Si se siguen los criterios de Olga Orozco, amante del esoterismo y conocedora del lenguaje silencioso de los astros, podría decirse que cuando nació, el 17 de marzo de 1920 en Toay, provincia de La Pampa, los planetas se alinearon o se confabularon para que fuera poeta. La palabra fue en ella un destino inevitable, como lo es cualquier destino para quienes creen que todo está escrito de antemano.

Lo cierto es que esta mujer que escribió sobre temas esotéricos en la prensa bajo el seudónimo de Richard Reiner, fue una de las mayores voces de la poesía de habla hispana.

Emparentada por la crítica con la generación del 40 y con el surrealismo, Orozco tiene una escritura única. Cuando en una entrevista nada menos que María Ester Gilio le preguntó qué era para ella la poesía, respondió: “Yo elegiría las palabras de Howard Nemeroff, el poeta norteamericano, quien dice que es ‘la tentativa de apremiar a Dios para que hable´. Orozco fue consecuente con esa tentativa durante toda su vida.

Su primer libro de poesía, Desde lejos, fue publicado en 1946. Le siguieron Los juegos peligrosos, Las muertes, Museo salvaje, Cantos a Berenice (poemas dedicados a su gata), Mutaciones de la realidad, La noche a la deriva, En el revés del cielo, Con esta boca en este mundo, Eclipses y fulgores y un libro publicado de manera póstuma bajo el título Últimos poemas. “Mis temas siempre fueron los mismos –aseguraba Orozco–: la búsqueda de Dios, el hecho de acechar más allá de lo visible o lo inmediato, ampliar las posibilidades del yo, el tiempo y la memoria y, claro, la muerte.”

Su primer libro de narrativa fue La oscuridad es otro sol. Le siguió También la luz es un abismo. 

Durante 10 años trabajó en la revista Claudia. Según el poeta Jorge Boccanera, allí “reflejó un estilo de vida de la mujer moderna en el marco de las transformaciones culturales de los años 60”. También  multiplicó sus seudónimos y fue muy diversas personas: fue Valeria Guzmán para responder el correo sentimental de las lectoras; Martín Yañez, para escribir crítica literaria; Sergio Medina, para las notas sobre tecnología y sobre las estrellas de Hollywood; Richard Reiner –como ya se mencionó , para los textos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra, para notas de vida social y puericultura; Valentine Charpentier, para escritos biográficos o de viajes, y Jorge Videla, para notas sobre tango y otras prácticas que eran consideradas masculinas. Para escribir el horóscopo de Clarín adoptó el nombre de Canopus.

Es evidente que la escritura le permitía vivir otras vidas, ser otra. Por eso, cambiarse el nombre fue en ella un gesto natural. “Con sol en Piscis y ascendente en Acuario”, según contó, nació como Olga Nilda Gugliotta, pero como poeta decidió anular su segundo nombre y reemplazar el apellido.  

Aseguraba que tenía ciertas dotes adivinatorias y que en su infancia, una sombrerera de Bahía Blanca, la había hecho levitar.  

Murió el 15 de agosto de 1999, luego de haberse consagrado como poeta y de haber recibido numerosos premios.

En la Casa-Museo Olga Orozco, en Toay, donde vivió hasta los 6 años, está su biblioteca compuesta por 4.500 volúmenes que ella misma donó. Pero también hay cartas, recuerdos de viaje y diversos objetos que le pertenecieron, desde una máscara a un frasco de perfume. Su cama está ubicada sobre la pared y no sobre el piso como una forma de resaltar el rasgo onírico de su poesía.

Allí, este 17 de marzo a las 10 se realiza un acto oficial para recordarla con las autoridades de Toay y el poeta Fernando Noy, con quien Orozco mantuvo una gran amistad desde 1955.  El domingo 22 se realizarán actividades en torno a una emisión radial. Se servirá una merienda y distintos escritores leerán textos tanto de ella como propios. Entre los asistentes se repartirán textos de la poeta y de otros escritores. 

Por otra parte, en el Malba, el escritor, crítico y periodista cultural Jorge Monteleone dictará un seminario referido a la poeta los días 20, 27 de marzo, 17 y 14 de abril y el 8 de mayo de 18.30 a 20.30.