“Cuando tenía cerca de 11 años -comienza el relato Mariano Díaz- mis compañeritos de rugby de mi categoría y varios más grandes intentaron violarme por diversión. Terminé encerrado en el locker de un baño de la UNSa, sosteniendo la puerta con las piernas y gritando lo más fuerte que pude. Entró un adulto y salieron. No vi que intentaran violar a nadie más, pero iniciaciones que incluían calentar cucharas de metal para pegarle en los cachetes de la cola al aire delante de todo el mundo, sí”. Mariano Díaz ya no juega al rugby. Es periodista e instructor de reiki. Y cuenta lo que vivió en la Universidad Nacional de Salta después de que Tiempo expusiese en la edición del domingo pasado los abusos disfrazados de rituales de iniciación en el deporte, un secreto a voces que el rugby sostiene en el tiempo. No fue el único. Se sucedieron los testimonios personales y de testigos. “Cuando iba al secundario -recordó Flo Arcoba en Facebook- tuve varios compañeros rugbiers y contaban situaciones de iniciación. La clásica: que a fulanito lo habían ‘llevado’ a debutar sexualmente. El deporte debe ser un espacio sin violencia y de respeto”.

El rito de iniciación en los planteles puede ir desde raparse la cabeza o tragarse un pez vivo hasta las imposiciones sexuales. Lo corroboran casos que también llegan a otros deportes colectivos, como fútbol, handball, hockey y voley. La cultura deportiva, también en Argentina, sistematiza con violencia el pasaje a la adultez profesional. Los testimonios saltaron a la esfera pública cuando Cecilia Ce, psicóloga y sexóloga, invitó a través de Instagram a denunciar “los bautismos” en el rugby. Lo hizo porque se habían repetido las consultas de pacientes varones en su consultorio. Ajena al deporte, a Ce le llamó atención. “Más allá de una cuestión social como el machismo y la exigencia, hay una cuestión grupal -explica-. Las prácticas grupales generan cierta impunidad por hacer algo en masa. Se dicen: ‘Estamos todos en esta’. No existe la culpa personal, queda la conducta grupal, que es más anónima. Y hay una cosa muy fuerte de pasarla mal para pertenecer. Se dice: ‘Me merezco pertenecer a este grupo porque pasé la prueba’. Una de las grandes cosas que tienen que combatir los adolescentes es la presión social de pertenecer. No hay nada peor para un pibe que quedarse afuera”.

El psicólogo Esteban Colombo trabajó con la selección juvenil de hockey femenino -Las Leoncitas- y participó de charlas con chicos de las divisiones inferiores de fútbol en relación a la prevención y los factores de riesgo de abusos. “El rapado del pelo obedece a la diferencia de jerarquías, de alguien que se inicia y de alguien que está hace tiempo y decide por el otro -dice Colombo-. Es como que dice: ‘Vos te iniciás y yo puedo hacer con vos lo que se me canta, a nivel grupal e individual’. Es como una castración simbólica, porque te estás iniciando pero a la vez sos un competidor. Los abusos sexuales en los rituales están más invisibilizados porque forman parte de sostener cierta cultura machista en el deporte”.

La licenciada Ce, que recibió contactos de clubes preocupados por los “rituales de iniciación”, cuenta que también le consultaron mujeres que juegan al hockey: “Me dijeron que también pasa en el hockey femenino, pero los ritos están vinculados a lo masculino. ¿Por qué con tanta violencia? La energía masculina es más fuerte. La mujer no es tan agresiva. Las mujeres tienen burlas jodidas, pero el hombre es muchísimo más violento. Y siempre con lo genital: se pasan los genitales por la cara, no hay cortinas en un vestuario, no existe la posibilidad de separarse: es todos juntos, expuestos. Es ‘mostrá y bancatela’”. La construcción hegemónica de las masculinidades, como dijo la antropóloga y activista feminista Rita Segato, es tan nociva para las mujeres como para los varones.

En el deporte, como indica el lugar común, lo que pasa en el vestuario suele quedar en el vestuario. “Códigos”. Pero no siempre. En 2018, José Supera publicó la novela Legión, en la que, impulsado por hechos reales, saca a la luz una serie de episodios que cincelan la vida de un club de rugby. Supera jugó desde los seis hasta los 21 años en La Plata Rugby Club. Fue capitán y campeón, pero no llegó a debutar en la Primera. “Hay muchas cosas que me quedaron dando vueltas de la época que jugaba al rugby, cosas que hice y que otros han hecho -relata-. Sentí que tenía que contar algo. Son sistemas cerrados que quieren que se mantenga todo como se viene manteniendo. Y hay cosas del deporte que están re buenas y otras horribles”. En las 114 páginas de Legión hay una escena en la que, en plan rito de iniciación, le introducen un dedo en el ano a un jugador del equipo. Lo real de la novela: existió el entrenador que abusa de menores invitándolos a su casa. Trabajó casi una década en La Plata Rugby Club y, antes y después, en otros clubes de la ciudad. Pero de eso no se hablaba. Sucede que la realidad, casi siempre, supera a la ficción. Y al tiempo.