“Cuando empecé a escribir –dice el escritor galés Cynan Jones en una entrevista aparecida en el diario El País de España-, me ocupé de historias y personajes de las ciudades. Porque pensaba que no había nada interesante en el sitio donde yo vivía. Pero después me di cuenta de que las historias humanas suelen ser parecidas tanto en la ciudad como en el campo. Da igual el lugar donde se desarrollen.”

Un buen ejemplo de esta afirmación es su última novela, Tiempo sin lluvia, publicada en la Argentina por Chai Editora. En ella, como si se tratara del equivalente del espacio acotado de una la habitación que propicia la acción teatral, una granja se transforma en el espacio limitado en el que transcurre la narración. Y, como si esta respetara las unidades aristotélicas de tiempo y acción, la narración transcurre en un solo día.

Tiempo sin lluvia es una de esas historias  escritas con sordina, en las que sucede todo cuando parece que no pasara nada.

Gareth es el padre de una familia compuesta por su mujer, Kate, un hijo adolescente y una niña, Emmy.

Una mañana calurosa,  sale a buscar la vaca pronta a parir que se ha ido del establo. Es en su recorrida por la granja para buscarla que el lector se va enterando de los pequeños infiernos cotidianos que viven cada uno de los integrantes de esa familia. Desde ese presente, el péndulo de la narración se mueve hacia el pasado y también hacia el futuro, ya que narra lo que le sucederá a la pequeña Emmy, pero que aún no se ha siquiera esbozado. En el pasado no solo está el pasado de esa pequeña familia, sino también el pasado del padre de Gareth que se hace presente a través de sus memorias leídas por su hijo.

Como dice el autor, las historias humanas suelen ser parecidas en todas partes. Sin embargo, el escenario en que se desarrolla ésta, una granja, aporta un plus. El contacto directo con la naturaleza, que en ocasiones suele ser idealizado como un ambiente bucólico, determina un contacto más frecuente con la muerte y muestra signos de dolor y de angustia entre los animales que, en la mayoría de los casos, pasan inadvertidos para quienes viven en las ciudades. De hecho, ni bien sale de la casa y se dirige al establo, Gareth comprueba que una de las vacas ha parido un ternero muerto, no obstante lo cual lo ha lamido para limpiarlo, quizá con la esperanza de que se levantara y comenzara a dar sus primeros pasos torpes: “Se imaginó a la vaca –dice el narrador refiriéndose a Gareth- lamiendo el ternero sin entender por qué no se ponía de pie a los tumbos, las patas desproporcionadas, los ojos muy abiertos. Por qué no despertaba lleno de vida, incrédulo, vacilante.”

En su recorrida, Gareth está atento también al ruido del motor de la camioneta del veterinario, quien visitará la casa para sacrificar al viejo y querido perro de la familia, Curly, que tiene un tumor. Encuentra, además, un conejo muerto cubierto de escombros, que tiene signos de haber sido matado con el filo de una piedra y se pregunta por qué hay gente capaz de esa crueldad. Sin embargo, la narración le hace saber al lector lo que él no sabe: que fue por piedad hacia el animal moribundo que un chico decide terminar con su vida para que deje de sufrir.

La novela parece tener un lente de aumento que coloca sobre los animales y que obliga a ver su sufrimiento de una forma que no es la habitual.

Kate, por su parte, sufre en silencio el paso del tiempo que ha modificado su cuerpo haciéndolo más pesado y rotundo, razón por la cual piensa que su marido ya no la desea, aunque esto no es verdad. Pero entre los dos se ha levantado un muro de silencio e incomunicación. Kate ha perdido dos embarazos debido a una enfermedad de transmisión sexual que aparentemente le contagió su esposo. Apenas una pequeña frase sirve para insinuar que acaso Emmy no sea hija de este, sino producto de una infidelidad fugaz que avergüenza a Kate y que contribuye a su aislamiento.

El mundo que ha desplegado la búsqueda de una vaca que ha huido del establo, se cierra para el lector en el momento mismo en que comienzan a caer las primeras gotas.

Tiempo sin lluvia es también una novela de la espera. Cada personaje espera algo que supuestamente mejorará su vida. Gareth, la compra de unas tierras que planea alquilar cuando sea viejo y no pueda trabajar. El hijo adolescente espera que la vida lo lleve lejos de esa granja que lo asfixia. Quizá Kate no sepa bien qué espera hundida en el silencio y el rencor. Pero todos aguardan que el tiempo pase y que suceda algo diferente. Los colores cambiantes del día y las primeras gotas de lluvia marcan el paso de las horas como si fueran un reloj provisto por la naturaleza.

La prosa de Jones es económica, austera, seca. Sin embargo, destila una melancolía que no nace de la adjetivación, sino de las pequeñas acciones. A través del transcurso de la historia el lector asistirá a pequeñas escenas que se iluminan por un instante y se apagan dejando una impresión vívida, una revelación. Esas escenas tienen carácter casi cinematográfico porque, como se dijo, Jones narra a través de las acciones.

El autor nació en 1975 en la costa oeste de Gales y tiene cinco novelas publicadas en más de veinte países. La primera traducida al español fue La tejonera, distribuida en España en 2015.  La tan citada frase “pinta tu aldea y serás universal”, parece cumplirse en Jones al pie de la letra. “Cuando decidí empezar a escribir me fui a Glasgow y trabajé en una agencia de publicidad -dice en la ya mencionada entrevista de El País-. Quería aprender la carpintería de la escritura. Pero yo nunca he sido una persona de ciudad. Cuando empiezas a escribir tienes dudas sobre todo. Estar en una ciudad te da determinadas certezas, pero de un tipo muy determinado. Prefiero mi pueblo.” Como sucede con toda buena historia, la vida de sus personajes permite la identificación con la vida propia porque la buena literatura hace que las vidas ajenas hablen de nuestras propias vidas.

La traducción de Tiempo de lluvia editada en la Argentina tiene un importante valor agregado que es la pericia de Esther Cross, que a su idoneidad como traductora suma su condición de escritora. Se trata de una versión impecable, detrás de cuya fluidez se vislumbra un trabajo muy intenso con el texto. Es un verdadero lujo poder leer en la Argentina a un autor extranjero en un lenguaje que es posible reconocer como propio y cuya elaboración cuidada da como resultado, paradójicamente, una gran sensación de naturalidad.