Luque, un ser marginal, oscuro y enigmático trata de huir de su pasado. Para lograrlo, cambia de escenarios: se va Asunción, a Ciudad del Este, pero el destino, la fatalidad o el encadenamiento de las circunstancias terminan empujándolo nuevamente a Buenos Aires, donde se cierra el círculo de su huida imposible.

Perla Suez echó a andar este personaje en su última novela, Furia de invierno. Su escritura es seca, económica, contundente. Tiene una precisión quirúrgica que recuerda nada menos que a la de Andrés Rivera, aunque sus historias no tengan en común más que erasgo que se convierte en estilo. Aun si en la tapa del libro de Suez no figurara su nombre, su identidad sería reconocible porque el largo proceso de destilación lingüística al que somete sus textos deja sólo una esencia, un concentrado de escritura sin atenuantes ni concesiones estéticas. Por eso, menos de 100 páginas le resultan suficientes para narrar la historia de una vida trágica que seguramente tiene un eco perdurable en el lector. 

Cuando se le señala que la economía de su estilo recuerda a Andrés Rivera dice que fue uno de sus dos grandes maestros cuando se lanzó al mundo de la literatura.

“Mis dos grandes maestros –cuenta- fueron Isidoro Blaisten y Andrés Rivera. Comencé con Blaisten. Yo soy de Córdoba, viajaba toda la noche en mircro para ir a su taller, estaba dos horas y a la noche volvía a mi provincia. Era docente y no tenía la posibilidad de pagar un hotel. Graciela Montes me dijo que Andrés Rivera estaba en Córdoba y que le llevara lo que estaba haciendo Andrés Rivera. Pensé que me iba a rechazar porque tenía fama de ser muy bravo. Pero no fue así. Conmigo fue muy correcto y muy riguroso, pero sé que a otra gente la echó a patadas (risas). Tengo el mejor recuerdo de él. Iba una vez por semana, tomábamos un café y nunca me quiso cobrar nada. Fue un maestro en serio. Leíamos y comentábamos lecturas, trabajábamos mucho.

-¿Cómo era Blaisten con sus alumnos?

-¿Tenía una gran ternura para corregir sin perdonar nada. Él me enseñó a usar el diccionario de María Moliner y con él aprendí que la lectura de un texto tiene que ser implacable.

-En tu escritura o reconozco el rastro de Rivera en esa prosa seca, concisa, de precisión quirúrgica. ¿Reconocés vos esa huella?

-Sí, ésa y la de las grandes narradoras norteamericanas como Eudora Welty y Flannery O´Connor. A mí me marcó particularmente Flannery O’ Connor. Me pegaron muy fuerte sus cuentos y su pequeño ensayo sobre la narrativa que leí como cien veces. En la segunda mitad del siglo XX Faulkner fue la figura dominante, pero a mí me marcaron las mujeres escritoras, que fueron reconocidas tardíamente porque en su momento se las invisibilizó.O´Connor hablaba de austeridad y precisión y de que había que tener una historia bien construida. Para mí eso fue muy importante. Nunca me siento a escribir sin tener una trama. Por eso no le tengo miedo a la hoja en blanco, porque nunca me siento a trabajar para ver qué sale, siempre tengo una trama que está resumida en 5 o 6 líneas. Hay gente que fluye, pero no es mi caso. Lo mío es un trabajo de tallado como el del escultor. Todo el tiempo estoy montando y desmontando, porque también vengo del cine.

-¿Dónde estudiaste cine?

-En la escuela de cine de Santa Fe donde había maestros como Fernando Birri y Juan Oliva. Aprendí una barbaridad. Ellos viajaban de Santa Fe a Córdoba a dar clase, por lo que yo terminé muy rápidamente la carrera de Letras en Córdoba y también allí estudié cine.

Imagino que eso también fue una escuela para tu escritura.

-Sí, fue una gran escuela de narrativa y de literatura como visualización. Recuerdo que Oliva proyectaba una imagen, por ejemplo, de La Dolce Vita de Fellini y no la más conocida que es la de la Fontana de Trevi, y pasábamos toda la hora de clase leyendo esa imagen, analizándola, viendo cómo lo ideológico entra en ella. En te momento estoy haciendo un trabajo que está entre el cine y la literatura.

-¿Qué estás haciendo?

