«Es raro cuando aparece una novela como ésta que no da respiro, que desternilla de risa, que asquea, que marea, que impulsa al viaje, al salto. Imposible salir indemne de ella. Una verdadera obra maestra»–dice el escritor Luis Mey refiriéndose a El día del dealer (Ediciones Chas) de Gustavo Caletti.

Más raro aún es que esta novela con un acelerado ritmo cinematográfico, cuya fuerza centrípeta absorbe al lector en un remolino del que no le permitirá salir hasta el final, sea su primera obra narrativa. Aunque esta última afirmación es relativa, porque si bien es la primera novela de Caletti, su relación con el lenguaje viene de lejos, aunque sería más correcto decir con los lenguajes, dado que se dedica a las artes plásticas, al teatro y la performance, materias sobre las que ya ha publicado libros como El último manifiesto del siglo, referido a las vanguardias pictóricas del siglo XX, e Impro en la Argentina. Historia y reflexiones sobre la improvisación teatral en el país. 

Se formó, además, en dos carreras distintas: Ciencias Antropológicas y Artes Combinadas, ambas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Nacido en Argentina, desde hace ocho años reside en Barcelona, aunque su propósito es regresar a su país natal en unos años.

En esta novela, suerte de road movie delirante, pone en escena a dos personajes principales, Claudio y Mika. Claudio es un intelectual que bien podría haber egresado de la facultad de Filosofía y Letras de la calle Puán y que, al perder su puesto de profesor, se encuentra con la solidaridad de Mika, quien le consigue un trabajo como viajante: será controlador de baños de estaciones de servicio. Este trabajo singular y absurdo despertará su costado de investigador y junto a su amigo Juampi se dedicará a trazar un «mapa del esnife», un relevamiento cartográfico singular en el que consignará en qué bares de Buenos Aires se vende la mejor droga. Pronto ese mapa se transformará en una botín codiciable no se sabe bien para qué, aunque quizá la explicación última sea que en la sociedad  capitalista actual cualquier  saber es un arma y todo objeto, incluso uno tan singular como un mapa del esnife, es una potencial mercadería  vendible a un alto precio.

–Resulta muy singular que en El día del dealer no exista un afuera del mundo en el que vive Claudio, no hay un contraste con otro mundo en el que las cosas sucedan de otra forma. De modo que el lector no tiene tregua. Desde el primer puñetazo que el texto le da al comienzo no deja de sacudirlo hasta el final. ¿Cómo nació esta novela en vos que tenés otros talentos?

–No sé si puedo asegurar que tenga otros talentos, pero sí es cierto que hibrido en varias áreas de la cuestión artística. Me dedico al teatro, a la plástica, a la performance. Trabajo mucho en procesos de investigación, especialmente en procesos creativos, en España. Escribí un libro sobre plástica y otro sobre teatro, pero nunca había escrito ficción. Este es un campo totalmente nuevo para mí y no hubo una intención previa de escribir una novela. Venía y sigo trabajando en un proyecto  de crónicas de viaje que tiene que ver con las pequeñas salas teatrales que hay en el interior de nuestro país y quería limpiar un poco la escritura. Pero entré en la novela y una vez que entré no pude salir. Encontré en la escritura una zona de mucho placer y de un tiempo no mensurable. Escribía seis, siete, diez horas. Fui para adelante, pero no con la intención de escribir una novela. De hecho, no soy parte del medio de la literatura como sí soy miembro del mundo del teatro, de las artes plásticas. En esta esfera cultural, simplemente, era lector. En un momento me di cuenta de que eso me daba libertades, que el no participar de ciertas órbitas me permitía muchas licencias.

–¿Como cuáles?

–Básicamente, no tener que ser efectivo, no tener que ser bueno. Como profesional de la actuación o de las artes plásticas tengo una exigencia, tengo que llegar a un nivel. Acá, en cambio, era nuevo y podía hacer y deshacer lo que quisiera. Eso me dio mucha satisfacción y creo que produjo mucha frescura  en la escritura. Soy un ignorante en el tema que, por eso mismo, tuvo una gran libertad para escribir.

