Liliana Furió empezó a filmar hace unos siete años. Es la tercera película que realiza, la primera fue Mucho para dar, con la problemática de familias con jóvenes de discapacidad mental. La segunda, Todos podemos bailar. En ambas toma aspectos del mundo de la discapacidad, donde ella trabaja con el objetivo de construir un nuevo paradigma de belleza corporal y para impulsar el concepto de arte como transformación social. 

Tango queerido es su tercera película. El film entra a la pista del tango queer y continúa la línea de una mirada puesta en la cultura de la novedad estética del baile y la tolerancia. “Queer” significa “raro” y era la forma de denostar a los gays y lesbianas, término que fue usado para torcer su sentido por la comunidad LGTB estadounidense. Hoy es de uso frecuente y por militancia y activismo político ya perdió ese origen discriminatorio.

Furió, en el film, elige puntualizar el abrazo tanguero, el abrazo abierto, en el que el cambio de rol es lo esperado y donde cada pareja pacta a priori quién dirige y es dirigido/a, a la vez que conoce que si hay normas, estas tienen que ver con la libertad de la acción de “conducir”, la comodidad y el disfrute con otrx, sin jerarquías ni marcas tradicionales estancas. 

Mientras rodaba, en dosis de cámara esporádicas, de visita por salones privados, bares notables o patios de barrios tangueros, Liliana Furió conoció a Julie August en la pista de baile de Tango queer, la milonga que conduce la bailarina y escritora Mariana Docampo, los martes en San Telmo. Tanto la película como la vida de Furió giró en el 2×4. La relación prosperó, después de dar los primeros pasos. Ambas encararon viajes por Europa de visita por festivales y milongas queer y se casaron en Alemania y Argentina. La película está dedicada a sus hijas.

-¿Cómo fue la investigación sobre tango queer?

-Tengo en el cuerpo la investigación. Empecé a bailar con Mariana Docampo en Tango queer, en 2003, en La casa del Encuentro. A partir de ahí yo quedé pegada con la propuesta, nunca me imaginé que iba a bailar el tango. Vengo de una generación que la diezmaba, era de viejos y de machistas. Cuando veo la propuesta me sorprendí y arranqué. Lo mío es hacer relatos audiovisuales. Me interesa hacer un relato de tango queer, aunque originalmente iba a hacer algo más casero porque no tenía recursos ni posibilidades. Iba a centrarlo en Mariana (Docampo, Milonga Tango Queer) y Augusto (Balizano, Milonga La Marshall). Pero no imaginaba que en el medio del proceso iba a conocer a Julie que es fundamental en la producción, y ampliar el relato.

-¿Hacia dónde fueron?

-Estuvimos en la ciudades de Alemania: las centrales tangueras son Berlín y Hamburgo. Además fuimos a París, Londres. Lo más interesante fueron los festivales de San Petersburgo porque lo propusieron en plena ola de homofobia rusa. Ni bien lo vi publicado, busqué una oferta de pasaje y le propuse a Julie viajar hacia allí. Lo mismo me pasó en Estambul. 

-Buenos Aires es el motor de fuga para otras milongas.

-Sí, y a su vez es un espacio de referencia y fortaleza de las movidas, sobre todo en las ciudades que están tan diezmadas para moverse. Es una red de contención importante. 

-¿Qué milonga queer te llamó más la atención o te sentiste a gusto?

-Las más “exóticas” por decirlo así fueron la escena rusa porque no lo podían presentar tan abiertamente. Teníamos que llegar como si fuera el mapa del tesoro, por señas. Una vez que lo logramos, el lugar no tenía cartel. Y sin embargo, de puertas adentro, te encontrabas con una población LGTB que como está en sus albores, o salida del closet a todo nivel, muchas reproducían los roles estereotipados: la lesbiana “chonga” que lleva a la “femme”. Es muy notorio en las sociedades que vienen rezagados. Ese proceso nosotros lo hicimos hace 20 o 30 años, pero en Europa y EE UU son los pioneros. Argentina y Uruguay hicieron punta absoluta. Rusia y Turquía asomaba la cabeza, vino una represión feroz y les prohíben publicaciones y todo tipo de expresión. Es emocionante ver cómo el abrazo del tango y la ruptura los y nos contiene. Se armó una hermandad queer, muy solidaria en lo político.

-Magali Saikin es el esqueleto teórico del relato.

-Yo me encontré con eso hablando con la gente, haciendo entrevistas. Augusto (Balizano) la puso de manifiesto y yo pude conversar con ella. A nivel teórico y el pensar el movimiento que se amalgamó a nivel internacional, lo pensó ella. Y se dio paralelamente a la movida de Mariana y de Augusto en Buenos Aires.

-¿Cuál es la situación hoy en Buenos Aires?

-Es magnífica en comparación a cuando empecé. Como dice Mariana (Docampo), estábamos encerradas en la Casa del Encuentro. Después saltó a Simón en su Laberinto y cerraban las cortinas. De todas maneras, relato cómo todavía en las milongas de Buenos Aires y del Mundo te echan si bailás con alguien de tu mismo sexo. Estoy en contacto con unas ONG para demandarlos porque es violenta, lo hacen así. Eso hoy también pasa. 

-¿Qué resultados podría tener la proyección de tu película?

-Ojalá que sea de toma de conciencia. En realidad, no sé si busco un objetivo. Siempre es político. Creo que en gran medida, la discriminación tiene que ver con el miedo. Eso no tiene que ver con lo queer, al visibilizar a gente tan común y corriente que simplemente tiene otra manera de interpretar las sexualidades. A lo mejor se le pueden caer algunas armaduras. Muchas personas hétero que la han visto les gusta la idea del cambio de rol porque es impensado. Son más entusiastas las mujeres que los varones. 

-Hay un relato italiano que menciona que en Roma ya casi no existe el concepto de la milonga queer.

-Mucha gente del ambiente LGTB tiene una mirada a veces negadora. Muchos no pueden, no quieren hablar de las discriminaciones que han sufrido. Y así también por tener una mirada positiva, hasta idealizan la escena. Esto está bueno, pero también ser realista y crudo. Es soñado ir a las milongas pero hay dos o tres lugares donde te echan y te hacen sentir muy mal. Esto pasa en todos los lugares del mundo.

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