: primero no quería entrar; después no quería salir”. Pero los ejercicios propuestos por el profesor son refutados por la técnica del padre, un músico reputado que parece menos animar que censurar a su hijo: “León escondió las manos entre las piernas. Nunca había improvisado. Tenés que nacer tocado por algo, decía su padre”.

Será el encuentro con Julio, un chico de segundo que lo invita a su banda, lo que despertará el impulso artístico de León, al tiempo que inaugurará la amistad.

Como gotas de agua perfectas y Australia relatan los mandatos de la masculinidad, el descubrimiento del sexo, lo irrevocable del deseo, aunque no se concrete. También que alcanza con unos pocos años para que aceche la oscuridad. “¿Alguna vez sentiste que vivías la vida de otro?”, pregunta Melina, la ex campeona de patín a la que un novio estropeó en el camino. León dice que no. Y Los lectores le creen. Su extrañeza, su búsqueda, sus torpezas con la chica de la que está enamorado o la manera en que baja la guardia y pacta una tregua con el padre en Parque Chacabuco, el cuento tan elusivo como profundo que cierra el libro, es, ni más ni menos, la vida que puede. Cualquiera que haya salido al mundo reconoce que es arduo, pero vale la pena.