“Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza”, comienza diciendo Rosa Montero en su último libro, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), que vino a presentar a la Argentina. Se trata de un libro genéricamente inclasificable, por lo que ella lo llama “artefacto literario”. Lo considera, además, el libro de su vida porque necesitó la experiencia que le otorgó su larga trayectoria literaria para poder escribirlo de la forma en que lo hizo.

La premisa de la que parte es que ser raro es lo menos raro del mundo. Y, en este sentido, puede decirse que la autora pone el cuerpo, porque habla sin tapujos de sus propias rarezas. Su “cerebro raro” le ocasionó en el pasado desde ataques de pánico a “pesadillas geométricas” que la aterraban. A partir de su propia experiencia reflexiona acerca de la relación de “la creatividad con cierta extravagancia” y aborda desde las rarezas no tan raras hasta la enfermedad mental. Y lo hace con autoridad de novelista porque qué otra cosa es una novela sino “un delirio controlado” del que se puede salir y volver a entrar sin otro requisito que la propia voluntad del escritor que diferencia entre realidad y ficción aunque esta cumpla para él con la importantísima función de compensar la monótona grisura de la vida diaria, para encontrarle un sentido a la existencia. 

El peligro de estar cuerda es una obra torrencial en la cual las citas de otros autores se precipitan no para mostrar erudición, sino para rescatar lo que fue dicho de una manera que parece insuperable. Lejos de todo academicismo acartonado, el libro se deja leer como una apasionante novela que habla también del espejismo de la normalidad, del dolor, de la infancia y de la muerte. Por ese texto afiebrado en el que la autora afirma que encontró respuesta para preguntas que se planteó durante toda la vida desfilan, entre otros,  nombres como Virginia Woolf, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Doris Lessing, Louis Althusser, August Strindberg y Nathaniel Hawthorne.  

Pero no es necesario ser un artista para ser raro. Todos, inexorablemente, lo somos. El que esté libre de rarezas que arroje la primera piedra.

Alguien ortodoxo diría que El peligro de estar cuerda es un ensayo. Pero creo que podría ser leído también como una novela policial en la que el detective se llama Rosa Montero y trata de averiguar ciertas cosas acerca de la vida psíquica que siempre la preocuparon. ¿Es así?

-Sí, es totalmente así. Varios periodistas me han dicho que el libro parece un poco una novela negra en ese sentido. De hecho, en algún momento digo: “Me siento como Sherlock Holmes”. Y esto fue así porque comencé a tomar notas sobre el tema hará cuatro años o cuatro años y medio, a releer libros y leer libros nuevos, a hacer una ingente acumulación de datos. Al final ya tenía cuatro enormes cuadernos de notas, un montón de cartulinas que también estaban llenas de notas. Llegué a hacer una lista de más de 80 temas distintos que quería tratar. Extendí todo eso sobre la mesa de la cocina que es la única mesa grande de la casa y me quedé mirando desalentadísima porque pensé que no iba a ser capaz de sacar nada de allí, de abrirme paso en ese bosque impenetrable de datos. La sola idea de cómo unir esos 83 temas me parecía algo imposible. Eran temas que me estuvieron dando vueltas en la cabeza toda la vida.

-¿Cómo lo resolviste?

-Se me ocurrió algo que salvó el libro y es que en vez de hacerlo con la cabeza, con la razón, como se escribe un ensayo, decidí cerrar los ojos y meterme en él siguiendo la música del libro y con la intuición del inconsciente que es como se escriben las novelas. Entonces, efectivamente, fui como un detective que iba uniendo pistas aquí y allá. Fui recogiendo huesos y al final logré armar un esqueleto.

-¿Y lograste contestarte las preguntas?

-Increíblemente logré contestarlas e hice una especie de mapa de todas esas ideas que estaban dispersas y no encontraban dónde encajar. Ese mapa me permite comprender parte de mi vida y de la vida que antes no comprendía, que no eran más que ráfagas. En otros libros míos hay rumiaduras de esto, pero son sólo eso, rumiaduras. Por eso este libro tiene esa cosa detectivesca y creo, como decías, que no es un ensayo para nada. Yo escribo novelas más o menos raras o más o menos convencionales, excepto tres libros a los que llamo “los artefactos literarios”, que son La loca de la casa, La ridícula idea de no volver a verte y este. Son libros un poco inclasificables con los que los libreros se ponen un poco nerviosos y preguntan «¿dónde lo meto?» Yo les digo, por lo pronto, «en la mesa de novedades» (risas). La loca de la casa estuvo en la lista de las superventas en la lista de no ficción y en la de ficción. Esta vez, han decidido colocar Los peligros de estar cuerda en no ficción. Pero tiene ficción. Los tres libros tienen, en parte, ensayo que no es ensayo; en parte, autobiografía que tampoco es convencional; en parte biografía de otros autores y, en parte, ficción. Esa mezcla rara es a la que llamo “artefacto literario”.

