Durante los ochenta, como parte de la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet, una serie de apagones se sucedieron en distintos barrios de Santiago y otras ciudades de Chile, algunos organizados por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Hay que leer al escritor Pedro Lemebel en La enamorada errancia del descontrol, acaso su gran texto sobre las barras bravas y la marginalidad en el fútbol. Lemebel dice ahí que fue también en las canchas donde comenzó una resistencia urbana con las fundaciones de barras como las de Colo Colo, La Garra Blanca, que se llamaban así mismos indios, proletas y revolucionarios, o Los de Abajo, la barra de la Universidad de Chile. Lemebel falleció en 2015 y no pudo ver cómo 30 años después del fin de la dictadura, hinchas de Colo Colo y la U se mezclaron en las calles, ahora contra el régimen de desigualdad que gobierna Chile. En Plaza Italia, en Santiago, una bandera se mezcló entre las muchas que hubo en estos días de estallido: «Hoy no existen los colores».

En los foros de hinchas chilenos, en las redes sociales, se acumularon las convocatorias a salir a la calle para sumarse a las protestas populares, mientras la fecha del torneo local quedó suspendida. La Conmebol, en cambio, esta semana confirmó que el 23 de noviembre la final de la Libertadores se jugará en el Estadio Nacional. «El pueblo se cansó de tanto abuso, de que los ricos se sigan haciendo más ricos y los pobres más pobres, por eso marchamos por el descontento», llamaron Los de Abajo, la barra oficial de la U de Chile. «Colocolinos a la calle», dijeron los de La Garra Blanca. Los videos de las barras mezcladas, gritando como casi nunca por lo mismo, se viralizaron. «El que no salta es Piñera, el que no salta es Piñera», cantan juntas. «Podrá parecer frívolo, pero este video de hinchas de Los de Abajo y de la Garra Blanca unidos es, para quienes hemos ido a clásicos en el Nacional y en Pedreros, una muestra de lo transversal que es la protesta», escribió en Twitter el diputado de Revolución Democrática, Giorgio Jackson.

En el origen de todo está eso que caracteriza Lemebel en sus crónicas, mucho antes de estas protestas. «La Garra Blanca –escribe– ostenta el orgullo de reconocer y asumir su origen humilde, lo cantan en sus himnos, lo escriben en sus graffitis, lo gritan en sus consignas, como una manera de hacer presente el sustrato más desprotegido por el modelo económico impuesto por la dictadura y sustentado por el neoaburguesamiento de la democracia actual». O la cita a una de las canciones de Los de Abajo: «Yo nací en un barrio de fonolitas y cartón, yo fumé marihuana y tuve un amor / Muchas veces fui preso y muchas veces rompí la voz / Ahora en democracia todas las cosas siguen igual, nos preguntamos hasta cuándo vamos a aguantar / Ahora que soy de abajo he comprendido la situación, hay sólo dos caminos: ser bullanguero y revolución».

A los hinchas en las calles, el fútbol chileno sumó en los reclamos a sus futbolistas. Desde el inicio de la revuelta, cuando algunos analistas decían que sólo se trataba de la bronca por el aumento en el transporte público decretado por Sebastián Piñera, algunos jugadores alzaron su voz. Gary Medel, capitán de la selección chilena, fue uno de los primeros en responderle a Piñera aquello de «estamos en guerra». «Una guerra necesita dos bandos y acá somos un solo pueblo que quiere igualdad», escribió en Twitter el exjugador de Boca. Claudio Bravo, arquero del Manchester City, fue más allá: «Vendieron a los privados nuestra agua, luz, gas, educación, salud, jubilación, medicamentos, nuestros caminos, bosques, el salar de Atacama, los glaciares, el transporte. No queremos un Chile de algunos pocos. Queremos un Chile de todos».

«El ejército lo tengo asociado con el peor período de Chile y me genera temor. No me gustaría que fuera así, crío a mis hijos para que no tengan ese temor que yo tengo. Pero lamentablemente yo tengo ese temor», dijo en una radio chilena otro jugador que estuvo en la selección chilena, Jean Beausejour. Hijo de madre mapuche y padre haitiano, Beausejour, jugador de la U de Chile, creció en Estación Central, en uno de los monoblocks construidos por el gobierno socialista de Salvador Allende. Pero Beausejour, solidario con las movilizaciones, es sincero con el lugar que le toca mientras los militares imponen la muerte en las calles chilenas: «Desde mi sillón, que yo estoy muy cómodo, y desde mi auto de alta gama no puedo tener las mismas preocupaciones que tiene la gente que vive en Puente Alto».

Pero quizá ningún otro estuvo tan activo como Braulio Leal, el jugador en actividad con más partidos en el fútbol chileno. «La gente se aburrió de todos los abusos que sufren día a día», escribió en una serie de tuits. Leal juega en Magallanes, el primer equipo convertido en una sociedad anónima deportiva, en 2001. Un año después quebró Colo Colo. Y una ley para la privatización de los clubes ingresó al Congreso de la mano de Piñera, acompañada también por diputados socialistas. Piñera, hincha de la Universidad Católica, compraría un tiempo después a Colo Colo, cuyas acciones vendió en 2010 a cambio de siete millones y medio de dólares. Esa bancarrota, según el periodista Cristian Arcos, contó con el desastre de la administación de Colo Colo pero también fue programa. «El golpe de efecto –escribió– tenía que ser contundente. Intereses económicos y políticos terminaron por privatizar lo que faltaba por privatizar en Chile. Si ya había ocurrido con la salud, la educación, los hospitales, los colegios, las universidades, las autopistas, los cementerios, la vida y la muerte, que el fútbol se privatizara era cosa de tiempo. Y ocurrió».

Es lo que Lemebel escribía sobre el fútbol: «Es una empresa trasnacional que compra y vende sujetos como esclavos que saben mover las piernas». Y por eso también el fútbol, su modelo privatista, se juega en la lucha de las calles de Chile.