La primera respuesta que Marcelo Bielsa entregó como entrenador de Uruguay contuvo los dos extremos, como los llamó él, sobre los que se edificó su decisión de dirigir a esa selección. De un lado, los jugadores con los que contará. «A mí –dijo– no me resulta difícil calificarlos porque es mi oficio hace 40 años». Del otro, lo que describió como «el destinatario del trabajo de una selección», de decir, «el ciudadano de a pie del país». Bielsa se explayó, entonces, sobre lo que vivió durante su última estadía en Montevideo, que en principio sería apenas de un fin de semana y luego se extendería a dos meses. Relató un paseo a Carrasco con su esposa y un regreso dominical en transporte público. «Estaba repleto –contó Bielsa–, el viaje duró 45 minutos y se produjeron un montón de episodios que pusieron a prueba la civilidad de las personas que iban a arriba del micro».

Esto que se recortó y se reprodujo una y otra vez, como si se tratara de una declaración fuera de contexto, lejana a lo que supuestamente importa –el fútbol en sí mismo–, no debería llamar la atención: forma parte de una manera de Bielsa de vincularse con su trabajo; de vincularse, incluso, con las ciudades en las que vive. Puede ser también un acercamiento –y estaría muy bien– al ser un extranjero a cargo de la selección, algo tan sensible para una sociedad con tanta tradición futbolera como la uruguaya. «Iguales pero distintos leí una vez sobre Uruguay y Argentina», dijo Bielsa. «En fútbol y siendo extranjero –agregó–, la aceptación tiene un solo nombre: victoria. Después habrá más o menos paciencia según el sentir popular o no».

Sin entrar en las complejidades de la sociedad uruguaya que exceden a un viaje en colectivo –incluso más allá de lo que en ocasiones supone una idealización, la del país y también la del entrenador–, Bielsa suele vincularse con el contexto que habita, sea en Chile, Bilbao, Marsella, Lille o Leeds. Son esas escenas de la vida cotidiana que cuando se filtran, cuando llegan a algún medio o aparecen en redes sociales, sus detractores las ven como una forma de construir un personaje. Bielsa tomando un café, Bielsa comprando en un supermercado, Bielsa caminando por cualquier calle, Bielsa desayunando en una casa de comidas rápidas, Bielsa posando para una selfie.

Lo que los medios hagan de eso es una cosa, pero Bielsa se conecta de esa manera con el lugar donde trabaja. Eduardo Rojas, que fue dirigente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional de Chile y es autor de Los once caminos al gol, un libro que reúne las charlas de Bielsa en ese país, cuenta que cuando el entrenador llegó a Santiago hizo preguntas respecto al cine, al teatro, al fútbol femenino y al ambiente cultural de la ciudad. «Y conoció buenos amigos –dice Rojas–, entre ellos un director, entonces en numerosas ocasiones iba al teatro, entraba subrepticiamente y se iba también antes de que se encendieran las luces». O visitaba una feria cercana al complejo Juan Pinto Durán, donde vivía, y terminaba estableciendo un vínculo con los vecinos y los vendedores, con la podóloga y el peluquero.

En 2010, el diario El Mercurio hizo una encuesta entre intelectuales y políticos para que eligieran al personaje del año. El elegido fue Bielsa, a quien no le agradaban esas distinciones. Lo interesante (y esto está rescatado en el libro de Rojas) son los argumentos para votarlo. «Porque se incorporó a la vida chilena en pleno», respondió el historiador Sebastián Salinas. «Porque instaló una mirada sobre los hechos y la sociedad chilena que es diferente a los lugares comunes que predominan en el debate público». «Porque participó de la vida nacional sobre el saqueo en el terremoto y mostró su actitud de desprecio a (el expresidente, Sebastián) Piñera sin importarle que alguien lo considerara un maleducado», dijo Marco Antonio de la Parra, psiquiatra y dramaturgo. Bielsa se disculpó luego de aquel episodio en el Palacio de la Moneda al regreso del Mundial 2010. Y es curioso pero en esa ocasión hasta Piñera eligió al entrenador: «Porque en un eventual gobierno me gustaría trabajar como Bielsa».

«El discurso del decir y el hacer, que iban en conjunto, fue identificando a Marcelo con la sociedad chilena», dice Rojas. «Yo sé -agrega- que recorrió un montón de lugares de Chile y, si te das cuenta, no hay una sola mención de su paso por diferentes ciudades del país. Y eso habla de la complicidad que tenía él con la gente y la gente con él».

Tanto lo que pasó con el pueblo vasco cuando fue entrenador del Athletic de Bilbao, donde hasta una peña lleva su nombre, como los tiempos en el Olympique de Marsella, cuyas tribunas armaban mosaicos con su nombre, el vínculo de Bielsa con esas ciudades excedió lo futbolístico sin que eso representara un lugar menor para sus equipos, que fueron los que, en definitiva, enamoraron a los hinchas. En Weberthy, el pueblo desde donde caminaba 45 minutos hacia el complejo del Leeds, era un vecino silencioso que se paseaba en jogging. Como lo habrá sido en Rosario o como suele ser en Máximo Paz, su habitual refugio. Pero, sobre todo, fue el hombre que llevó al Leeds a la Premier. Ahora eligió Uruguay, lo que también significa elegir Montevideo, una historia que acaba de empezar.