Todo lo informativo como las citas son ciertas, pero me atrevería a decir qué es lo ficcional, aunque es tan increíble la historia que probablemente sea cierta (risas). Me refiero a la Rosa Montero apócrifa, al tema del doble.

-Evidentemente, la impostora. A todas las personas conocidas les salen impostores. Hubo alguien que abrió una cuenta de Facebook haciéndose pasar por mí. Luego me quitaron Instagram. Eso pasa todo el tiempo. La impostora de El peligro de estar cuerda, Bárbara, es mi doble durante 40 años y hay parte de esa historia que es una verdad notarial y parte que es ficción. No voy a decir qué parte es ficción y que parte no. Pero para mí, la parte de ficción es la más verdadera en el sentido que tiene la verdad de las ficciones. Es decir que representa de la manera más profunda la visión que yo tengo de la realidad.

-¿Qué es para vos la realidad?

-En gran parte, una construcción imaginaria. Con frecuencia recuerdo cosas que a veces no sé si las he vivido, las he soñado, si las he leído, si me lo han contado o si las he escrito. Todas esas posibilidades tienen la misma vibración vivencial. La vida está mezclada con la fantasía y la imaginación de una manera que no puedes desligar una de otra. Creo que en parte esto es genético en mí. Mi madre era una mujer maravillosa, una artista in pectore que se frustró por su clase social. Sus dos hermanos fueron pintores, pero ella dibujaba mejor que nadie y fue ama de casa. Era una artista que no pudo desarrollarse, una narradora maravillosa. A lo largo de la vida yo le contaba cosas que me habían sucedido y a los seis meses ella me las contaba como si le hubieran sucedido a ella (risas).

Si hablás solo por la calle, se supone que estás loco, pero uno habla todo el tiempo consigo mismo. Como decía Borges de la muerte, me parece que el criterio de normalidad también es un abuso de la estadística. ¿Han relegado la fantasía al campo de la literatura?

-Sí, y lo han hecho sin darse cuenta de que vivimos dentro de una fantasía. Nos venden la idea de que “lo normal” es lo más habitual y es mentira. En realidad es sinónimo de lo normativo no de lo más habitual. Como cuento en el libro, en 2018 en la Universidad de Yale hicieron un estudio que concluía que lo que llamamos normalidad no es más que la media estadística de todas las posiciones. Y, por cierto que eso del «abuso de la estadística» me gustó mucho. No creo que haya una sola persona en la Tierra capaz de atinar en la media estadística en todos los parámetros. Todos somos divergentes en algo. La normalidad es una horma que está dictada por los diversos poderes porque es lo más útil para ellos. Entonces nos presionan y nos obligan a meternos en ella, aunque esa horma no represente a nadie. Si la normalidad fuera lo más frecuente, no existiría esa presión que existe en la sociedad, saldría naturalmente. Desde muy niños desarrollamos unas estrategias defensivas alucinantes para adaptarnos a esa horma aunque tengamos que cortarnos una pierna para caber en ella. Desarrollamos esas estrategias con razón, porque al niño que va al colegio y se muestra divergente de esa normalidad lo maltratan sus compañeros, lo torturan. Por eso, desde muy pequeños ocultamos quiénes somos. Y si esa ocultación es muy fuerte porque hay un mal entorno, se llega a la represión absoluta que es la del que ni siquiera sabe que está reprimido, de modo que llega a ser una mutilación de quien eres. Por eso.con este libro me están pasando cosas increíbles. Es como si le hubiera sacado el corcho a un espumoso. Hasta ahora el libro sobre el que me hacían más preguntas y me contaban cosas personales era La ridícula idea de no volver a verte, pero con este sucede más todavía.

-¿Qué te cuentan?