-Cuando tenía 23 años, junto con mi compañero que sigue siendo mi compañero actualmente, hicimos un viaje a dedo por Machu Pichu, Cuzco y dimos toda la vuelta por Chile. Un año después nos fuimos a Europa.  Entramos a Checoslovaquia, luego de la Primavera de Praga –te estoy hablando del año 73 o 74-. Era la época stalinista. Guardé los negativos que están muy bien conservados y los digitalicé. De 3000 me quedé con 60. Les estoy poniendo textos. Son tres mujeres y cada una cuenta su historia en función del lugar. Tengo terminada la primera parte pero tengo que trabajar un montón hasta que salga. Creo que estoy encaminada, pero no sé si lo voy a lograr, porque eso nunca se sabe. Me sirvió de descanso a Furia de invierno, porque fue muy duro para mí meterme en la piel de Luque.

Me imagino, porque es una novela muy fuerte. ¿Por qué lo elegís como personaje?

-Dentro de mi escritura mi obsesión siempre fue trabajar con las marginalidades, con los que están invisibilizados. Tenía la esperanza de que este personaje, Luque, pudiera salir de la marginalidad, pero siempre pensé que no iba a poder hacerlo. Le di una cierta esperanza en un momento del texto, pero me dije que él no tenía salida.

– Luque es alguien que queriendo huir de la muerte va hacia ella. Hay tres fechas clave que dividen el libro: 1979, la dictadura; 1983, la democracia; y 1994, el menemismo que marcan una circularidad en el movimiento de Luque. ¿Lo concebiste así o fue saliendo en la escritura?

-Lo concebí así porque quería marcar el deterioro que fue sufriendo la sociedad. Si bien siempre hubo outsiders, con el auge del neoliberalismo el menemismo fue descartando gente como se descartan las cajas que Luque, ve pasar en el río, bajo la lluvia, cuando está en Asunción. Mi intento, que no sé si logré, era que lo onírico y también un poco alegórico funcionara mostrando lo absurdo de su vida, el no encontrar un lugar, que es lo que pasó y lo que salvajemente sigue pasando. Quise darle protagonismo a uno de esos seres invisibilizados que a nadie le importan. 

-En el acápite de la novela citas una frase de Einstein que dice “La distinción entre presente, pasado y futuro es sólo una obsesión obstinadamente persistente”. Me pareció que la novela desarrolla esta frase, porque a donde quiera que va el protagonista, va con su pasado que lo determina.

-Es cierto, pero la ilusión que tienen muchos de estos seres invisibilizados por la sociedad es que cambiando de lugar, de escenario, de amigos, van a cambiar su vida. Pero ese cambio es imposible, porque uno es eso que es, es su infancia, es su historia. La infancia es una obsesión en todas mis historias. Ahora se reedita Memorias de Vladimir que es cómo yo imagino la infancia de mi abuelo a partir de un hecho que me contó mi padre. Mi abuelo murió cuando yo tenía 4 años y tengo de él una imagen idealizada.  La historia que me contó mi padre es que mi abuelo vivía en Ucrania con su familia y que, siendo un niño, para salvarse del zar Nicolás, se sumergió dentro de un baúl de aceitunas. Él se salvó, pero mataron a toda su familia. Un tío lo trae a América y él viene con lo único que tenía: un gallo que era su mascota. En tiempos de mi abuelo no todos los inmigrantes se hicieron la América. El mundo era cruel, había guerras, pero la Argentina todavía ofrecía un lugar en el que podías hacer tu vida. Hoy veo a inmigrantes de distintos lugares vendiendo cosas y el corazón se me despedaza. Eso tiene que ver con la historia de uno. La persecución que sufrieron mis abuelos la llevo en la sangre. También tiene que ver con las propias marginalidades. Yo soy del interior, soy mujer y tuve que pelear mucho para hacerme un lugar en Buenos Aires. Lo conseguí y estoy feliz, pero tuve que luchar mucho. Bueno, y aquí estoy, con el personaje de Luque que me permitió narrar algo de las marginalidades desde la ficción.

-¿Cómo surgió el personaje de Luque?

-De un personaje que yo veía marginal y sin salida. En principio fue un tipo joven con una infancia terrible. Luego comencé a dibujar la historia de sus padres, quiénes eran, cómo fueron sus vidas. Cuando tuve más o menos claro cómo era el padre, Luque surgió como una especie de border, de alguien que camina por una cornisa. Mientras escribía, por ejemplo, los encierros a que lo sometía su padre, ha tomé la medida del ventilete que tengo en mi oficina para saber si Luque, de chico, asomándose a él podía ver los zapatos del hombre que estaba del otro lado. Dibujé escenas en un pizarrón para ver si eso me servía para componer a Luque. Necesita saber todo: que no tenía hermanos, que tenía una vecina, Adela. Para mí el montaje es muy importante, por ahí la escena que hago primero luego la cambio de orden. Recorto, pongo sobre la mesa. Eso me viene del cine. Te puedo contar qué hice a partir de la pequeña trama inicial de un marginal, pero eso no lo explica todo. La literatura es algo muy misterioso.