Esta es la primera vez que el “ciclo espacial” de la obra de Raquel Forner (1902-1988) se muestra de manera integral. El Pabellón de exposiciones temporarias del MNBA se verá colmado de pinturas de gran formato, dibujos y bocetos de la gran artista plástica argentina. Las obras que componen la muestra provienen, en su mayoría, de la Fundación Forner-Bigatti, del acervo del Museo y también de colecciones privadas. En la exhibición, habrá pinturas de las series Las Lunas, Los que vieron la Luna, Los astronautas, Los laberintos, El Apocalipsis, Piscis, Los terráqueos, Mutaciones espaciales, Del espacio, Los mutantes y Encuentro con astroseres en Ischigualasto, iniciada por Forner tras un viaje al Valle de la Luna en la provincia de San Juan, la última serie en la que trabajaría hasta su muerte, en 1988.

Sumamente interesada en la conquista del espacio al punto de dedicarle un amplio ciclo de su producción, la artista también volcó su mirada hacia el mundo en que vivía atravesado por los dramas de la guerra. De este interés surgió el ´ciclo terrestre` de sus trabajos.  “Necesito que mi pintura- declaraba- sea el eco dramático del momento en que vivo” y tanto la guerra como la conquista del espacio formaron parte del momento histórico en vivió y creó.

“Cuando Raquel Forner se embarcó en esta segunda y prolongada etapa dentro de su producción, ya era una figura consagrada en la escena argentina, una de las principales artistas de la modernidad y una mujer que había superado los múltiples escollos que implica desarrollar una carrera en un medio patriarcal”, afirma  el director del Bellas Artes, Andrés Duprat.  

Y agrega: “Impactada por la exploración del cosmos, apeló en estas obras a los lenguajes heredados de su pasaje por la experiencia surrealista como parte del Grupo de París, que puso en diálogo con los postulados del expresionismo y el fauvismo e, incluso, con experiencias contemporáneas como el Informalismo y la Neofiguración”.

“En estas series ‒afirma‒, Forner tematiza la indagación sobre el espacio exterior y le agrega trazas singulares que anclan en visiones explícitamente ligadas a la circunstancia argentina, en una suerte de neocriollo fusionado con elementos del onirismo mitológico de raíz indígena”.

Del arte de entreguerras europeo recibió la ebullición de las nuevas formas de mirar y recrear el mundo. Como era común en los artistas de su época, viajar a Europa constituyó para ella una revelación en tanto fue testigo presencial de las transformaciones que se producían en el campo artístico. París, ciudad en la que se instaló entre 1929 y 1931, era por ese entonces la Meca del mundo cultural. Sin embargo, las enseñanzas que absorbió en ese ámbito fueron procesadas y mixturadas con el bagaje de la cultura de los pueblos originarios de América Latina. De este modo la artista le ponía un sello propio a las tendencias europeas que nacieron en el período de entreguerras, cuando Forner era una artista joven y curiosa.

“Desde los años 20 ‒afirma  Pacheco‒, el hombre y, en especial, la mujer, habían sido para Forner protagonistas constantes de las telas de su ‘ciclo terrestre’, también llamado, en los papeles de la artista, serie El drama”. El curador se refiere aquí  a la obra con la que obtuvo en 1942 el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional de Bellas Artes y que hoy forma parte de la colección del Museo. Poco tiempo después, en 1957, luego de que la Unión Soviética lanzara el Sputnik, el primer satélite artificial de la historia, “el deslumbramiento y la curiosidad se apoderaron de la artista, que ese mismo año cerró el ‘ciclo terrestre’ para empezar con sus series del ‘ciclo espacial”.

Estas obras muestran para el curador de la muestra «la sensibilidad de Forner frente al salto de la humanidad hacia el misterio, lo desconocido, como una vivencia simbólica del hombre, la consideración de las preguntas primeras sobre la vida, sobre la creación». Desde entonces ‒añade‒ los protagonistas de su obra «se convirtieron en terráqueos saliendo a la conquista de la Luna: la humanidad se transformaba en astroseres y mutantes, el hombre del espacio».

Creativa y audaz, Forner puso siempre las modalidades expresivas al servicio de sus necesidades artísticas. Por la calidad y el espíritu de innovación que eran característicos en ella fue comparada con Antonio Berni, sin duda, uno de los mayores plásticos argentinos. A esto debe sumarse el hecho de que Forner era mujer y que debió abrirse camino en un mundo en que las artes plásticas eran una ámbito mayoritariamente masculino, pero en el que logró imponerse a fuerza de creatividad y trabajo.

Hija de españoles, viajó a la tierra de sus padres por primera vez cuando tenía 12 años. Se recibió de Profesora de Dibujo en 1922. Dos años después, se presentaría en el Salón Nacional y ganaría el tercer premio, lo que para una artista de 22 años era un logro enorme. La reacción de la crítica fue inmediata. Las publicaciones Fray Mocho, Revista América, La Prensa, Plus Ultra, Martín Fierro y la Vanguardia elogian su precocidad y destacan la gran personalidad expresiva alcanzada a pesar de su juventud.

En 1936 se casa con un artista, el gran escultor Alfredo Bigatti. Juntos emprenden diversos viajes. Apenas un año después gana la medalla de oro en la Exposición Internacional de París. Su vida se vio jalonada por diversos reconocimientos y múltiples exposiciones individuales tanto en el país como fuera de él.

Tanto su vida como su obra en la que las mujeres son muchas veces protagonistas, pueden tomarse como un antecedente del empoderamiento femenino que se produciría mucho después, cuando ya Forner estaba inscripta de manera definitivamente en la historia de la plástica argentina.

Raquel Forner. Revelaciones espaciales. 1957-1987 podrá visitarse hasta el 26 de febrero de 2023 en el Pabellón de exposiciones temporarias del Museo, de martes a viernes, de 11 a 20, y los sábados y domingos, de 10 a 20, con entrada libre y gratuita.