-Por ejemplo, si estoy firmando libros, alguien me dice “yo de pequeña chupaba baterías”. Eso es algo gracioso, pero me cuentan cosas que abarcan toda la gama de la emoción hasta llegar a las lágrimas. Mucha gente me agradece y me dice “he hecho las paces conmigo”, “he comprendido cosas de mí misma que no comprendía”, “siempre me he sentido rara y ahora ya no”. Me repiten un verbo que no es que se use tan naturalmente: abrazar. “Me siento abrazada por este libro”, “este libro me abraza”. Es que cualquier tipo de trastorno mental te hunde en una soledad tremenda, te enajena de la especie humana y lo que necesitas para volver es que te agarren y te traigan y quizás por eso utilicen tanto la palabra abrazar. Hoy me siento agradecida al destino por haber tenido crisis de pánico, porque si no las vives, no sabes de qué estoy hablando, no hay manera de entender a qué tipo de soledad me estoy refiriendo  y eso que tanto las crisis de pánico como las de angustia son como la gripe de los trastornos mentales. El trastorno mental te engaña porque te hace creer que solo te pasa a tí. La soledad frente a la muerte debe ser horrible.  A mí me da terror la muerte y por eso he tenido trastornos de pánico. Pero la muerte es una experiencia por la que pasaremos todos. El trastorno mental, en cambio, te hace pensar que a nadie más le ha pasado y que no hay manera de que puedas volver a encontrarte con tus congéneres. Somos animales sociales, por lo que eso es un dolor tremendo. Tienes que haber sentido ese frío para conocerlo.

Vos establecés una relación entre enamoramiento y locura. ¿Enamorarse es también una práctica literaria, dado que uno “escribe” sobre una persona determinada cosas que no son necesariamente atributos de esa persona, sino más bien deseos propios?

-Más que una práctica literaria, creo que es una práctica de la invención. En un pueblo de 200 personas donde hay un chico y una chica heterosexuales, por ejemplo, necesariamente se van a enamorar porque no les queda otro remedio. Luego sentirán que han encontrado a su “media naranja”. Creo que el enamoramiento es un invento, un delirio que no es tan controlado como lo es una novela. La gente realmente cree que es verdad, pero se lo está inventando. Las personas un poquito neuróticas tendemos a sentir atracción por gente desequilibrada (se ríe). De modo que hay que tener cierto cuidado con  esos amores furibundos porque a veces detrás de ellos está la atracción de un cierto abismo.

-Estar enamorado consiste, precisamente, en creer que se está enamorado.

-Exacto. Lo decía San Agustín: “Amar el amor”. El apasionado lo que ama es la sensación de estar enamorado. Es un verdadero yonqui de la intensidad.

Cultura y normalidad

-Lo que se considera locura, varía de una cultura a otra. Por ejemplo, hay culturas que creen realmente en la existencia de los fantasmas. Lo que se considera locura en una cultura puede no serlo en otra. Es tan válido creer en fantasmas…

-… como en la Santísima Trinidad (risas). De todas maneras, hay que diferenciar. Todos los trastornos mentales obedecen a un fallo en el cableado. Eso lo dice Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina. Las neuronas se conectan mal, se hiperconectan, se hipoconectan o hay parpadeos. Para mí la enfermedad mental es parecida al cáncer, es una enfermedad física en la que tiene una gran importancia lo ambiental, como sucede con el cáncer. Bajo el paraguas del cáncer hay un montonazo de tumores distintos, desde el que no te hace nada, hasta el que te mata en una semana. También en la enfermedad mental hay una panoplia de cosas. En los casos más severos estás forzado a utilizar unos tratamientos terapéuticos que tienen unas secuelas físicas brutales como la quimio. Tengo la esperanza de que algún día se encuentre la curación para las dos enfermedades. Al margen de cuál sea la convención cultural, los delirios son una defensa del cerebro que es un afanoso tejedor de certidumbres, que no para buscando certezas, buscando coherencias, cuando de repente se le desconecta algo de una manera drástica, el mundo deja de tener sentido.  El delirio es una defensa el cerebro para darle sentido a lo que ha dejado de tenerlo. Y esto te puede pasar ya sea que creas que hay fantasmas que atraviesan las paredes o creas cualquier otra cosa.

Encontrar el sentido de la vida

¿La literatura es una forma de darle al mundo un sentido que en realidad no tiene, es una vacuna contra el sinsentido?

-Claro. Yo escribo para darle al mal y al dolor un sentido que yo sé que no tienen. Eso hace la vida más soportable. En las novelas se ve clarísimo.  Hasta las novelas más innovadoras, las novelas con final abierto acotan la realidad, tienen un principio y un fin. Hasta las más desestructuras le dan un orden a la vida que es puro caos y desorden. Utilizamos todo el arte y no solo la literatura para eso. Así dice la frase que me ge tatuado en el cuerpo: “El arte es una herida hecha luz”. Cómo vas a soportar las heridas de la vida que son las heridas del dolor, de la muerte, del sinsentido si, por lo menos, no intentas convertirlas en luz, no intentas darles el alivio de la belleza. ¿Cuál es el sentido de la vida? Ninguno. La vida está creada para vivir, estamos construidos para vivir, el deleite es vivir. Esa tautología a mí me basta. No hay más que eso. Punto.