–¿Pero, concretamente, de qué surgió la novela?

–De retazos, retazos de anécdotas, de historias, de cosmovisiones, de posiciones políticas entrelazadas sobre lo que es este nuevo sistema capitalista de compra y venta de algo que no sabemos qué es. Uno de los motores del libro es que el personaje, Claudio, se dedica a hacer un mapa sobre el esnife de los bares de Buenos Aires, una cartografía de qué bares de esta ciudad son los que venden la  mejor cocaína.

Con lo que la historia da por sentado que en todos los bares de Buenos Aires se vende droga.

–Claro, en la novela es así. Ese mapa es un proyecto personal de investigación de Claudio y punto. Sin embargo, hay una multinacional que lo quiere comprar sin saber por qué. Hoy en día se compran y se venden ideas y proyectos sin sentido. Finalmente, una multinacional se termina apropiando de este proyecto personal que será bueno o malo, eso no importa, pero era un proyecto personal que deja de ser de él. El capitalismo de hoy compra y vende lo que no existe, lo que podría tener un valor potencial pero que se desconoce. Quería hablar de eso.El personaje se queda sin su proyecto que, bueno o malo, era propio. Terminan obligándolo a vender algo tan absurdo como una cartografía del esnife en los bares de Buenos Aires. Él quiere su proyecto, pero se ve forzado a vender su tiempo para lograrlo.

–La novela tiene también elementos oníricos.

–Sí, tiene planos oníricos que me interesaba trabajar que son las escenas con los camioneros en la región de la Patagonia. Eso me gustaba mucho. Pero, vuelvo a recalcarlo, escribí esta novela con la libertad que da la ignorancia. Para mí eso es algo muy valioso en este proyecto creativo que llevé adelante. Y eso es lo que más me gustó, la libertad.

Foto: Pedro Pérez

–¿Dónde escribiste esta novela que tiene tanto que ver con Buenos Aires?

–Una parte en Buenos Aires, otra en Villa Gesell, otra en Nueva York, donde viví un tiempo, y otra en España.  Fue un proyecto fluido que justo se dio en un momento de viajes y tuve que robarle tiempo a otros proyectos para estar en éste. Pero siempre lo hice desde la alegría, desde la felicidad. Lo terminé en Nueva York.

–¿Qué tenías de la historia en el momento de  sentarte a escribir?

–Historias de bares de Buenos Aires. Creo que se habla más de drogas de lo que en realidad se consume, pero se habla mucho en todos los ambientes. Yo conozco sólo los ambientes en los que me muevo, pero sé que también sucede en otros e, insisto, se habla más de lo que se consume. Se cuentan anécdotas, cómo es una transa, si el dealer va o viene… Hay todo un mundo que creo que está lejos de ser como se lo describe muchas veces: la oscuridad, el narcotráfico, la zona negra que no tiene que ver con la vida cotidiana donde no está este planteo que se suele hacer sobre si la droga es buena o mala. No sé si es buena o mala. Ése es otro tema. Me gustó tratar el tema de la droga desde la cotidianidad, desde lo que se vive cada día y no desde ese lugar oscuro e hipócrita de la prohibición, del narcotráfico, porque si lo hiciera desde ese punto de vista, también podría pensar que los veganos no deberían comer milanesas de soja porque de esa manera están colaborando con Monsanto. La prohibición es histórica. La cocaína ha sido un medicamento recetado en Buenos Aires y altamente consumido. Ahora tiene un período de prohibición y es muy factible que en el futuro tenga un período de habilitación, porque hay muchos paradigmas que caen.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Hay algo en lo que creo que estamos todos de acuerdo: que es sano tomar dos litros de agua por día. Yo creo que nadie en el mundo está en contra de esta afirmación tan repetida. Sin embargo, el otro día leí algo que me dejó helado y es que hay investigaciones según las cuales no es saludable tomar dos litros de agua por día.

–¿Por qué?

