Abebe Bikila pasa frente al Obelisco de Aksum, trofeo de guerra de Mussolini en la invasión a Etiopía en 1935, y acelera: es su ataque final en la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma 60. Anochece, la temperatura baja de los 40 grados, y el fuego de antorchas ilumina las calles empedradas y las avenidas asfaltadas de la capital de Italia. Bikila, que corre descalzo, está a menos de 1000 metros del Arco de Constantino, la meta, aquel punto de partida de las tropas fascistas a Etiopía. Deja atrás al marroquí Rhadi Ben Abdesselam, favorito en los 42,195 km. Y gana la maratón en 2 horas, 15 minutos y 16 segundos. Nuevo récord mundial. Primera medalla olímpica de oro para un atleta negro de África. En el podio, sin embargo, suena el himno italiano, no el de Etiopía. “Que el mundo sepa -dice Bikila, de 28 años, apenas termina la maratón- que mi país ha ganado con determinación y heroísmo”. Mussolini había necesitado un ejército para conquistar Etiopía, y Etiopía, ironizan, sólo un hombre para poner Roma a sus pies. El Obelisco de Aksum -24 metros, 152 toneladas, 1700 años de antigüedad- fue repatriado recién en 2005.

Bikila nació en el pueblo de Jato el 7 de agosto de 1932, el mismo día que el argentino Juan Carlos Zabala ganó la maratón en los Juegos de Los Angeles 32. Vivió en la pobreza extrema, fue pastor de cabras y aprendió a leer a los 14 años. Su infancia transcurrió durante la ocupación italiana, hasta que en 1941, ya en plena Segunda Guerra Mundial, y con el apoyo de Gran Bretaña, el emperador Haile Selassie, reencarnación de Dios en la tierra según el movimiento rastafari, restituyó su poder. Y abolió la esclavitud: había entre 2 y 4 millones de esclavos entre la población de 11 millones de personas. Bikila se alistó en el ejército en Adís Abeba. Corría de la capital hasta las colinas de Sululta. Treinta kilómetros diarios. Pero Bikila, que llegó a ser guardia privada de Selassie, se volcó al atletismo a los 24 años, después de que viese el desfile de los deportistas que viajarían a los Juegos de Melbourne 56. Y ni siquiera era el elegido para viajar a Roma 60: Wani Bitaru se había lesionado el tobillo mientras jugaba al fútbol. Fue entonces designado por Onni Niskanen, el entrenador sueco que había contratado Selassie para trabajar en el deporte etíope. Bikila nunca había salido de su país. Sólo hablaba amhárico, lengua nativa.

Que corriera descalzo el 10 de septiembre de 1960 en Roma no fue porque quisiera: sus zapatillas se habían roto, le habían provocado una úlcera en el pie. Y las había dejado en Etiopía. En los Juegos, primeros transmitidos a color por la TV, Bikila se probó cerca de diez pares de zapatillas Adidas, patrocinador olímpico. No. Después de las marcas Puma y Onitsuka Tiger. Tampoco. Algunas no le entraban, otras le quedaban incómodas en los pies anchos y duros. Niskanen creía incluso que descalzo correría más rápido. Fue el triunfo del no marketing. Pasos cortos y fluidos. Velocidad y resistencia. Al año siguiente, en la Maratón de Atenas, Bikila corrió descalzo por última vez, ya que había firmado con Puma.

Rodolfo Barizza tiene 87 años. En Roma 60 fue ayudante en el equipo argentino de atletismo. “Bikila fue un atleta excelente -recuerda Barizza-; continuó costumbres inherentes que había tenido desde nacimiento: muchos corredores de esos países corren kilómetros descalzos para ir de un lugar a otro. Y además era un hombre que corría bien en cualquier lugar, en cualquier época y en diferentes horarios”. En Roma 60, el argentino Osvaldo Suárez terminó noveno. Fue el último argentino entre los primeros diez en la maratón olímpica. Bikila repitió el oro en Tokio 64 (primer atleta en ganar la prueba dos veces consecutivas). Y abandonó en los Juegos de México 68, que ganó, igualmente, un etíope: Mamo Wolde.

“Después de Bikila, Etiopía tuvo muchísimos corredores exitosos. Por eso están mucho más presentes los nuevos. Es como que preguntes sobre Corbatta en Argentina. Sí, fue un futbolista buenísimo, pero casi nadie habla de él”, dice Fernando Duclos, el periodista argentino detrás de la cuenta Periodistán, que recorrió durante nueve meses África y escribió Crónicas africanas. Y que visitó Bekoji, donde “no hay nada turístico” y sí “mucho barro por todos lados, frío, casas de adobe, ovejas, chivos, caballos y ninguna calle asfaltada”; y donde “el secreto de los corredores -escribe Duclos- son las vacas”, “la leche natural” en el café. Eso se lo devela Tamarit, el hermano de Kenenisa Bekele, el atleta etíope dueño de los récords mundiales en las pruebas de 5000 y 10 mil metros. Porque Bekoji, un pueblo de 17 mil habitantes a 3200 metros sobre el nivel del mar, es la meca de los atletas de carreras de larga distancia (de fondo), cuna de 11 medallistas desde Barcelona 92 y diez récords mundiales.

Bikila murió el 25 de octubre de 1973 tras un derrame cerebral, una secuela del accidente automovilístico que lo había dejado parapléjico (desfiló en silla de ruedas en la apertura de Munich 72). El biógrafo Tim Judah señala en Bikila: el olímpico descalzo de Etiopía que el día del accidente había sido visto bebiendo en un bar por la noche, que la ruta estaba mojada y que no tenía experiencia al volante. Tenía 41 años. Lo despidieron 65 mil personas. Selassie decretó un día de luto. En su tumba del cementerio de Adís Abeba hay una estatua. Un puente en Italia y el estadio de su país llevan su nombre. La marca de zapatillas italiana Vibram hasta creó un modelo, las Bikila, para barefoot running, “correr descalzo”. “Bikila -dijo Haile Gebrselassie, actual dueño del récord de la hora (21,285 km en 60 minutos)- hizo que nosotros, los africanos, pensáramos: ‘Si él, uno de nosotros, pudo hacerlo, nosotros podemos hacer lo mismo’”.