El geólogo español Alex Nogués -descubridor de un nuevo microfósil que lleva su nombre- encontró en los libros-álbum el lugar donde despertar el interés de los pequeños lectores por esta ciencia y se convirtió en escritor infantil.

Invitado al FILBITA, va a dar talleres de escritura para adultos y de creación y lectura para chicos, y de paso, hacer conocer sus dos bellísimos libros publicados por la editorial Flamboyant, Un millón de ostras y Un pelo en la sopa.

El jueves 10, a las 14 y a las 18 en la Alianza Francesa, dará talleres para adultos, el sábado 12, a las 11.30. y a las 17.30 en la Usina del Arte y el domingo 13 a las 12 en el Jardín Botánico, se encontrará con sus jóvenes lectores pero antes, habló con Tiempo argentino.

Hay dos cosas que siempre atrapan a los niños: la naturaleza y el humor absurdo y en tus libros hay mucho de ambos. ¿Cómo es el proceso de elaboración de tus historias?

-Varían muchísimo en cada libro. En el caso de Un pelo en la sopa, yo estaba buscando un tema que atrapara a mis hijos, que fuera una historia corta que pudiéramos explicar alrededor de una mesa y fue un ejercicio de creación literaria, de búsqueda de una idea absurda, divertida. Una vez que la encontré, la desarrollé y la fuimos probando. En realidad la escribí después de que la representáramos muchas veces en la mesa familiar como una obra de teatro, íbamos cambiando los personajes y nació de ahí. Una vez una escritora me dijo cómo podía ser que estuviera tan pulido el cuento, que con tan pocas palabras pudiera decir tanto y yo le dije que porque, antes de ser cuento fue una obra de teatro y eso me permitió darme cuenta qué era lo que necesitaba para que funcionara. Con Un millón de ostras fue bastante distinto. Yo quería rendir un homenaje a la ciencia que aprendí, haciéndola accesible a los niños y a los adultos también, ya que es una ciencia casi desconocida. Y ahí hice el ejercicio de recordar cómo lo había vivido yo, a descubrir cosas en las que nadie se fija, que en el paisaje hay montañas y rocas y descubrir que en ellas hay un lenguaje que está esperándonos. Así que son muy distintos. Cuando hago libros sobre la naturaleza tengo una motivación muy concreta, cuando hago historias más ficcionales, no  sé, es muy loco, simplemente salen, como si fueran champignones en una maceta.

-¿Qué vino primero, la geología o la literatura infantil?

-Creo que las dos a la vez, ya que siempre escribí, pero la literatura infantil vino después de la carrera de geología. Ahí empecé a pensar en escribir para niños. Antes de tener hijos, con mi mujer nos gustaban mucho los libros-álbum, que son perfectamente legibles para adultos y los disfrutábamos mucho. Me gusta el medio, mezclar imágenes con textos.

-¿Los niños son más curiosos que los adultos? ¿Todos los niños son científicos en potencia?

-Sí, totalmente. Si hay algo que define a un niño es que es curioso. Y cuando pasa el tiempo y ves que va perdiendo la curiosidad, es un momento triste, cuando te das cuenta que yo no es tan niño. La educación tal como nos la planteamos, pero también las hormonas, van cortándoles las alas.

En Un pelo en la sopa me pareció encontrar a la Mafalda de Quino, tanto en el guión como en el dibujo. ¿Fue un homenaje a este personaje o a todos los que nos vimos obligados a tomar sopa durante la infancia?

Es cierto! Aquí ya es el trabajo impresionante del ilustrador, Guridi, creo que es como un guiño que él hace. Alguna vez se lo han preguntado y él ha dejado la pregunta abierta. En mi caso, leí Malfalda mucho durante mi infancia, puede ser que en mi subconciente haya quedado guardado, pero, ahora que lo dices, es muy posible, no lo descarto. Tanto en el subconciente de Guridi como en el mío.

-¿El humor absurdo y la magia en algún punto se pueden considerar sinónimos?

-Sí, en este caso sería el truco para llegar al absurdo tiene ese punto de mágico. Si lo piensas un poco, siempre hay un truco, en el absurdo hay un giro que hace que una situación normal pase a ser sorprendente, disparatada, surrealista.Las piedras son un museo de la historia de la Tierra y a la vez, están presentes en los juegos infantiles como la payana, el sapito o simplemente, al patearlas mientras caminamos. En Un millón de ostras, además de darle a los lectores instrucciones para convertirse en naturalistas, se cuenta una historia de aventuras, donde hay que descubrir cómo llegaron las ostras a la cima de la montaña.

-¿Es la divulgación la mejor manera de acercar a los pequeños lectores a la ciencia?

Es la divulgación que me gusta hacer a mí. Pensándolo un poco, somos seres narrativos y es más fácil transmitir conceptos a través de la narración, es acompañar al lector usando herramientas de la literatura. Pienso que es la mejor manera de atrapar la atención del lector, crear una cierta emoción y creo que es un camino interesante para acercar cosas complejas.

-¿Te dedicás actualmente a la geología?

Actualmente, no. Me he tomado un tiempo sabático en mi profesión para dedicarme a escribir y estoy en eso ahora mismo.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

-¿Henry Thoreau, en tanto naturalista y escritor, es un referente para vos?

-Es una referencia importante en el sentido que he leído libros suyos y me han impactado y porque es el padre de la literatura sobre la naturaleza, un género que me interesa muchísimo. En tanto precursor, sí, pero su escritura hoy me resulta un poco obtusa, me gustan los escritores más fluidos o que usan el humor, como Dave Goulson, el autor de A sting in a Tale, un escritor inglés que tiene la capacidad de hacerte reir mientras aprendes y es uno de mis referentes actuales.

-¿Qué es una Alexina papyracea?

-Es un microfósil foraminífero que encontré cuando estaba haciendo el doctorado en paleontología, y enseguida me di cuenta que no era conocido. Son organismos unicelulares que cuando se fosilizan llegan a tener el tamaño de una moneda. Y en la Facultad, en broma, le llamaban Alexina. Luego pasó el tiempo, yo me dediqué a la hidrogeología, las aguas subterráneas, y cuando me puse a buscar información para hacer Un millón de ostras, encontré que lo habían nombrado oficialmente Alexina papyracea por mi nombre y porque es delgado como el papel y eso me pareció genial, un homenaje doble, a mi profesión y a los libros.