–Porque hace mal, no es tan saludable como se cree. Entonces, ante estas cosas se te cae el mundo, porque vivimos creyendo lo contrario. Me parece que deberíamos pensarnos históricamente. Después de la pandemia creo que tendríamos que haber aprendido que no sabemos nada, que nos debería regir en todo el principio socrático «sólo sé que no sé nada». Si no partimos de esta premisa, creo que nos va a costar mucho entender el resto, porque el resto cada vez es más complejo. Yo trabajo en proyectos culturales que tienen que ver con procesos de gentrificación y migración, con ecocidio. En Barcelona y buena parte de Europa estos son temas candentes. Sin embargo, no se habla de que diariamente aparecen chicos muertos en la playa porque vienen desde África en barcos que se hunden en la mitad del Mediterráneo. Creo que El día del dealer también critica eso cuando se refiere a las nuevas formas de producir que no producen nada, en las banderas que se levantan en nombre de la ecología. Y no es que esto último esté mal, porque yo también quiero a las ballenas, pero antes de protegerlas a ellas, yo pensaría en proteger al prójimo. Antes de levantar banderas sobre cierto tipo de alimentación que está muy bien, porque no es industrializada, habría que pensar cuál es el costo de este tipo de comida y qué implicaría que todos comamos una lechuga agroecológica porque es probable que implique que muchos no van a poder comer. En estos momentos de tantas capas de  información tan complejas que vienen por numerosos medios diferentes, me parece que si no hacemos un parate para entender que no sabemos, estamos perdidos. También de eso habla un poco mi novela. Habla, además, de la hipocresía social. Siempre recuerdo lo que dice Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. La televisión es la televisión, un kilo de fideos es un kilo de fideos y un gramo de cocaína es un gramo de cocaína. El tema es quién regula eso, cuál es el mercado, cuál es la responsabilidad de ese consumo. No podemos responsabilizar a la televisión, ni a la alimentación ni a la droga de las cosas que pasan.

–Volviendo al mapa del esnife, algo que en la tu novela es tan codiciable y la vez, tan abstracto, no sé por qué pensé en los bitcoins que, a menos que seas especialista en el tema, no se termina de entender bien qué es y cómo funcionan. ¿Es desacertada mi relación? –No, en absoluto, es eso. Tanto los bitcoin como las NFT, esas obras de arte digitales que se compran  y se venden, pero que no tienen ningún valor real, están muy relacionadas con el mapa del esnife. No son una mercancía hecha por alguien para que otra persona la utilice. Si alguien fabrica un vaso para que otro tome agua, la forma del vaso estará bien o mal, pero en concreto se trata de un vaso. La empresa inmobiliaria más grande del planeta no tiene ninguna propiedad. La empresa de transporte que más factura, Uber, no tiene ningún coche. Tesla fabrica autos y vale más que Ford, que produce 40 veces más. Esto es especulación al 100 por ciento. Poco importa si es una obra de arte, un bitcoin o un mapa del esnife. Todo da igual. Todo es lo mismo. 

Consumir droga en Puerto Madero

-Sí, los estratos sociales están bien marcados y en este piso en Puerto Madero que no tiene límites, que mira hacia el río, no consumen cocaína, pero les gusta esnifar, consumen sus propias drogas que traen de distintos países del mundo y montan toda una situación artificial porque están en un estatus económico en el que nada importa. No bajan de este piso. Claudio dice que, en algún momento, van a levantar una pared entre Puerto Madero y el resto del  mundo. Lo dice cuando entra con su auto a Avenida Córdoba y se ve entre el tráfico y siente que la vida es como un embudo. Nacemos con muchas posibilidades  y cada vez vamos teniendo menos opciones hasta que hay un momento en que ya no se puede pasar por el embudo. Hay un mundo tan fuerte del otro lado que uno no puede siquiera decir que no y aunque lo diga, el poder es tal que ese no es un sí. Esa es la impunidad. Mientras tanto, en Once hay una clase media que se siente invadida por la inmigración latinoamericana. Claudio quiere seguir con su mapa del esnife donde consigna en qué bares de Buenos Aires se consume la mejor cocaína para que no se consuma droga de la que venden estos nuevos migrantes. Con esta actitud se pone en la posición de considerar a los argentinos como europeos.